Según la civilización
Occidental, y uno de sus pilares, la Iglesia Católica Apostólica y Romana, los
enemigos del Hombre son el Demonio, el Mundo y la Carne.
Nada que objetar
salvo la aportación que aquí se hace.
Considero que la
experiencia nos obliga a añadir un cuarto enemigo:
¡¡¡Los
espermatozoides!!!
Según la ciencia
oficial, el deseo sexual sólo tiene como fin la perpetuación de la especie, y
en ese orden de cosas los millones de espermatozoides que el macho deposita (un
tanto excitado) en la vagina de la mujer, han de cumplir una noble misión:
rodear al óvulo femenino por todas partes menos por una (que es la buena) hasta que alguno de los expedicionarios
consiga el fin para el que fue creado: dejar a la hembra en cinta.
Una historia, esta,
un tanto estrafalaria, pues si los órganos que buscan el placer sexual
estuvieran alejados de los de reproducción, no habría perpetuación de la
especie salvo “manu militari”.
Por el contrario el
meollo del asunto es así., o así lo parece.
En los testículos
(dos por tío) que a su vez están dentro de una bolsa llamada escroto, hay sendas
fábricas de espermatozoides.
Estos simpáticos personajes,
en cuanto su propietario o portador, ve un mujer que le gusta, empiezan a gritar
sin ninguna consideración, ni reparo: “Queremos un hijo tuyo (con ella).
Queremos un hijo tuyo” (Lo mismo que hacen las fans con sus ídolos).
Ese ensordecedor griterío
llega al cerebro en forma de cosquilleo infame, que únicamente se amortigua o
apacigua, abriendo la espita y permitiendo que esa jauría de desaprensivos diablillos
se vaya a tomar (vientos).
Consistiendo, el
problema de la civilización en las propuestas que ésta hace para “abrir la espita”.
Una es la
masturbación masculina no asistida (vulgo, “hacerse una paja”).
Método
que, o es pecado o no está bien visto porque no deja de ser “el último recurso
en busca de paz” (el clavo ardiendo al que te agarras a falta de placer sexual
compartido).
Naturalmente, la
otra forma de abrir la espita de estos demonios del mal que son los
espermatozoides, es hacerlo en compañía.
Cosa no tan fácil
como parece o como se dice (como muy bien demuestra la existencia de la
prostitución).
Porque hay mil cosas
a tener en cuenta:
Que si con la
colaboradora necesaria hay que establecer un compromiso; que te tiene que
gustar físicamente aunque lo importante es su interior; que tienes que procurar
que ella también disfrute; que si como el sexo no es tan cotidiano como tomar
un café siempre hay un plus de peligrosidad emocional; que si hay que ser fiel,
etc. etc.
Con lo cual, al no ser
sencillo dar salida a los millones de espermatozoides que se rebelan contra su
dueño y señor (encima de que los fabricas y cuidas dentro de esa maravilla de
la ciencia que es el “escroto invernadero” que los mantiene a una temperatura
constante e ideal para ellos) nos encontramos con que los millones iniciales se
van incrementando sin parar con los recién fabricados en el día de hoy.
Ese crecimiento en
el número de bichitos no se sabe si es exponencial, pero si lo es en
sobremanera, y ya no sólo gritan (los nuevos unidos a los viejos) que quieren salir a conocer
mundo, si no que te hacen ver la vida con chispeantes lucecitas y brillantes colorines,
de tal manera que alucinas.
Y los alucinógenos
son malos, que lo dicen los sabios y el orden establecido.
Quedando así
demostrado y puesto de manifiesto (no hay más que aguantar a un tío salido) que
los enemigos del Hombre son cuatro: el demonio, el mundo, la carne y sus
propios espermatozoides.
Por tanto, alejémoslos
de nosotros ¡¡¡extraditémoslos!!!
Paco
Molina. 20 de Julio del 2017.
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