“No me extraña que me llamen la suprema del Supremo”-le dijo la juez al
espejo que reflejaba su cuerpo recién duchado. Cuerpo por el cual todavía
pasaba, de vez en cuando, una toalla que arrestaba a las gotas que
habían escapado del primer y general secado.
Menos
mal que había tenido un buen día y se sentía alegre. Porque de lo contrario, y
con el calor que hacía, no habría podido soportar el tener que estudiar fuera de horas, el caso que le habían
encomendado en el juzgado.
Se
metió en la cama, y como si de una novela se tratara se puso a leer el
expediente. Estaba cómoda, interesada y animosa. Fuera, al otro lado de la
ventana abierta, la noche, esa estación del día donde se cruzan los viajeros de
la aventura.
I
Cuando
el importante señor X recibió la noticia de que estaba contagiado de SIDA,
sintió que su espina dorsal se convertía en espina de verdad, y sus vértebras
en otras pequeñas espinas que salían de la central. Tuvo la sensación de ser un
pez, colgado de un anzuelo y pescado por la muerte.
Fue días después, al buscar la causa del contagio,
cuando el Sr. X recobró algo de vida. Ese soplo de ánimo surgió del odio. Se
suponía que la razón de que hubiera llegado el apestado virus a su cuerpo era
una pequeña herida que presentaba en su glande.
A
partir de esa constatación, recordó lleno de ira.
II
María
era una preciosidad. Bien proporcionada, con senos de heladera italiana, cara
de Hollywood y piernas de turista sueca. Pero María era, sobre todo, una mujer
exquisitamente elegante.
Que un hombre cualquiera se fijara en ella era algo
espontáneo y natural. Que determinado hombre acabara cautivado por ella era el
desenlace lógico de una obra de arte. Porque María, por encima de su
atractivo estático, lo que resultaba ser de verdad era una profesional de la
seducción.
Seducir
al Sr.X fue sin embargo como pescar el pez adecuado, con el cebo adecuado y con
la caña adecuada. Y todo ello además, en una bañera.
El Sr.X era un mujeriego empedernido y un
coleccionista de conquistas. Por ello, para él, fijarse en María, desearla y
procurar poseerla, resultó inevitable. Y ello sin que ella aun ni hubiera
pestañeado .
Una
vez solos todo fue a las mil maravillas, hasta que de repente la situación
sufrió un brusco giro. María, que había permanecido semidesnuda, dejó ver que
no era simplemente una apetecible mujer. Se acabó de ofrecer por entero a aquel
hombre, y éste se encontró, sorprendido, ante la pelvis que veía.
Aquella atractiva muchacha tenía pene.
María
le obligó a una felación en la que ella era el macho. Y después, siempre con un
comportamiento exquisitamente femenino, pero con determinación, le obligó a
emborracharse.
Y cuando él ya era un pelele del alcohol, ella sacó
un extraño objeto que, tras manipularlo, se convirtió en un especialísimo
matasellos o estampilla.
III
Luis
Montalvo Salva era un joven de 29 años. Atractivo, de cara algo aniñada,
inteligente y correcto. Trabajaba de relaciones públicas de una importante
empresa internacional con incursiones en negocios de crédito.
Ello
le había permitido tratar con personas de gran solvencia, no sólo con motivo
específico de su trabajo, sino también porque dado su carácter agradable y
respetuoso, no era marginado cuando, tras los negocios, las tertulias o los
viajes, los contactos se prolongaban en ratos de esparcimiento.
Ratos
en los cuales, lo que se suele esparcir es el principal síntoma del machismo.
El síndrome del gallo.
IV
No
resulta nada difícil encontrar machos con el síndrome del gallo. Se les puede
olfatear fácilmente porque no sólo dan muestras de que se consideran los
mejores gallos del corral, sino que necesitan hacérselo saber a los demás. “Yo-
tratan de decir-¡sí que tengo espolones!”.
Pero lo que en muchos casos es fatuidad, en algunos
es perversión. Se reconoce a estos últimos porque paseando, con plumas de pavo
real, entonan un kikirikí de claro desprecio hacía las mujeres, y enarbolan la
cresta de la violencia.
V
Cuando
un hombre triunfa adquiere poder, y esto, el tener poder, permite, entre otras
cosas, el poder ser como se es .Quien gana la batalla del éxito económico
puede ser como es. No necesita doblegarse ante nadie, no necesita ser hipócrita
ante nadie, no necesita medir sus palabras ante nadie, no necesita
solicitar favores a nadie. Por ello puede manifestarse tal cual es; débil o
fuerte, sensible o déspota, tranquilo o bruto.
En el mundo en que se movía Luis Montalvo Salva, la
mayoría de los hombres habían triunfado, la mayoría de los hombres se
manifestaban tal y como eran. Por eso resultaba fácil detectar a esos gallitos
de pelea que pelean sólo contra mujeres.
VI
Para
la policía resultaba difícil seguir la pista de la Bella María-como decidieron llamarla-
pues la denuncia del señor X no permitía atar ni un solo cabo. El caso sin
embargo no fue relegado, debido a la influencia grande del denunciante.
