MAMÁ,
PAPÁ
No voy a hablar bien
de mis padres por el poco valor que tendrían mis palabras. ¿Qué hijo no lo haría?
Pero si quiero que
quede escrito que si tengo algo que merezca la pena se lo debo a ellos.
Lo mismo que avanzo
con una satisfacción rebosante, que es mucha la gente, que incluso pasados
muchos años de sus muertes, y sin venir a cuento, al enterarse de que yo era su hijo, o simplemente verme y
atreverse, me han dicho cosas de ellos que con alegria inmensa agradezco.
No, las razones por
la que me meto en estas confesiones que siguen son por si pueden ser útiles a
alguien en lo referente a la muerte.
Mi madre, una
persona, fundamentalmente dulce, frágil y aparentemente sin arrestos para vivir
sin marido, sacó una fuerza increíble de sí misma y escribió:
En una cartulina de esas
que en los años de la correspondencia postal se compraban para escribir cartas,
lo que le decía mi padre que estaba muriendo.
Era el año 1972. Me había
casado el 1 de Julio de 1970 y vivía con mi esposa en Zaragoza. Llamamos a
Zamora para felicitar en el Día del Padre (19 de Marzo) también al mío. Pero no
se pudo poner al teléfono porque le había sentado mal la comida.
Era tan golosón como
cariñosón, y bueno…no tuvo importancia ese hecho.
Pero el presunto
empacho fue un cáncer que empezando en el estómago se extendió al pulmón, tras
una milagrosa tregua en verano, acabando con su vida el 6 de Diciembre de 1972.
He pormenorizado
porque en aquellos años no se combatía ni la enfermedad, ni el dolor, como en
la actualidad, y por eso es necesario saber que fue el hecho de “ser de pulmón”
lo que derivó en las circunstancias que siguen:
Circunstancias que
mi padre, tan extremadamente inteligente y buenísima persona, me resumió en: “Esto
es morir sin calentura”, con su característico humor (bendita herencia papá).
No tenía ni fiebre,
ni dolores. Le faltaba cada vez con mayor frecuencia la respiración por lo que teníamos
bombonas de oxigeno en casa, que comprábamos en las farmacias.
La debilidad general
le iba invadiendo y cada vez le costaba
más hablar, y a nosotros (mi abuela, mi tío, mi madre, Paloma y yo) oírle.
Y aquí está el
milagro que consagra a mi madre, ante mí como perfecta, y ante el resto como
excepcional.
Con la apariencia de
no poder soportar las desgracias (yo asumí entre toda la familia directa, la
exclusividad de saber lo que le pasaba a mi padre) sin embargo decidió dejar
escrito lo que le decía el hombre de su vida cuando sabia de su cercana muerte.
En esas notas que no
ocupan más de un cartulina, aparte de disposiciones para la esquela, o cómo
avisar a los conocidos o respecto a su único nieto entonces (que el 17 de
Diciembre cumpliría su primer año) : “ Al pequeño, darle un beso todos los días
de mi parte, de su abuelito Paco”. “Decirle que ha tenido un abuelito que se llamaba
Paco”.
Le dijo a su mujer
Aurora, tal y como ella escribió, supongo que a lágrima viva:
“En un momento que
me quedé yo sola me dice: “A ver cómo te portas””, resumiendo perfectamente lo
que antes traté de describir hablando de la fragilidad de ella.
Y por fin llego a
donde quería. Ese papel lo encontré una vez más entre un montón de fotos ya largamente
antiguas, pero esta vez he reparado en algo que antes no me pareció tan
importante, sólo un alivio, y útil por si es algo universal.
En lo que al final
ha sido una carta de vida, de mi madre a mi, sin ella saberlo, y que titulaba:
“Cosas que nos ha dicho mi Paquiño querido”:
“Cosas que nos ha dicho mi Paquiño querido”:
Día 5 por la tarde.
“Ay, que bien me
encuentro a estas horas, porque estoy muy a gusto con vosotros”.
Día 6 por la mañana.
“Ya ves, estos días,
que son los más malos de la vida son los que más a gusto estoy pasando”.
Murió
esa noche con 65 años. Mi madre vivió 20 más, y cada día, si le vio, le daba
dos besos a mi hijo mayor, uno en nombre de su abuelo como él le pidió.
Costumbre que extendió a mi hija, cuando cinco años después vino al mundo.
Y yo, sólo, le doy
vueltas al texto redescubierto.
“Ya
ves, estos días, que son los más malos de la vida son los que más a gusto estoy
pasando”.
En una visita a los
campamentos de refugiados saharauis, gracias a la hospitalidad generalizada,
pero plasmada en el padre de familia de la casa que me acogió, me contaron por
qué el Te se tomaba en tres tandas.
El Te, que lo preparan
como parte del protocolo de la amistad, con parsimonia y dedicación, da pie
para ir hablando, y así, aquel hombre del desierto me regaló la sabiduría de
millones de seres humanos.
“Siempre tomamos
tres tazas que nos resumen lo que hay que saber, porque:
La primera sabe
amarga como la vida.
La segunda sabe
suave como el amor.
La tercera sabe
dulce como la muerte.”
¿Dulce como la
muerte?
“Ya
ves, estos días, que son los más malos de la vida son los que más a gusto estoy
pasando”. (Dicho por mi padre en la mañana
del día de su muerte 6 de Diciembre de 1972)
No temamos nuestra
propia muerte y si la de los demás, porque cuando una de esas llega, perdemos a
quienes tantísimo nos querían.
Paco
Molina-Zamora-4 de Marzo del 2015
Hermoso, Paco!
ResponderEliminarUn abrazo
Muchas gracias. Un beso fuerte
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