sábado, 6 de julio de 2013

Ramiro Muñoz Haedo. Zamora/Alicante

Ramiro es el cuarto por la izquierda de los que están de pie. Con gafas de sol. Nació en 1945 y falleció en Diciembre del 2012. Era nieto del Maestro Haedo, el que rescató la célebre marcha de Thalberg para la Semana Santa de Zamora .Además de este texto, en la entrada llamada una "pandilla entrañable", se habla de más amigos de siempre.



Quiero verte de cerca











Queridísimas y queridísimos amigos; y creedme,  cada vez más apreciados y queridos:


Permitidme que con la autoridad  moral que me da ser, desde hace unos fatídicos meses, vuestro decano, os dirija unas palabras en recuerdo de la memoria de Ramiro.


RAMIRO CARLOS MUÑOZ HAEDO


RAMIRO MUÑOZ HAEDO


RAMI


RAMIRO.


Y permitidme también, que rabioso por no haberlo tratado más y más veces en las últimas décadas, suerte que tuvisteis otros, empiece “presumiendo” de que lo conocí el primero, al margen claro está de su entrañable hermano Guichi, a quien reiteramos un pésame de amigos abrumados por esta jodida pérdida; tan inesperada encima.


Yo de Rami tuve la suerte de ser “hermano de chocolate”. Ya sabéis que hay hermanos de sangre, hermanos de leche y hermanos de chocolate. Considerados así, los que como los hermanos Muñoz Haedo y yo fuimos, y por tanto somos, que eso no nos lo quitará ninguna maldita muerte.


Debieron de coincidir nuestras madres, como tantas madres con sus niños pequeños, en el parque de San Martín, en nuestra bendita Zamora, y hablando ellas entre sí en cada encuentro, dejaron crecer entre sus faldas la amistad de sus hijos.


Y al crecer, y entrar y salir, por la Plaza Mayor y alrededores, ¡¡ cuántas veces Dios!!, cuantas veces, llegábamos a la casa de Rami a la hora de la merienda, y su madre Carmina, qué espléndida y encantadora persona, preguntaba: “¿Has merendado Paquito?”. Y uno de los hermanos resolvía la incómoda respuesta: “No. No ha merendado, venimos de….”


La respuesta era incómoda porque suponía que le dieran a uno de merendar, aunque luego se correspondiera otro día en la propia. Y así, Doña Carmina, se ponía a preparar la misma merienda para sus hijos, y el amigo de turno. Mientras yo miraba al interesante padre de Rami, Don Ramiro, un señor tremendamente entrañable y fascinante, que era sastre, con un taller de confección que se extendía  por la casa y el local de arriba, y  que hacía que aquello fuera un bullicio continuo.


Lista la merienda, y convertidos los tres en “hermanos de chocolate” pues la mayoría de las veces y en todas las casas,  era de “pan con chocolate”, bajábamos las escaleras de madera -desde un segundo, sin  ascensor por supuesto- en un segundo, a ver quien corría más haciendo un ruido atronador al pisotear con fuerza.


Cuando me dijisteis que Ramiro había muerto pasé deliberadamente por la esquina de la Plaza Mayor y la calle Renova. La casa de su infancia por fuera permanece idéntica, aunque el portal está siempre cerrado, y no pude ver si aún existía y cómo era realmente, que algo la he olvidado, la “resbalina religiosa” que tenía.


Algunos portales, en el hueco de la escalera, abajo en el portal, tenían una pendiente muy inclinada por la que jugábamos a deslizarnos de niños, supongo que a falta de estaciones de esquí en los años 50 (del siglo pasado) que es de los años que hablamos. De ahí lo de “resbalina”, que lo de  “religiosa”, ni idea. Aunque tal vez fuera “resbalina prodigiosa”


En realidad, lo que buscaba pasando por el portal “conscientemente”, lo que  quería, era volver a aquella época. O cualquier otra. Volver el tiempo atrás y poder verle a él. Que todo siguiera igual. Como queréis todos vosotros. Lástima no haberlo disfrutado más.


Ramiro, era todo un Senator, un senador.


“Joder, Paco, toda la vida en contra del senado, y ahora vas tú y dices que yo era un SENADOR”.  Me parece estarlo viendo con un comentario como éste, tan suyo en la estructura, acompañado de su propia y reconfortante carcajada.


Me refiero a esos Senadores que conocimos todos, y él también, en las inolvidables sesiones matinales o de la sesión infantil (a las tres y media y con “emblema”), del Cine Barrueco, o el Principal, o el Ramos Carrión, o el Valderrey. Cuando nos forjábamos todos, niños aún,  en el tipo de persona que ahora  somos, cada cual a su manera.


Rami, era como aquellos senadores de las películas de romanos. Con porte, con elegancia, con conocimientos, de una inteligencia profunda. Es más, una túnica de senador romano le hubiera quedado impecable a su fisonomía.


