Molina
y el sexo por José Ángel Barrueco . Año 2002
Creo que fue hace un
mes y medio. Tomábamos un café (o quizá dos cervezas) en La Pinta de Oro.
Paco Molina me
hablaba de su libro, publicado por él mismo. Conversábamos de la edición y de
la literatura local.
Afuera, resonaban
las gotas de lluvia en la acera y creo que aparecí con el pelo empapado y
seguramente con los zapatos llenos de agua y de ranas.
Era una mañana algo
sombría por el temporal, de esas mañanas en que, en el interior de los cafés,
puedes jurar que en el exterior es de noche. Una de esas mañanas en las que aún
cavilas que, al irrumpir la tarde, saldrá el sol por el horizonte.
Le dije que había
visto el libro los primeros días en que se puso a la venta, en el escaparate de
alguna librería, y que el rojo pasional y agresivo (y político) de la portada
despertaba la mirada del curioso, pero no así su nombre y apellidos, porque
apenas se ven, escritos casi con timidez, como para no despertar sospechas.
Comencé la lectura
del arriesgado "No todo en la vida es sexo... por desgracia o la estafa
sexual" a la semana siguiente de aquella conversación.
Luego, por diversas
circunstancias, estuve apartado de mis deberes, que son las lecturas, y estos días
he vuelto a retomarlo, aunque solo llevo unos capítulos.
Me parece Molina un
tipo valiente, temerario, y su libro lo es aún más.
Recordemos que se
necesitan agallas, en una ciudad pequeña e inquisidora como esta, para saltar a
los escaparates con un título que aborda el tabú por excelencia, el sexo,
fuente de todo mal si nos fiamos de la opinión de algunos tribunales sectarios;
se necesitan agallas para editárselo uno mismo y presentarlo al lector en el
salón de actos de la Biblioteca Pública sin otra compañía en la mesa, a ambos
lados de los brazos, que el aire (y sabemos que presentar un libro en solitario
es poco menos que un suicidio); y también para fatigar las calles de esta
ciudad repartiendo folletos publicitarios donde se anunciaba el volumen, que
estas Navidades he tenido ocasión de ver en los parabrisas de muchos coches, y
que supongo habrá colocado el propio Molina, a pie y sin que se le caigan los
anillos.
Cuando una editorial
no respalda nuestros pasos porque no existe, esta actitud parece la propia.
Durante el acto en la
Biblioteca Pública, el autor se cuidó de advertir que no teníamos entre las
manos ningún catálogo de posturas del kamasutra, ni se reunían allí bosquejos
de experiencias propias, a la manera de unas memorias.
Fustigó la exclusividad
de los expertos en el tema e hizo reír al respetable con algunas opiniones
incendiarias, poco clásicas de una ciudad pequeña en la que pueden rebanarte el
garrote al mínimo traspies, sobre todo en temas de bajos fondos y partes
pudendas.
Atreverse con esto, ya
digo, es propio de valientes.
Hoy en cuanto, en público,
dejas caer algún comentario sobre el sexo, te miran igual que a un hereje, a un
extraño, a un enfermo.
Y, por lo que llevo
leído en los capítulos iniciales, creo que Molina trata de que reflexionemos
ante esa venda que la sociedad nos pone en los ojos: tiene mil disfraces y se
llama hipocresía.
Un tema, el sexo,
que no parece existir, dice, pero que sin embargo mueve millones y hunde el
hacha de su decadencia en tantas parejas y hogares, hasta que se van a
consultor a un sujeto que les diga cuanto quieren oír y les receta compartir el
mando del televisor para favorecer los coitus sucesivos.
Hablen por ahí con
la gente del tema: todo el mundo posee sus propias reglas. escrúpulos y
prejuicios, y se les cae la cara de vergüenza cuando en la tele se divisa una
teta, pero a la hora de la verdad el personal se va con cualquiera y hay
personas capaces de disfrazar una noche loca de sexo con los fulares sedosos
del amor.
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