EL
TIMO DE LA BANDERITA.
Es lógico que cada cual
ame a la tribu en la que nació. Y que la ame, no por ser la mejor tribu del
mundo (que eso sería egoísmo). Ni por ser la más poderosa (que eso sería de cobardicas).
Ni por ninguna virtud especial (que eso sería petulancia).
Se la ama por ser la
tribu de uno, y porque en ella están (contigo) quienes tiene que luchar porque
la vida de todos (y la tuya) sea lo más larga posible (instinto de supervivencia),
y lo más grata posible (instinto de disfrute del placer sexual), y lo más
divertida y serena posible (instinto de ternura).
Esa unión (de intereses)
basada en esas metas comunes, se complementa con que en esa tribu están quienes
han ayudado a tus padres y de niño lo veías.
Están quienes te han
recogido del suelo cuando aún niño, te destrozabas las rodillas. Etc.
Por lo tanto, acabas
queriendo a la tribu porque lo contrario sería anormal.
Cuando eres niño de teta
descubres a tu familia, y cuando eres adolescente a la tribu.
En definitiva, tu
tribu es tu gran familia.
Y precisamente por
serlo (para que lo sea y se haga querer más) ella (la tribu) tiene que formar contigo (y tú con ella) una
simbiosis que podríamos resumir en el lema “uno para todos, todos para uno”.
En esa línea, cuando
a alguno de los miembros de esa familia grande (la patria) le surge un problema
económico, compete (como en cualquier familia) que los miembros que tienen
pudientes (dinero) ayuden a quienes han sufrido pérdidas económica graves.
Y todo el mundo sabe
que una familia es mejor (sus miembros son mejores personas) cuando quienes
tienen ayudan a quienes no tienen o han perdido lo que tenían.
En consecuencia, una
buena patria es la que mediante los impuestos (cobrando más a quienes más
tienen) redistribuye la riqueza ayudando a quienes peor les va.
Así de claro, y así
de simple.
Pero eso no ocurre.
Más bien ocurre lo contrario.
La tribu, la Patria,
en realidad es un Estado (de cosas) que
por su derecho a ejercer la violencia contra sus miembros díscolos, reparte la
riqueza de abajo a arriba, explotando al trabajador a favor del ricachón.
Y es este acto de
abuso de los poderosos contra los débiles el que destroza la identificación de
la patria (el Estado) como una familia.
Apareciendo entonces
el timo de la banderita.
Se le dice al pueblo
que si no ama su bandera (que sería como el apellido de la gran familia) se es
una mala persona (alguien desnaturalizado) y que por tanto el Estado tiene
derecho a ir contra esos “traidores” (a perseguirlos).
Lenin decía que todas
las guerras eran malas, pero que de haber algunas con sentido, estas serian
precisamente las guerras civiles, pues en ellas luchan (sin intervención extranjera)
los que no tienen contra los que tienen.
En una guerra civil,
si vencen los obreros (los que menos tienen) la patria se convierte en familia
(el interés del Estados será el bien común). Y si vencen los ricos y poderosos,
pues a los obreros (y quienes viven de su trabajo) no les queda otra que esperar
tiempos mejores.
En esa guerra civil
larvada que se da en tiempos de paz (sin armas por lo tanto), los dueños del país
(los banqueros fundamentalmente) engañan al pueblo (los parias de la Tierra)
con el discurso tendencioso de que si no
aman lo que ellos dicen (en España la religión católica, los toros, la caza,
etc. etc.) no son buenas personas, así que allá ellos si les pasa algo.
Si tú eres de los que se pelea con los hermanos por la herencia
de los padres (que menos mal que han muerto y no se enteran de lo que está pasando)
entiendes perfectamente que banderas (o apellidos) al margen, el dinero se debe
distribuir justamente.
Y si la riqueza del país
no se reparte de manera tal que nadie quede desprotegido socialmente, dejadme
de banderas para tapar el egoísmo desmedido
de unos ricos que nunca se dan por saciados (a pesar de que tienen más de lo que nunca podrán disfrutar, ni
ellos, ni sus descendientes).
Paco
Molina. Zamora. 3 Abril del 2019
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