sábado, 5 de diciembre de 2015

JAMÓN, JAMONAZO

JAMÓN, JAMONAZO

La verdad es que yo estoy contra las guerras por deducción.

Es decir, no he estado en ninguna y a lo mejor me estoy perdiendo algo bueno, pero razonando me parecen lo mas estúpido (no hay problema que compense arreglarlo así), cruel (con muertes, amputaciones, enfermedades, destrucción y dolor por doquier), terrorífico (no hay mayor terrorismo que el terror provocado por un bombardeo) e imperdonable, de todo lo que existe (cuantas veces, pasado el tiempo, hasta quienes ganaron una guerra han tenido que renegar de su victoria).

Que embrutecedora tiene que ser una guerra que quienes cuando mueren pequeñines y adultos inocentes llaman al asunto daños colaterales, y si les pintas la fachada de una sede, o les rompen cuatro cristales, gritan pidiendo “no violencia”, cuando puestos a ser tan comprensivos con los daños colaterales todo eso podría entrar en el lote.

Que la guerra genera odio y multiplica y desata la violencia es fácil de observar.

Para empezar, históricamente siempre fue así, y a cada guerra habida con carácter mundial o características especiales, las sociedades de todos los países se han partido en partidarios de uno u otro de los contendientes.

 Sin embargo, en ésta, la gente lo que pide es paz, o sea la no guerra, puesto que la guerra es el peor de los males.

Pero aun así, la guerra, contagiándolo todo, va haciendo aumentar la violencia y así vimos como un conductor se decidió a no parar su coche ante un grupo de adolescentes que sentados le interrumpían el camino, y atropello a dos chicas.

No es de mal suponer que el señor solo tuviera prisa, tal vez tuviera también una opinión contraria a los que le impedían llegar  a tiempo a su destino, sin saber que su destino será ahora ser acusado de un delito.

También es ejemplo de violencia, aunque al menos ciertamente original y simpática, la del gamberro del jamón.

Si, ya se que esto se ha puesto como ejemplo de comportamiento incivil e incivilizado y del pacifista agresivo por antonomasia.

Pero eso es sólo porque quienes están a favor de la guerra (bueno, de la paz a base de guerras) temen perder las elecciones y entonces cargan las tintas.

Porque díganme que no es un cuento con metáfora lo del jamón del animal de bellota.

 Resulta que el chaval va y roba un jamón de la mejor empresa del país la que nunca cierra en las huelgas generales— coge su botín y en vez de írselo a comer como haría cualquier ladrón de guante blanco, toma ese producto típicamente español y se va a la puerta de una multinacional norteamericana y golpea la valla protectora que está lógicamente echada.

¿Se puede decir más gráficamente que España esta contra una guerra que han declarado algunos ricachones de distintos países para que aumenten sus ganancias?

Pero volvamos a lo serio del asunto. El alma despiadada de todas las guerras.

Un esplendido historiador —no suficientemente conocido— contó en conferencia pública, aquí en Zamora, que sus estudios sobre la repercusión de la guerra civil en Toro le hicieron averiguar lo que sigue.

Resulta que los grupos de matones nacionales accedían a no matar a los jornaleros del campo hasta fin de mes para que así el patrón se ahorrara lo que debía de pagarles.

Ya que, asesinados tras un mes de trabajo, no podrían reclamar éste.

¿A que es tan monstruoso que no se lo creen?

Pues la historia sigue. Resulta que, en al menos un pueblo de Ávila, hacían lo mismo que en Toro, con una variedad. Quien se quedaba con el dinero no era el patrón exactamente, ya que a la semana pasaban los matones a coger el dinero de los asesinados con el derecho que les daba el haber permitido que trabajaran para el amo hasta fin de mes, cuando podían haberlos eliminado antes.

Y esto que escribo esta documentado, y esto que usted ha leído es verdad, y así son las guerras.

Lo peor de la especie humana.

Así que quien se queja porque le llamen esto o lo otro o lo de mas allá, se queja de vicio, porque las guerras, todas, generan odio y bendito Dios sea si solo te insultan.

Por eso. No a la Guerra.

FRANCISCO MOLINA. La Opinión de Zamora. Imperecedero

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