Y así lo vi siempre. Incluso Senador en el temple. Ya desde niño sus reacciones eran pausadas, “Halá, Luis, ya verás mamá cuando se entere”, aseveraba, sin mayor estridencia, si su hermano pequeño había roto el pantalón cuando saltábamos una tapia.


Esa elegancia, la tenía hasta en la estructura física y los movimientos que acompañan a esta, que recuerdo, pensando y pensando en él, de qué manera especial  ponía los dedos para jugar a las bolas o a los chapetes.


Incluso el pantalón corto de la época, que todos usábamos cual ritual, hasta que alcanzábamos cierta edad, le quedaba bien. Aunque aquí supongo que influyó el tener al profesional en casa.


Ramiro era lo que se conoce por “todo un caballero”. Y toda su vida lo fue.


Cuando a aquellas personas que sabía podían conocerle y recordarle, les comunicaba la fatalidad, todas, indefectiblemente, comentaban lo mismo. “Si, Ramiro, que eran dos hermanos, claro que me acuerdo. Tan agradable, tan educado, se alegraba tanto cada vez que nos  encontrábamos… “.


Pero Ramiro era aún más, tenía aún valores más profundos, más importantes, más rotundos.


Su carácter SOLIDARIO. La forma en que engarzó la preparación académica con su hermano Luis para superar la carencia económica que había para afrontar los estudios universitarios en la época, es digna de subrayarse. Y así él decide, y digo él, porque ese fue el orden, que trabajará de delineante y sufragará los gastos de la carrera de su hermano. Para luego, su hermano del que afortunadamente no hay que hablar hoy, corresponder, trabajando él para que Ramiro obtenga la licenciatura, naturalmente. Pero es Ramiro quien empieza protegiendo las espaldas de su siempre tan querido hermano pequeño. En cualquier juego infantil siempre cargó, voluntariamente y feliz, con esa tarea, cosa que le marcó y embarcó en una oferta de ayuda constante a quien le necesitara.


Su inteligencia, capacidad de esfuerzo y afán de conocimiento y cultura, le hacen aprobar el mismo año las oposiciones a agregado y cátedras de Instituto de Enseñanzas Medias. Mérito más rotundo de lo que parece dicho sin más. Y ejerce de Catedrático de Historia, lo que luego extenderá a la Universidad en su Alicante adoptivo y adoptante, que hasta ha sido personaje en las Hogueras de San Juan de este año 2013, del profundo y admirado recuerdo que ha dejado. Y Alicante no es un sitio pequeño en el que se conozcan todos. Más mérito aún.


Su valía, su dulzura y su atractivo, unido a un bonito uniforme militar (está haciendo la mili), le convierten en un galán en ciernes, y eso le permite conquistar a una niña preciosa, años menor que él, de ahí lo de niña, que le hizo rabiosamente feliz. Y viceversa, que Ramiro siempre daba más de lo que recibía, aunque aquí por problemas de intimidad no sabemos si así fue (¿Quién daba más?), ni nos importa. Digamos, eso sí, que la cara de felicidad y complicidad de ambos hablaba por sí sola.


Casado con Mabel, extraordinaria mujer y más extraordinaria persona, pudo dedicarse a vivir la vida “y ahí me las den todas”. Sin embargo y eso ha sido trascendente en su trayectoria como persona, Ramiro se forjó solidario, era solidario, quería a la gente; y militó en la izquierda.


De esto nos ha quedado el inmejorable elogio de sus amigos y compañeros de los sitios por los que pasó, donde vivió y donde sembró ejemplo dando ejemplo, lucha haciendo lucha, militancia militando.


Te despido amigo, te despedimos amigo. Como poco fuiste nuestro amigo del alma, amigo de toda una vida, de nuestras vidas. Fuiste un genial resumen de lo que es la amistad. De cómo debe ser la amistad. Nos enseñaste a darla, a regarla, a abonarla, a disfrutarla.


Estos bellos encuentros de la pandilla, que suelen coincidir con “Las Edades del Hombre”, van marcando una edad que no se mide en años. Se mide en sentimientos, en sensaciones, en abrazos de algo que ya ni sabemos  lo que es.


Toda medida, todo lo que se mide, exige una unidad. La “unidad de medida”, y tú Ramiro Muñoz Haedo, amigo, amigo, amigo, serás para siempre “nuestra unidad de medida de la amistad”. Tú, que nos enseñaste a querer a los amigos.


 Nos servirás para saber, para medir, cuánta amistad, afecto y entrega sentimos por tal o cual.


Ah!, esto se acaba, pero quede dicho que por tu esposa, Mabel, y tu hijo, Héctor, no te preocupes, aquí estamos nosotros. Siempre alguno, o alguna, estará a mano, cerca, tendiéndosela,  como siempre estuviste tú, respecto a nosotros, si era necesario.


Suerte tuvimos conociéndote ¡¡¡qué suerte!!!


Y qué mala perderte ¡¡¡qué mala!!!


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Paco Molina- Arévalo-6 de Julio del 2013.


Las Edades del Hombre.


Habitual encuentro de amigos de aquella adolescencia de los años cincuenta, sesenta, y todos.






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