MAMÁ, MAMÁ, EL CABALLITO ME MORDIÓ.
La historia que sigue puede herir la sensibilidad del espectador, es decir de quien está expectante esperando el resultado. Por tanto no sigas si temes seguir.
Me la contó mi madre reiteradas veces, dándola por cierta, situándola ella en la ciudad de Zamora entre 1945 y 1955. Por lo tanto, ruego que si alguien puede corroborarla lo haga con cuantas más pruebas mejor.
A lo mejor hasta salió en la prensa local.
Por aquella época los caballitos (las atracciones de feria, con coches eléctricos, algodón dulce, la noria, etc) se instalaban en Zamora en la proximidad de las Tres Cruces (un monumento con tres cruces simbolizando el calvario) cuando esa zona era un inmenso descampado situado las afueras.
En aquel entonces la atracción más vistosa, divertida y elegante, era la conocida como “los caballitos”, ese conjunto de vistosos corceles y otros animales, que atravesados por una elegante vara dorada, subían y bajaban por la misma, al tiempo que todos giraban en el tíovivo.
Varios matrimonios fueron a la feria con sus respectivos hijos, que felices montaron en varias cosas y por ultimo en los elegantes caballitos que brillaban con sus espejuelos, luces y canciones del momento.
Cuando todos volvían hacia el centro de la ciudad por la hoy conocida como Avenida de las Tres Cruces, la hija pequeña de uno de los matrimonios, que a su vez tenía un hermano algo mayor, cogió la mano de su madre y llorisqueó.
“Mamá, mamá. El caballito me mordió”.
Considerándolo una chiquillada muy imaginativa y que parecía querer prolongar la aventura, la mamá la despachó con un “Si, bonita si, malo el caballito”.
Pero apenas habían dado 20 pasos, la niña, de 4, 5 o 6 años, insistió
“Mamá, mamá. El caballito me mordió”.
Llamando ésta al marido para que siguiera la corriente de la nenita que ya se estaba volviendo pesada, en ese regreso a casa con la noche refrescando y ya cerrada.
Preguntada la niña, por eso de no desairarla, que dónde le había picado, y aplicado el típico beso curalotodo en el lugar indicado, amén del “sana, sanita, culito de rana, si no sanas hoy, sanarás mañana” (que encima en este caso venia que ni que al pelo pues la niña se quejaba de la parte alta de un muslo), siguió la comitiva como si nada.
Hecho el protocolo, de curación fantasma y siguiendo la niña cada equis tiempo repitiendo su frase
“Mamá, mamá. El caballito me mordió”.
Llegó el matrimonio a su casa, donde decidieron acelerar y simplificar a un colacao la cena de sus hijos, para que pronto se fueran a dormir, y también para ver si a la niña pequeña se le pasaba la perra, ya algo cargante, del
“Mamá, mamá. El caballito me mordió”.
Máxime cuando la examinaron la piel para que ella misma viera que no la había mordido el caballito, y ellos quedar tranquilos como padres ante tanta insistencia.
Pero, al día siguiente, cuando la fueron a despertar, la pequeña yacía muerta en su camita.
Una víbora que se había colado dentro de uno de los caballitos de cartón de esos de sube y baja, cuando la niña montó en él, sacó su pérfida cabeza envenenada de su escondite y mordió a la pequeñaja.
Paco Molina. Zamora. 17 de Enero del 2021
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