Si para determinar
la duración de lo que llamamos Historia de la Humanidad, aplicamos el acertado
criterio del zamorano y pensador Agustín García Calvo, veríamos que ésta no
tiene más allá de 20.000 años.
El criterio de AGC
es el de que no podemos llamar Historia a lo que no conocemos, y por lo tanto
sólo podemos considerar como Historia al periodo de nuestra especie (animal) en
el que existía la escritura, ya que ella deja testimonio (aunque sea falso) de lo
que en esos tiempos pasó.
Y como la escritura
se inventó hace poco, pues eso, de nosotros mismos poco sabemos (o dicho de
otra forma, lo que de nosotros sabemos lo sabemos desde hace poquito).
En efecto, 20.000 años
(llevamos sólo 2.000 tras las referencias a Cristo) desde que existe la
escritura documentada, es un Porción de tiempo minúscula en el existir del homo
sapiens, ya que se sospecha que éste, como mínimo va por encima del medio
millón de años de existencia (con menos o más sapiencia).
Pues bien, si nos
remontamos al periodo en que nuestros antepasados se bajaron de los árboles
(teoría de la evolución) debemos convenir y aceptar que las cosas eran así en
lo referente a la maternidad y paternidad.
Las hembras, cuando
tenían un bebé, se convertían en las madres de la criatura indubitablemente.
Y la criatura pasaba
a tener una mamá.
Sin embargo, en la
época de la que hablamos el recién nacido no tenía padre por la sencilla razón
de que: 1º no se sabía quién era y 2º no se sabía ni siquiera si el macho
pintaba algo en el asunto.
Y en este plan debieron
de pasar miles y cientos de miles de años.
Porque al principio
la futura madre, ni sabía que se iba a quedar embarazada si tenía apareamientos
(lo mismo que aún hoy, cualquier hembra de cualquier especie de mamíferos no
sabe, ella, qué cosa determino o hizo, que se quedase en cinta).
Y después de ese
periodo largo de tiempo, cuando se supo que era a causa de los encuentros de carácter
sexual lo que traía como consecuencia los embarazos de ellas, durante otros
miles de años, siguió sin existir la figura del padre, porque por supuesto que
la, fortuitamente futura mamá, no se limitaba a encuentros monógamos y siempre
con el mismo macho.
Tampoco sabemos cuánto
duró este periodo en que la madre del bebe era conocida pero el padre era
desconocido. Aunque tuvo que ser muy largo, porque en esas fases de la
evolución humana la ciencia era muy lenta en sus descubrimientos.
Por tanto es
evidente que “madres han existido desde siempre y padres desde hace
relativamente muy poco”.
Tal vez por eso, y
por razones biológicas (que se acrecentaban a medida que avanzaba la cultura),
las mamás, en cuanto que sabían quién era su hijo, en cuanto que lo parían
(salía de ellas mismas), más las obligaciones que les impuso la tribu de
sacarlos adelante son madres al cien por cien (todas, salvo casos hiper aislados
de trastorno mental).
Sin embargo, la
función de padre es relativamente reciente (en el cómputo de tiempo que abarca
la evolución del género humano) y por supuesto toda ella lo es de carácter
cultural (aparte de la parte emotivo-instintiva de “saber” que esa criatura que
tuvo “su” mujer, procede de él, de su espermatozoide).
Entonces, desde ese
instante, la sociedad (o sea, la cultura de cada civilización) ha determinado y
dispuesto que los padres del bebé (la madre de siempre y el padre de antes de
ayer en el túnel del tiempo) lo son por igual, y por igual tienen que asumir las
obligaciones, que son las mismas, con la criatura (de quererla, de mimarla,
protegerla y ayudarla).
Y llegado aquí, ¿qué
queremos decir con lo que aquí decimos?
Que si durante un
gran periodo de tiempo, la madre siempre fue la madre, y el bebé la identificó
como mamá, eso ha podido generar en el ADN de la hembra humana un sentimiento de
maternidad más fuerte, instintivo y superior, que lo que hasta ahora lleva el
ADN del macho como sentimiento de paternidad.
Dicho a lo bestia:
la madre es más madre que el padre, padre.
Lo que explica, por
no remontarnos mucho, a que cuando en la postguerra española, la soltera del
mundo rural quedaba embarazada, era expulsada del hogar porque deshonraba,
según el padre, el buen nombre de la familia (nombre que era el del padre).
Por tanto y como consecuencia
de lo dicho, se debe considerar que lo mismo que en la aplicación de la
justicia existe una recomendación que dice que en caso de duda sobre si el
acusado cometió el delito es mejor no condenarlo; de igual manera en disputas
de madres con padres por la custodia de los hijos, en caso de duda (se repite, “en
caso de duda”) sobre quién de los dos tiene la razón, es razonable que se le de
la razón a la madre.
Porque en este supuesto,
aun si se cometiera (sin saberlo) un error, los hijos e hijas no iban a perder.
Paco
Molina. Zamora.18 de Septiembre del 2017
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