Quiero verte de cerca
Queridísimas y queridísimos amigos; y creedme, cada vez más apreciados y queridos:
Permitidme que con la autoridad moral que me da ser, desde hace unos
fatídicos meses, vuestro decano, os dirija unas palabras en recuerdo de la
memoria de Ramiro.
RAMIRO CARLOS MUÑOZ HAEDO
RAMIRO MUÑOZ HAEDO
RAMI
RAMIRO.
Y permitidme también, que rabioso por no haberlo tratado más
y más veces en las últimas décadas, suerte que tuvisteis otros, empiece
“presumiendo” de que lo conocí el primero, al margen claro está de su entrañable
hermano Guichi, a quien reiteramos un pésame de amigos abrumados por esta
jodida pérdida; tan inesperada encima.
Yo de Rami tuve la suerte de ser “hermano de chocolate”. Ya
sabéis que hay hermanos de sangre, hermanos de leche y hermanos de chocolate.
Considerados así, los que como los hermanos Muñoz Haedo y yo fuimos, y por
tanto somos, que eso no nos lo quitará ninguna maldita muerte.
Debieron de coincidir nuestras madres, como tantas madres con
sus niños pequeños, en el parque de San Martín, en nuestra bendita Zamora, y
hablando ellas entre sí en cada encuentro, dejaron crecer entre sus faldas la
amistad de sus hijos.
Y al crecer, y entrar y salir, por la Plaza Mayor y
alrededores, ¡¡ cuántas veces Dios!!, cuantas veces, llegábamos a la casa de Rami
a la hora de la merienda, y su madre Carmina, qué espléndida y encantadora
persona, preguntaba: “¿Has merendado Paquito?”. Y uno de los hermanos resolvía
la incómoda respuesta: “No. No ha merendado, venimos de….”
La respuesta era incómoda porque suponía que le dieran a uno
de merendar, aunque luego se correspondiera otro día en la propia. Y así, Doña
Carmina, se ponía a preparar la misma merienda para sus hijos, y el amigo de
turno. Mientras yo miraba al interesante padre de Rami, Don Ramiro, un señor tremendamente
entrañable y fascinante, que era sastre, con un taller de confección que se
extendía por la casa y el local de
arriba, y que hacía que aquello fuera un
bullicio continuo.
Lista la merienda, y convertidos los tres en “hermanos de
chocolate” pues la mayoría de las veces y en todas las casas, era de “pan con chocolate”, bajábamos las
escaleras de madera -desde un segundo, sin ascensor por supuesto- en un segundo, a ver
quien corría más haciendo un ruido atronador al pisotear con fuerza.
Cuando me dijisteis que Ramiro había muerto pasé
deliberadamente por la esquina de la Plaza Mayor y la calle Renova. La casa de su
infancia por fuera permanece idéntica, aunque el portal está siempre cerrado, y
no pude ver si aún existía y cómo era realmente, que algo la he olvidado, la
“resbalina religiosa” que tenía.
Algunos portales, en el hueco de la escalera, abajo en el
portal, tenían una pendiente muy inclinada por la que jugábamos a deslizarnos
de niños, supongo que a falta de estaciones de esquí en los años 50 (del siglo
pasado) que es de los años que hablamos. De ahí lo de “resbalina”, que lo
de “religiosa”, ni idea. Aunque tal vez
fuera “resbalina prodigiosa”
En realidad, lo que buscaba pasando por el portal “conscientemente”,
lo que quería, era volver a aquella
época. O cualquier otra. Volver el tiempo atrás y poder verle a él. Que todo
siguiera igual. Como queréis todos vosotros. Lástima no haberlo disfrutado más.
Ramiro, era todo un Senator, un senador.
“Joder, Paco, toda la vida en contra del senado, y ahora vas tú
y dices que yo era un SENADOR”. Me
parece estarlo viendo con un comentario como éste, tan suyo en la estructura, acompañado
de su propia y reconfortante carcajada.
Me refiero a esos Senadores que conocimos todos, y él también,
en las inolvidables sesiones matinales o de la sesión infantil (a las tres y
media y con “emblema”), del Cine Barrueco, o el Principal, o el Ramos Carrión,
o el Valderrey. Cuando nos forjábamos todos, niños aún, en el tipo de persona que ahora somos, cada cual a su manera.
Rami, era como aquellos senadores de las películas de
romanos. Con porte, con elegancia, con conocimientos, de una inteligencia
profunda. Es más, una túnica de senador romano le hubiera quedado impecable a
su fisonomía.
Y así lo vi siempre. Incluso Senador en el temple. Ya desde
niño sus reacciones eran pausadas, “Halá, Luis, ya verás mamá cuando se
entere”, aseveraba, sin mayor estridencia, si su hermano pequeño había roto el
pantalón cuando saltábamos una tapia.
