Entre las virtudes
de la inteligencia superior de Felipe estaba su ilimitado sentido del humor.
En esa línea, una de
sus guasas era irse el último de las reuniones o encuentros de amigos (y
recomendarnos a los demás que hiciéramos lo mismo), porque de lo contrario,
según él y su humor de calidad, los demás hablaríamos mal de él, tal y como
suele hacerse con quien se ausenta primero de un grupo.
La maldita mala
suerte ha querido que él sea el que primero se ha ido, y ahora toque hablar,
qué cosas, bien de él; que aunque lo merece y de sobra, no querríamos tener que
hacerlo en estas circunstancias
Murió una
extraordinaria persona. Alguien fundamentalmente especial. Persona distinta.
Ingeniero Industrial,
trabajó en la empresa privada; y tras descubrir lo que es y distingue, al
dinero de la calidad de vida, se pasó con armas y bagajes a la Enseñanza.
Lo conocí cuando
casado con su inmejorable esposa (Teresa Santacana Gómez) eran ambos profesores
de la Universidad Laboral de Zamora.
Ella daba clases de
Física y Química, y él de su materia (Mecánica y Mecanismos) en la Escuela de
Ingeniería Técnica Industrial del propio centro.
Aunque los dos
acabaron en Valladolid, pues al integrarse las Universidades Laborales donde
debían (Ministerio de Educación) ella pasó a un instituto de allí y él a la
Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de la Universidad de
Valladolid.
Ambos como
catedráticos, él tras su tercera oposición, pues no en vano hubo de añadir a la
de las Laborales, la de Profesor Titular de Universidades y la de Catedrático
de Universidad.
Esto ocurrió a finales de los años 80 del Siglo XX.
Pero antes, cuando
los conocí, conviene saber que en las Universidades Laborales (únicamente 21 en
toda España) se impartían estudios de Bachillerato, FP y diversas ingenierías o
estudios universitarios de 3 cursos (carreras técnicas o peritajes).
Y que la de Zamora
aún la regentaban los Salesianos.
Felipe Montoya
reunía una serie de condiciones tan humanas que lo hacían destacar por su gran
excepcionalidad.
Baste, en mi caso,
citar 3 anécdotas que permitirán (re)conocerlo mejor y hacer que permanezca más
tiempo en la memoria de todos.
Cosa buena en si
porque nos será positivo querer ser como él fue.
Cuando llegué a la
Universidad Laboral (1977), Teresa Santacana, Jaime Santo Domingo (otra gran
persona) y él, constituían un tándem de amistad (que se completaba
espléndidamente con Charo, la mujer de Jaime, que se dedicaba también a la
docencia aunque no en nuestro centro).
Pasados unos meses
del comienzo de mi primer curso en dicho (y dichoso) lugar, un día Jaime me
indica que le gustaría hablar conmigo en privado.
Así lo hacemos, sin
tener yo idea de por dónde iba a ir la cosa, pero encontrándome después con lo
que para mí era el primer caso de la Historia (al menos mía), de que alguien me
declarara su deseo de amistad.
Pues así fue, ya
que, para mi sorpresa e infinita satisfacción, Santo Domingo me planteó lo
siguiente.
Que él iba como embajador
del grupo ya mencionado, y quería decirme que ellos, tras observar lo que yo
decía en los claustros, sala de profesores, y supongo que en los pasillos,
habían decidido que querían que los aceptase como amigos (o que pretendían que
quisiese ser su amigo).
La conclusión era
sumamente grata para mí en cualquier versión; y no sólo dije SÍ, a esa
declaración, sino que además busqué esa amistad.
En toda esta
anécdota, Felipe Montoya, sin duda, tuvo una gran importancia para configurar
la base de tal razonamiento, propuesta y despropósito genial (por lo poco común
del asunto).
Y no es que Felipe
necesitara buscar amigos, que dado su carácter, forma de ser y lealtad a las
personas, fue aumentando el número de sus seguidores de carne y hueso hasta
convertir su “adiós”, en un acto de confirmación de su valía impagable.
Otra anécdota que lo
perfila, tuvo que ver con su apuesta por una enseñanza que respete al alumnado.
En la Universidad
Laboral (de Zamora) se impartían estudios de Bachillerato, Formación
Profesional (nivel I y II) e Ingeniería Técnica Industrial.
Felipe Montoya, en cuanto
que Ingeniero Superior Industrial, había sido contratado y había aprobado las
oposiciones: fundamentalmente para
enseñar a los alumnos de Ingeniería.
Pero un curso
resultó que él (y no recuerdo si algún otro) no tenía horas suficientes para
completar su horario con clases de Ingeniería. Entonces el estaff directivo rechazó
otras alternativas, y dos ingenieros se vieron obligados a dar clases a alumnos
de FP I.
