De vez en cuando
leemos que tal o cual productora cinematográfica busca un niño que se parezca a
un dinosaurio.
Ante ello la empresa
hace una convocatoria pública y a ella acuden madres con sus hijos que, al menos
en la mente de sus progenitores, tienen aspecto de dinosaurios.
Con estos en fila,
el director de la película selecciona al más parecido a un dinosaurio de todos
(y que además sepa interpretar, o sea, mentir mejor).
Todo este proceso es
lo que se llama “hacer un casting”.
En política ocurre
algo parecido pero más sofisticado.
Hay un casting para
seleccionar (por parte de los grupos izquierdocentristas, centristas y
derechocentristas) al político que mejor pueda engañar a la gente.
A este casting
(donde no hay padres, ni madres, pero si padrinos) acuden con sus hijos (aquellos
en los que tienen puestas todas sus complacencias) los partidos políticos.
Consistiendo el
casting en lo siguiente:
El grupo o los padrinos
del grupo van viendo quién de los nuevos,
caen bien dentro y fuera de la casa.
Conforme a esa apreciación,
el seleccionado irá ascendiendo dentro de la organización, una vez testado (o
sea, verificado) que seduce al pueblo (por lo bien que dice la verdad y la
gracia con que usa la mentira).
En términos
territoriales, es como si el político que aspire a serlo profesionalmente (a
vivir de la política) se tuviera que someter a un doble casting: primero local
(su pueblo), luego regional (su autonomía), nacional, etc.
Y decimos “doble
casting” porque en ese juego de selección va a depender, no únicamente de cómo le caiga (bien o mal) al
pueblo, sino también al “organidrama del partido”.
Y ahí es donde surge
el drama (de ahí que lo denominemos “organidrama”, y no simplemente “organigrama”)
porque los “padrinos del partido” (los que llevan viviendo de él un largo
tiempo) cuando aparece un hiper líder (querido por los de dentro y los de fuera)
teme que éste, como los entrenadores de fútbol, cuando llegue a la cumbre “renueve
a todo su equipo de colaboradores” (y a ellos se les acabe el castizo chollo).
De tantos castings
de este tipo y el paso de la historia, la derecha ha aprendido (ver el libro “El
Monstruo Rosa”) que para hacer que el pueblo trague las ruedas de molino de dar
más servicios con menos impuestos o hacer que la clase baja viva como la alta
dejando a la Constitución sin romperla ni mancharla, son mejores los políticos que
tiene cara amable que los que la tiene abrupta, por eso, hoy día, para el
Capital, es mejor Albert Rivera que Rajoy, mejor Inés Arrimadas que Albiol,
mejor Pedro Sánchez que los padrinos de Susana Diez.
Por tanto que el PP
sea sustituido por Ciudadanos para hacer lo mismo, que el orden siga ordenado,
es algo imparable.
Paco
Molina. Zamora. 6 de Enero. Día de Reyes. Por eso hablamos del trípode monárquico
capitalista español.
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