SOPAS
HASTA EN LA SOPA
DESDE que la última “unidad
del destino en lo universal” pasó de ser la patria a ser la empresa (cosas de
la economía de mercado) la publicidad y sus misiles (los anuncios) todo lo
invaden, todo lo alcanzan, todo lo alteran.
Por supuesto que hay
alteraciones positivas. ¿Quién aguantaría la tele, si no fuera porque quedas
informado de que “es en las distancias cortas donde te la juegas”, o, lo igualmente
importante, de que si no quieres ser una persona “ni fu ni fa, por lo menos Fa”,
o mejor aún, que con más quieres tú debes de ir al fin del mundo en cualquier
coche.
La publicidad, como
las luces en las verbenas, anima.
Mas, ay, ánimas del
purgatorio; parece que el papanatismo ante la iniciativa privada puede llegar
hasta que los creyentes traguen con videos de Semana Santa con publicidad de
ropa interior (¿intercalada?), o Cristos acompañados a sus pies por las Tres
Marías, pero siendo estas ahora las celebres galletas (María).
¿Cuánto tardará un
ejecutivo agresivo, en nombre de su empresa, en usar el cartel del INRI de la
cruz, o en decir que la Verónica lava con aguas del Jordán y por eso no se le
borra la faz de su pañuelo al tiempo que permanece limpio?
Pero no sólo tragan
las gentes con fe; las amigas y amigos de la estética pueden ir a frotarse los
ojos a la Catedral de Zamora, donde verán que, por lo visto, no había mejor
sitio para poner los carteles de propaganda del organismo restaurador y de no
se sabe que otra cosa, que la mismísima fachada.
La publicidad ha
llegado a tal grado de histeria que se utiliza también para anunciar que “se ha hecho lo que hay que hacer”, y así
se observa que los organismos públicos, pagando le dicen a los que pagan, que “se
han construido tantos cientos de kilómetros en carreteras, o que como la tierra
de uno ninguna, o te desean felices fiestas y tan panchos.
Publicidad, como
casi toda, engañosa.
Hay quienes dicen
que nos invaden olas de erotismo, o de puritanismo, de belicismo u otras olas;
pero desde luego, la ola que invade bien es la de propaganda. Hasta aquí llegó
la riada de publicidad de 1991 se podría decir.
Ese hasta aquí corresponde
a la Junta de Castilla y León con eso tan cafre de “vamos a hablar de nosotros
mismos” corresponde, en horterada, lo de la ropa interior pegada a una procesión
(salvo que la procesión fuera de las que van por dentro), y corresponde, en
falta de sentido, a poner a medio —cimborrio— dos carteles de auto-bombo.
Pero la marea sigue
subiendo y, a la vuelta de la esquina, los cirujanos llevarán (como los
tenistas) sus batas llenas de publicidad (probablemente de funerarias: “Paciente,
si falleces, recuerda: los mejores servicios “Crematorios El Chicharro.); los
profesores, lo mismo (así completaban el sueldo), bata blanca y en ellas
mensajes de oro (Si te suspenden no llores, Academia Los Mejores»), o “¿Te
aburres en clase?, fúmatela. Falsificamos permisos. Centro de Datos Los
Tutores»).
Todo es cuestión de
paciencia, pero hasta a los curas les pondrán en la casulla anuncios (“Salpícate
con La Pura. Agua bendita embotellada”).
O sea, el acabose;
pero acabose el que haya algo que respetar, pues si al fin, por haches o por
bes, todo va a ser tomado por el pito del sereno, en base a qué por treinta
monedas se puede seguir comprando y vendiendo, cuanto antes se diga menos
tiempo se pierde en zarandajas.
FRANCISCO
MOLINA. El Correo de Zamora. Comienzos años 90 del Siglo XX. Imperecedero
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