Esa elegancia, la tenía hasta en la estructura física y los
movimientos que acompañan a esta, que recuerdo, pensando y pensando en él, de
qué manera especial ponía los dedos para
jugar a las bolas o a los chapetes.
Incluso el pantalón corto de la época, que todos usábamos cual
ritual, hasta que alcanzábamos cierta edad, le quedaba bien. Aunque aquí
supongo que influyó el tener al profesional en casa.
Ramiro era lo que se conoce por “todo un caballero”. Y toda
su vida lo fue.
Cuando a aquellas personas que sabía podían conocerle y
recordarle, les comunicaba la fatalidad, todas, indefectiblemente, comentaban
lo mismo. “Si, Ramiro, que eran dos hermanos, claro que me acuerdo. Tan
agradable, tan educado, se alegraba tanto cada vez que nos encontrábamos… “.
Pero Ramiro era aún más, tenía aún valores más profundos, más
importantes, más rotundos.
Su carácter SOLIDARIO. La forma en que engarzó la preparación
académica con su hermano Luis para superar la carencia económica que había para
afrontar los estudios universitarios en la época, es digna de subrayarse. Y así
él decide, y digo él, porque ese fue el orden, que trabajará de delineante y
sufragará los gastos de la carrera de su hermano. Para luego, su hermano del
que afortunadamente no hay que hablar hoy, corresponder, trabajando él para que
Ramiro obtenga la licenciatura, naturalmente. Pero es Ramiro quien empieza
protegiendo las espaldas de su siempre tan querido hermano pequeño. En
cualquier juego infantil siempre cargó, voluntariamente y feliz, con esa tarea,
cosa que le marcó y embarcó en una oferta de ayuda constante a quien le
necesitara.
Su inteligencia, capacidad de esfuerzo y afán de conocimiento
y cultura, le hacen aprobar el mismo año las oposiciones a agregado y cátedras
de Instituto de Enseñanzas Medias. Mérito más rotundo de lo que parece dicho
sin más. Y ejerce de Catedrático de Historia, lo que luego extenderá a la
Universidad en su Alicante adoptivo y adoptante, que hasta ha sido personaje en
las Hogueras de San Juan de este año 2013, del profundo y admirado recuerdo que
ha dejado. Y Alicante no es un sitio pequeño en el que se conozcan todos. Más
mérito aún.
Su valía, su dulzura y su atractivo, unido a un bonito uniforme
militar (está haciendo la mili), le convierten en un galán en ciernes, y eso le
permite conquistar a una niña preciosa, años menor que él, de ahí lo de niña,
que le hizo rabiosamente feliz. Y viceversa, que Ramiro siempre daba más de lo
que recibía, aunque aquí por problemas de intimidad no sabemos si así fue
(¿Quién daba más?), ni nos importa. Digamos, eso sí, que la cara de felicidad y
complicidad de ambos hablaba por sí sola.
Casado con Mabel, extraordinaria mujer y más extraordinaria
persona, pudo dedicarse a vivir la vida “y ahí me las den todas”. Sin embargo y
eso ha sido trascendente en su trayectoria como persona, Ramiro se forjó
solidario, era solidario, quería a la gente; y militó en la izquierda.
De esto nos ha quedado el inmejorable elogio de sus amigos y
compañeros de los sitios por los que pasó, donde vivió y donde sembró ejemplo
dando ejemplo, lucha haciendo lucha, militancia militando.
Te despido amigo, te despedimos amigo. Como poco fuiste
nuestro amigo del alma, amigo de toda una vida, de nuestras vidas. Fuiste un
genial resumen de lo que es la amistad. De cómo debe ser la amistad. Nos
enseñaste a darla, a regarla, a abonarla, a disfrutarla.
Estos bellos encuentros de la pandilla, que suelen coincidir
con “Las Edades del Hombre”, van marcando una edad que no se mide en años. Se
mide en sentimientos, en sensaciones, en abrazos de algo que ya ni sabemos lo que es.
Toda medida, todo lo que se mide, exige una unidad. La “unidad
de medida”, y tú Ramiro Muñoz Haedo, amigo, amigo, amigo, serás para
siempre “nuestra unidad de medida de la amistad”. Tú, que nos enseñaste a
querer a los amigos.
Nos servirás para
saber, para medir, cuánta amistad, afecto y entrega sentimos por tal o cual.
Ah!, esto se acaba, pero quede dicho que por tu esposa, Mabel,
y tu hijo, Héctor, no te preocupes, aquí estamos nosotros. Siempre alguno, o alguna,
estará a mano, cerca, tendiéndosela,
como siempre estuviste tú, respecto a nosotros, si era necesario.
Suerte tuvimos conociéndote ¡¡¡qué suerte!!!
Y qué mala perderte ¡¡¡qué mala!!!
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Paco Molina- Arévalo-6 de Julio del 2013.
Las Edades del Hombre.
Habitual encuentro de amigos de aquella adolescencia de los
años cincuenta, sesenta, y todos.
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