El problema para
Montoya era qué, ¿cómo iba a dar él con solvencia, clases de una materia que no
sabía, y que incluso aprendiéndola, nunca la dominaría pues se trataba entre
otras cosas de enseñar a limar (con lima)?.
No obstante y tras
un curso de continuas denuncias, él cumplió con su deber.
Pero habiéndole
indicado su deber que no había derecho a que a los alumnos no se les pusiera el
mejor tipo de profesorado, y entendiendo que ellos sabían más que él (el
profesor) optó por darles a todos “sobresaliente”.
Tal medida,
ingeniosa y no dolosa, amén de reivindicativa, no podía ser soportada por el
alto mando de las 21 Universidades Laborales (que entonces eran un organismo
autónomo incrustado en el Ministerio de Trabajo).
En consecuencia le
abren un expediente informativo (esos procesos que si resulta que te consideran
culpable, te castigan).
Pero todo acabó
bien, porque Montoya tenía razón, porque la medida usada para la protesta era
sorprendente e inocua, y porque la cantidad de apoyos, incluso escritos, que tuvo
Felipe (dándole la razón y dándole la amistad) hicieron ver a quien
correspondiera que era mejor dejar las cosas estar, y utilizar a cada cual para
enseñar lo que mejor pudiera enseñar según sus conocimientos.
Fue Felipe Montoya
una bella persona, un brillante profesor, un valiente profesional, un audaz
reivindicalista.
Y vamos a ahora con
la anécdota que refleja, de las que conozco y recuerdo, ese espíritu de buena
persona, de hombre cálido, de amigo hermano.
En 1979 yo he
sufrido un shock anafiláctico. Todo indica que algún medicamente me produjo ese
peligroso síntoma de alergia. Por tanto hay que ir a Valladolid a hacerme unas
pruebas.
En la citación médica
no quedan muy claros los pormenores de las mismas, deduciéndose únicamente que
debía de acudir acompañado de alguien que haría de testigo y con la espalda
lavada.
Pues bien al contar
esto a mis amigos, él, mi amigo Felipe Montoya, se ofreció como un rayo (a
acompañarme).
Feliz y contento por
su reacción, tan veloz y desinteresada, reímos sobré quien de los dos era el
que debía llevar la espalda lavada, cosa que no quedaba clara como se dijo.
Y como el problema
no era mayor, ya que solíamos ir por la vida con la cabeza bien alta y la
espalda aseada, allí nos fuimos el día convenido. Llenos de intriga, todo hay
que decirlo.
Y razón teníamos en
intrigarnos, pues:
A mí me extrajeron
sangre del brazo como se hace ante una analítica convencional.
Para luego, con esa
sangre, ir (en otro habitáculo claro) contra Felipe; que al final era quien
debería llevar la espalda lavada, porque le pincharon en ella unas 10 veces en
lugares diferentes, depositando en cada uno de los agujerillos que le hacían,
una gota de la que resultó mi pocha sangre.
Posteriormente, para
saber a qué medicinas era yo alérgico, depositaron en la espalda de Montoya, en
cada uno de los 10 agujeros de su espalda cargados con mi sangre, diez
sustancias medicinales distintas. O sea que le abandillearon más de 20 veces.
Era para ver cómo
reaccionaba yo (mi sangre) a cada tipo de medicina; pero todo sobre la espalda
de Felipe.
Para colmo, todas
dieron la correspondiente reacción, lo que afortunadamente, según él, no le
afectó, ni en el presente aquel, ni en el futuro venidero.
Aunque si obtuvo una
medalla más a su valentía como buena y entregada persona.
Éste era Felipe
Montoya, alguien genial, que como tal hizo felices a quienes le rodeaban, por
lazos familiares o de amistad y compañerismo; y sobre todo a su compañera
Teresa Santacana, que tuvo la inmensa suerte de vivir, disfrutar, soñar, reír y
cantar, con un hombre de esos que de cada varios millones sale uno, si es que
sale o no se estropea.
Él no se estropeó,
es más, mejoraba día a día, con su humor, con su hidalguía.
Lo cierto es que
ella se lo mereció, lo mismo que él la mereció a ella, a la que supo buscar, a
la que supo encontrar, a la que supo mimar, sabedor de que tenía una joya.
Felipe Montoya la
abrazó a ella, nos abrazó a todos, con sus largos brazos de inteligencia y
ternura.
Qué gran persona.
Inolvidable Felipe Montoya Moreno. Caballero del alma, entrañable amigo.
Paco
Molina. Zamora. Mayo del 2017.
Emocionadisimo. Buenísima gente. Primo de mi padre
ResponderEliminarMi esposo Dr.en Física de Buenos Aires José Ruzzante y yo Lic Alicia Kedinger fuimos amigos de Teresa y Felipe de quienes guardamos recuerdos maravillosos
ResponderEliminarDejo mi mail por si Tere deseara comunicarse conmigo pues he perdido su contacto akedinger@gmail.com
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