EL CIRINEO Y LA MAGDALENA
por Paco Molina
En la Semana Santa del año pasado
aparecieron unas pintadas por el caso histórico de Zamora en las que aparecía
un Crucificado que exclamaba. “ ¿Y para esto me han sacrificado, para fomentar
el turismo?”.
Aunque se rumoreó que la
procedencia era de una religión no católica pero si cristiana o precisamente
por eso, cabe preguntarse si el espíritu de la Semana Santa está degenerando o
no.
Para ello no hay que perder de
vista que la Iglesia Católica, como todas las organizaciones que en el mundo
han sido, son y serán, busca el crecimiento continuo.
En efecto, así es, tanto partidos
políticos, como ONGs, como sindicatos, como clubs de fútbol, etc, en la medida
que son grupos de personas y al margen
de sus fines específicos, todas tienen un objetivo común, llevan en su seno un
ansia desmesurada ¡el crecer!.
La razón es lógica, cuando una
organización es muy grande necesita gente que
se dedique a ella a tiempo total, y eso se paga. Han surgido los
liberados. Y cuanto mayor es la asociación mayor el número de personas que
viven a su costa y mejor pagadas.
Con esta idea, confesada o no,
alguien tuvo la feliz ocurrencia de sacar los santos a la calle inaugurando
así, sin saberlo, la primera procesión.
Con los santos desfilando se
conseguía vender el producto, la Fe, incluso entre quienes no iban a los
templos y quienes por tanto no veían el santoral.
La idea fue cuajando poco a poco
hasta desembocar en lo que ahora es la Semana Santa.
El éxito estaba cantado porque el
ser humano, por más que se auto defina como “humano” no deja de ser animal y
por tanto juguetón y niño hasta la tumba; con lo cual el escenificar un cuento
interesante en cuanto al argumento no podía caer en saco roto.
Imaginemos por un rato que todos aquellos
cuentos que nos contaban de niños desfilaran en la Semana de la Fantasía por
las calles de nuestro pueblo: en procesión y con distintos pasos que nos fueran
escenificando cuando le dio su mamá la cestita para la abuelita a Caperucita,
cuando se encontró al Lobo, como conversaron, el momento en que la comió, etc.
Y así un cuento cada día de la Semana. Pero si hasta la Cabalgata de Reyes hace
caer la baba de los mayores en igual cantidad que la de los niños.
Añádase a eso que la historia de
Jesús el Galileo es producto de una gran e imaginativa mente: resulta que hay
alguien que nos quiere tanto que como ve que vamos a ir al infierno no duda en
sacrificar lo que más quiere, su hijo,
para salvarnos, y a partir de ahí aparece una madre virgen, una entrada
triunfal en burro en Jerusalén, una traición por dinero (aunque aquí no le
echaron mucha imaginación), etc. etc. etc.
Si será buena la historia que
hasta los actores secundarios, fundamentales para que una película se lleve el
Oscar, son impagables. Fíjense ustedes en el Cirineo, un individuo que estaba
viendo la procesión de la realidad (en
realidad fantasía también) y los soldados de la OTAN que estaban
pacificando Afganistán, al ver que el Rey de los Mahometanos que iba a ser
crucificado no podía ya con la cruz, le obligan a ayudarle a cargar con ella, e
imaginen la cara de Dios, hecho hombre y una piltrafa humana, mirando
agradecido a quien hizo liviana la madera que portaba.
Y eso por no hablar de la puta María
de Magdala a la que Cristo tiende la mano en un gesto muy zamorano pero sublime
siguiendo con su discurso de que quien esté libre de pecado que tire la primera
piedra.
Con todos estos ingredientes por
fuerza la Semana Santa tenía que arraigar. Como un buen espectáculo, como el
Mayor Espectáculo del Mundo, que se decía del circo.
Por tanto preguntarse si ha ido
perdiendo “religiosidad”, o devoción, o
misticismo no tiene mucho sentido, salvo el filosófico. Aunque claro, en la
semana santa, como en cualquier otra tribu siempre puede haber algún iluminado
que la viva sin vivir en él.
Ya vimos pues por qué atrapa al público, siendo la estética (si
mejor o peor) la que introduce una diferencia como entre el Euro Disney o el
Disney original. La belleza siempre es un plus como saben en Hollywood.
Respecto a los hermanos, ahora
también hermanas, es decir respecto a los del capirote no cabe duda que siempre
han disfrutado del chute de la vanidad: se sienten guapos (el atuendo, si
encima lleva capa, luce), exclusivos (ser de ésta o aquella procesión es una
marca), importantes en definitiva, y más importantes aún si podían decirle a
cualquiera, “Yo esto lo hago porque me lo creo, lo hago por Fe”.
La confirmación de que es el ego
quien mueve el motor está en que tanto en los años cincuenta, todo más humilde,
como ahora, todo más espléndido, los hermanos iban vestidos por la calle y a
cara descubierta, para que se les vea bien, hacia el desfile o después del
desfile.
En ese aspecto poco ha cambiado
la Semana Santa de Zamora (las demás son iguales en cuanto a lo dicho). Bueno,
tal vez que en las aceras hay más turistas y en los bares más alcohol y en las
noches más pasión.
Lo que si ha cambiado es la
Semana Santa como negocio. Los folletos, revistas y anuncios en prensa y
televisión rozan lo irreverente. Si se fijan, la propaganda va entrando,
¡físicamente! a compartir imagen hasta con Dios. Estamos a un tris de que tras
el “Tengo Sed” nos añadan el “Con Coca Cola da gusto tener sed”.
Que todo se está sacrificando al
negocio lo pueden confirmar quienes hace años veían ir detrás de cada procesión
o de algunos pasos, a unas señoras descalzas, enlutadas, tristes, con una vela
y su tragedia.
Fue lo primero que cayó del
desfile ¡lo afeaban!. Se lo habían tomado en serio y eso era pasarse.
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