Cuba es una isla que
está en América.
En América, entre su
población, hay indígenas, es decir descendientes de aquellos pueblos que
poblaban aquellas tierras antes de que los españoles en nombre del nacionalismo
español (dicho esto para los que no son nacionalistas) desembarcaran allí para
poner orden (no sabían ni que existía Dios, ni que el verdadero era el nuestro,
ni lo que valía el oro).
Hemos dicho que en
todos esos países hay descendientes de aquellos indígenas o aborígenes; aunque esa
frase es en realidad una licencia poética, porque en Cuba no hay ni uno.
Tal vez por ser una
isla, ninguno de los pobladores de aquella tierra pudo escapar y quedar vivo
(la letra, de nuestros sacrosantos valores, con sangre entra, con sangre entró).
Pero claro, los
occidentales blancos no estamos para muchos trotes, y en consecuencia tuvimos
(en comandita con grandes países como Inglaterra, Francia, etc.) que raptar y
secuestrar negros ( y negras) que vivían tranquilamente en África, meterlos en
barcos, darles un máster acelerado de esclavitud durante la travesía, y
desembarcarlos en América con el correspondiente titulo de esclavo cum laude (y
con cadenas) en la mano (En realidad se les dio aprobado general en un rasgo de
generosidad que nos honra).
Dentro de esta repoblación,
necesaria para el progreso, muchos de ellos arribaron en Cuba, lugar en donde,
por no haber ya lugareños, urgían.
En Cuba dicha
población, aparte de dar lugar a lo que los cubanos de hoy día definen como lo
único bueno que llevó a la isla nuestra patria, las mestizas; generó otra cosa
por lo demás chocante: La Santería.
Es decir en la Isla
del Caribe, a pesar de que en nombre del Dios Verdadero (y algún otro interés
verdadero) los evangelizamos tan bien que no quedó ni uno; en Cuba, a pesar de
que es un país actualmente comunista, y que pretendió ser ateo; en Cuba
decimos, resulta que por esa cosas raras
de la vida, ahora hay más dioses que en ningún otro sitio.
Ya que la santería
es, en resumen, un potpourrí de inventos religiosos.
Establecido pues que
en Cuba hay más dioses por metro cuadrado que en Zamora iglesias románicas,
paremos a contar lo que queremos contar.
De uno de esos dioses,
cuyo nombre no sabemos, dicen que era tan bueno, tan bueno, que al crear el
mundo ni se le pasó por la cabeza crear la muerte, de tanto como nos amaba a
los humanos (al fin y al cabo, hijos de su invención).
Y así empezó la
vida.
Naturalmente, en lo social,
gobernaban los más viejos porque al tener más experiencia sabían más.
Pasados dos siglos
(por poner una cifra) se hizo evidente un problema (que crecía).
Los nuevos humanos,
los más jóvenes, no entendían, ni soportaban, las leyes que imponían los
veteranos.
Así hasta que el
conflicto llegó a tal punto que todos (ancianos y no tan ancianos) tuvieron que
ir a hablar con Dios (ese que era tan bueno que ni creó la muerte) y exponerle
los problemas que tenían.
Dios les escuchó
atento, y tras entender el problema, les pidió un tiempo para discurrir cómo
resolverlo.
La verdad es que, en
la medida en que al ser Dios era sumamente inteligente, no le llevó mucho
tiempo, y encontró la solución.
HABÍA QUE INVENTAR
LA MUERTE.
Resumiendo: Dado que
las religiones son inventos del hombre, los preceptos o enseñanzas que contienen
no son palabra de Dios, son Sabiduría Popular.
Y dicha sabiduría nos
indica que la muerte (aunque no la queramos ni para nosotros, ni para quienes
queremos, ni para nadie) es necesaria como fuente de relevo (de espacios, de
sentimientos, de leyes, de mandatarios, de vida).
Imaginémonos sin ir más
lejos, que no hubiera muerto nadie. Y otras moralejas.
Paco
Molina. Zamora. 18 de Enero del 2018
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