Don Amante Ateo y
Doña Mantis Religiosa, sufrieron ese sofocón sexual que todos conocemos (más o
menos) y que todos identificamos como “el verdadero amor” (Por fin encontré a alguien que quiero,
deseo y necesito ¡¡y me corresponde!!).
Como además eran conscientes
(y la gente se lo decía) de que eran muy diferentes (él racional y descreído,
ella sensible y mística) decidieron constituirse en pareja, pues al parecer cuanto
más distintos son los componentes, más complementarios y mejor.
Una pareja se edifica
sobre un único mandato bíblico, la fidelidad.
“Si tú me quieres de
verdad como yo te quiero a ti, no tienes por qué necesitar a nadie más en tu
vida, y menos para un revolcón” .
Así la cosa, Don Amante
Ateo y Doña Mantis Religiosa pasaron años felices, y sin que pasaran grandes cosas.
Pero la costumbre
todo lo envejece y enmohece, de tal manera que él creyó que podría “pasar de ella” si se
terciaba.
Amén de que irse del
lado de una Mantis Religiosa (dulce hembra que tras hacer el amor mata al
macho) podría ser hasta recomendable.
Pero lo que son las cosas
de la vida, y sobre todo las del amor.
En esas fechas de
desapego de él, ella ya tenía un amante (bueno se había enamorado o colado por
alguien que en nada se parecía a su antaño Amante Ateo).
Enterado éste de forma
casual de esa infidelidad permanente (los dioses ayudan a los descreídos) entró
en un proceso de celos que como todos los temas de cuernos constituyen un potro
de tortura inmejorable.
No obstante a Don
Amante Ateo le dio, para soportarlo todo mejor, por estudiarse a sí mismo (tornandose voluntariamente en conejillo de indias de si mismo).
Ese proceso, que podríamos
definir como de celos controlados, tenía como fin, según el sufridor, aportar
conocimientos sobre un asunto que incluso en demasiados casos acaba en una
absurda, y cruel, violencia.
Y de esa introspección,
Don Amante Ateo, enumeró los clavos de su propia crucifixión, a saber:
1.- Envidia. Al
saber que otro miraba a su mujer con ojos golosos, redescubrió lo golosa que estaba
su expareja (ex porque se había quedado ya sin ella).
2.-Derrota. Que se
supiera socialmente que otro le había birlado la mujer le molestaba. Eso de ser
perdedor en esta sociedad tan competitiva, jodía lo suyo.
3.-Subalternidad.
Que Doña Mantis Religiosa sólo fuera con él cuando no podía estar con el otro,
era algo doblemente amargo: Te quedabas sin el dulce porque el dulce prefería
endulzar a otro.
4.- Impotencia. Tal
vez por esa Ley del Amor (descubierta por Agustín García Calvo) de que la
mujer, en esto del amor, quiere o no quiere; mientras que el varón puede amar
en un abanico que va del te quiero un poco, al te quiero mucho e incluso al te
quiero totalmente; cualquier intento de consuelo para Don Amante Ateo era imposible.
Expliquémoslo mejor.
Según el pensador zamorano AGC, una mujer sabe si quiere (ama) a un hombre o
no. Es decir, realizado el examen de conciencia, lo declara apto o no apto (sin
ninguna otra variación en la nota. Es como un examen de acceso).
La mujer ama o no
ama, sin que quepan fases intermedias, como lo amo mucho, o poco o regular. Siendo
la expresión lo amo con locura una forma sublimada de decir lo amo y basta.
Sin embargo el macho
de la especie, si puede sentir amores de 1, 2, 3… e incluso de 100 ramos de flores.
De ahí la sensación
de impotencia, y desesperación del hombre cuando oye el tremendo “Se acabó; ya
no te amo”.
A partir de ahí la supremacia de la hembra emerge de un modo, desesperante
pero irreversible; ella es absolutamente indiferente a todo lo que haga quien ya no es amado.
Así que lo mejor es
no hacer nada; salvo aceptar la realidad: Que en este mundo todo lo que empieza
acaba.
De nada sirven esas rabietas al estilo de ese niño pequeño que cuando quiere que sus papás le
compren algo, y estos le dicen que no, empieza a llorar, y al poco, al ver que todos siguen la
marcha y se alejan del escaparate donde estaba el objeto del deseo, con una indiferencia
absoluta a su dolor, entonces esa indiferencia hace que el niño entre en un proceso
de rabieta inútil y enfermiza (ridícula pataleta incluida).
Es la impotencia, la
incapacidad de producir el menor estremecimiento en la expareja, uno de los tormentos
que provocan los celos.
5. Pereza. Pero tal
vez lo que produce mayor desasosiego en el celoso, es el tener que empezar de
nuevo a buscar pareja; y luego que el que si la encuentra ésta se adapte a sus
rutinas (incluso sexuales).
Si porque las rutinas
sexuales acaban adquiriendo una fuerza inusitada en todas las personas, por aquello de los reflejos
condicionados de Paulov.
Condicionar
cualquier caricia, por sosa que sea, con cientos de orgasmos de la pareja, ha
hecho en la vida de ambos que lo soso sea excelso, y claro tener que empezar de
nuevo a buscar, por parte del abandonado es un trabajo insufrible.
NOTA: Se Agradece a
Don Amante Ateo que haya abierto su corazón de cornudo para estudiar el
fenómeno de los celos. Esperando ahora la ciencia sentimental, que alguna
Mantis Religiosa confiese qué cosas le duelen mas por culpa de los celos;
para reírnos de ellas (y de las del hombre) y dar por hecho que cuando te dejan no
pasa nada, salvo que se sea un vago.
Paco
Molina. Zamora. 6 de Julio del 2017
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