Ello, el persistir, permitió encontrar a otro hombre
que, también en su glande, tenia la misma marca en forma de Z.
El
inspector que consiguió dar con esta pista no pudo extraer nada en claro del
depósito de cadáveres donde se encontraba, tras la autopsia, este otro seducido
por María. Salvo dos únicos datos, había muerto del SIDA y era un hombre rico.
La
Bella María se movía pues entre peces gordos. ¿Cuántos casos por tanto estarían
sin denunciar por miedo al escándalo?,¿Cuántas Z se estarían sentando en los
numerosos Consejos de Administración que constituyen la constelación del mundo
empresarial?
VII
María
conocía de sobra al Baboso Gordinflón. Era uno de estos machos que no sólo
cuentan sus heroicidades con las mujeres, sino que en su degradación, de la que
son ajenos, hacen ostentación de verdaderas aberraciones.
Aún le recordaba, sacudidas todas sus carnes por una
risa imponente, cómo contaba, con todo lujo de detalles, la forma en que sugirió a la más guapa de sus empleadas “que más le convenía
ser sugerente con él”, y cómo ella, que por supuesto había aceptado
el mensaje, ahora estaba contenta de las horas extras que le hacía
hacer.
En cuanto el sugerente gordinflón salió de los chiqueros, María
le recibió con el escote, le dio un par de chicuelinas cruzando y descruzando
las piernas, le puso tres miradas incendiarias, y el mismo D. Baboso completó
su propia faena proponiendo pasar a la habitación que ocupaba en el hotel.
VIII
El
detective contratado por el Sr. X, que esa noche había centrado su atención en
María por olfato -se limitó a buscar en ambientes de 5 estrellas- tuvo que
hacer un gran esfuerzo para no entrar en la habitación, hasta la que había
seguido al señor grueso y a su ligue, cuando aquél gritó como un energúmeno.
Si su pista era falsa podía tener problemas con el
hotel, y no le convenía, pues era un simple investigador privado. Prefirió por
tanto esperar, para seguir a María, ver dónde vivía y luego comprobar si era la
bella de la Z.
Cuando María desapareció en el edificio de
apartamentos de lujo, no suponía el detective Arias, que al día siguiente iba a
ser imposible que ninguno de los vecinos pudiera dar una pista sobre ella.
Por
eso, tras comprobar que al gordinflón de la noche anterior le habían coronado
con otra Z, Arias informó al señor X; qué, ansioso por vengarse de aquella
mujer, le pidió comentase todo lo averiguado a la policía.
En aquella casa, en efecto no vivía María, pero sí
Luis Montalvo Salva, sobre quien se centraron las sospechas.
IX
Luis y
María eran la misma persona. Se trataba de una transexual. Así en femenino,
porque su cuerpo, con ser ambiguo no le daba ambigüedad a su alma que era,
netamente, alma de mujer.
Pero
María tuvo constancia de que esta sociedad no es fácil para las mujeres, y
menos en el terreno profesional. Por eso tomó la determinación de presentarse como
hombre para buscar empleo.
Luego, al tener que vivir en un caparazón que no era
el suyo, eso hizo que María generase una feroz animadversión hacía ese tipo de
persona que no sólo es machista, sino que ejerce de tal.
Considerándolos culpables de ese ambiente
social que le impedía vivir sin falsedad, decidió dar un escarmiento a los que
pudiera, y por eso, mientras Luis el tímido, recogía la información,
María la seductora, atacaba a las presas elegidas, marcándolas con el
signo de la ZORRA.
Cuando era pequeña, algo parecido, lo había visto en
una película.
X
Al terminar de leer el informe la juez encendió un
cigarrillo. Y no había comenzado a meditar sobre el caso, cuando le sobresaltó
el timbre del teléfono.
-“¿Diga?”-
-“¿Qué tal .....ZORRA?”- (sintió cómo la piel se le
ponía de gallina).
Aunque habían pasado más de dos años reconoció la
voz de su ex marido-“¿Sigues tan zorra como siempre?” –del que se había
divorciado por malos tratos-
“Contesta, zorra, zorra, zorra”.
Las lágrimas cayeron por su cara, al sentir cada
palabra como un latigazo. Como aquellos latigazos que le dio el día que ella aprobó sus oposiciones de
judicaturas, al llegar la noche y denudarse para que ambos celebraran tanta
suerte. La había atado y con un látigo desahogó lo que los psicólogos llamarían
celos profesionales.
Sintió una rabia infinita contra aquel hombre que
seguía insultándola, y nada más colgar se vio identificada con Luis y María.
XI
Al día siguiente, a la hora de emitir el veredicto
la juez se sentía arrastrada por una tremenda simpatía hacía aquella acusada, y
dudó mucho a la hora de pronunciar el fallo. Pero al final se limitó a tratar
de ser lo más justa posible, como otras
veces, de lo contrario se hubiera sentido como una ZORRA.
Pacomolina
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