LA MANO
QUE COJA MI
MANO.
Sobre un miedo que
va creciendo por momentos; a enfermar, a no llegar a fin de mes, a perderlo
todo o casi todo, al qué será de los niños, a morir.
Sobre un miedo que
se va trocando en pánico al futuro por si no llega.
Sobre todo ese
dolor, se ha acumulado y se está acumulando uno inesperado.
A causa de la pandemia
del Corona Virus las personas están muriendo solas, y por temor al contagio
encima no se permite que sus familiares vayan ni a acompañarlas en su lecho, ni
a velar sus restos.
Cuentan las
enfermeras que a su dura misión se está uniendo otra más inesperada e ingrata aún de lo que cabía imaginar.
Sienten lastima por
los “abuelos” que están muriendo solos,
sin que el calor de quienes les quieren esté cerca, y ellas espontáneamente
les cogen las manos para que sientan,
aunque sea enguantadas, lo que siempre fue manifestación de cariño entre
personas, el tacto, la caricia tierna, el beso.
Poniéndome en esa
tesitura, y esperando que todas las personas seamos más o menos parecidas y que
por lo tanto lo que cuente pueda servir de algo por comparación, vamos a ver
cómo serían los acontecimientos, y vamos a ver que no hay motivos para añadir
dolor al que de por si supone la pérdida de alguien al que se quiere.
Si entro en el
tobogán de esta enfermedad, a parte de las molestias que pueda originar,
pensaré aunque no quiera, si tal vez estoy camino de la muerte.
Y recordaré que en
ella, muerto, se está bien, como dormido,
tan dormido que no estás en ninguna parte.
Pero no querré
morir, me engañaré con la de cosas que me quedan por hacer, con que no quiero
causarles esa pena a mis hijos y nietos, con que aún no es el momento, con que quedan
tantas caras y sitos bonitos por ver, tantas charlas con amistades por disfrutar,
tanto que leer y escribir.
Muchas razones hay
para no morir, pero todas se resumen en una, en el instinto de supervivencia,
ese que tira con fuerza hacia la vida.
Cuando no se quiere
morir, pero la muerte, aún siendo dulce, está ahí, ¿quién me ayudará a
afrontarla?.
Curiosamente me
ayudará la propia enfermedad que me va a matar.
Las dolencias, la
pérdida de vitalidad, de aire, de salud, harán que quiera escapar de ese
malestar, de ese dolor del cuerpo que agobia al alma.
Agotado de vivir no
me importará tanto que ocurra algo que me alivie.
Encima ahora, con
los cuidados paliativos, no hay dolor
porque lo quitamos gracias a la ciencia.
Y además, que quitando
el dolor se quita también aquello que nos ahogaba y angustiaba, la imaginación,
el raciocinio fatídico.
Qué pena no poder
despedirme de mis hijos y darles recados para mis nietos, pero…….
¿Qué les iba a
decir?
Que les quiero, que
les quise hasta el límite, que por mi no se preocupen, que no voy a estar
haciendo lo que querría pero que donde esté no estaré nada mal.
Para los nietos ni
sabría qué decirles. Bueno, que les recuerden que les quiero y que quiero que
sean muy felices y que selo pasen bien.
En resumen, si
estuvieran allí no haría otra cosa que repetir “te quieros, te quieros, te
quieros, te quieros,……”.
Confesión de que
uno, cuando quiere también quiere, con su
“te quiero”, que le quieran. Que te quieran.
Pero si no están,
con que sepan eso basta, que les quiero, como todo el mundo quiere a los suyos.
Les quiero.
Y cuando quien sea,
hombre o mujer, me coja la mano para sustituir a mi familia, si aún conservo la
consciencia, sabré que si no me toman el pulso es el final.
Y miraré los ojos de
esa mano, y en ellos veré a mis hijos, a mis nietos, a todos los amores, a
todos los amigos y a la humanidad entera
con la que compartí existencia, risas y luchas.
E incluso veré a esa
persona que en nombre de la sociedad que me da cobijo me despide con ese
inmenso detalle.
Y dormiré feliz.
Todos los muertos, todos, descansan felices y en paz
Así pues, que mi
familia no sufra porque haya muerto sólo.
Salvo que no me
apetecía morir aún, ni sólo, ni acompañado, todo habrá ido bien.
Que sufran como
todos sufrimos al perder a alguien que nos quiere y queremos.
Pero que no sufran
por no poder acompañarme; no es una despedida en la estación, que el tren ya
partió. Yo se que les hubiera gustado estar conmigo, dándome vida con su amor.
Pero si no pudo ser no pasa nada.
Además que yo soy el
primero que no quiere que corran riesgos de contagio, que si yo soy “el abuelo”
es porque ya tuve la suerte de vivir y de cuidarles.
Y caray, si mi lucha
siempre fue para que fueran felices, que
la tristeza que les produzca mi adiós no les robe ni un ápice de esa
felicidad que, por encima de todo, por encima del mundo, yo quiero para ellos.
Estad tristes pues,
en lo que sea inevitable, pero por mí no sufráis que no quiero que sufráis por
nada, y menos por mí que tanto os quiero.
Ah!! y respecto a mi
cuerpo, que he oído que se pierden por ahí, no os preocupéis. Creo que existe
una sepultura familiar esperándome, pero si acabo en otra, qué más da, no creo
que el otro proteste, porque los muertos no existimos, salvo tal vez en el recuerdo.
Paco
Molina. Zamora. 30 de Marzo del 2020
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