EL SUISIDA
Por Paco Molina (Martínez)
La sensación de que me han
robado la juventud es agobiante, y ese agobio me crea frustración y rabia.
Frustración porque ya es imposible recuperarla, y rabia contra todos los que
contribuyeron a crear aquella atmósfera cerrada, enfermiza y angustiosa.
Desde que tuve uso de razón-1952-hasta que empecé a
usarla-1970-mi vida fue como la de todos, fundamentalmente insípida.
I
Unos pelillos saliendo por
la entrepierna del bañador de la amiga más guapa de mis padres; las tetas
redondas y empecinadas con que una prima de veintitantos años daba de mamar a
su hija, completamente confiada a la inocencia de mi corta edad; LOS FORCEJEOS
CON ALGUNAS CHACHAS DE CASA, DOS O TRES CHORRADAS MÁS Y PARA TÚ DE CONTAR. Así
de miserable fue mi pre-pubertad, mi pubertad y mi post-pubertad.
II
¿Por qué hablo sólo de sexo?¿¡Pero es que a esa edad se
pueda hablar de otra cosa que no sea
sexo? Con amor o sin amor, pero fundamentalmente sexo, eso es lo que
irrumpe como una riada en el cuerpo de la adolescencia.
“Y muchas más cosas” -diría cualquiera; pues claro que sí ¡y
muchas más cosas!. Pero la más fuerte....el sexo, y la más prohibida.....el
sexo. Y cuando en una sola cuestión se unen los honores de ser la más fuerte
y la más prohibida, la suerte está echada: ESA CUESTIÓN ECLIPSA TODO.
III
Todo. ¡Qué palabra! La carencia de sexo, de pasado sexual,
me ha vuelto dogmático y escribo con excesiva frecuencia la palabra TODO. Pero
ahora, que lo voy a volver a hacer, tal vez sea imprescindible porque voy a decir que entonces TODO estaba
prohibido
Sobre cada individuo, sobre cada adolescente, sobre cada
chico y sobre cada chica, existía una presión social, moral, religiosa e
incluso sanitaria, verdaderamente DEPRAVADA.
IV
Porque era una verdadera depravación la magnitud que alcanzó
la represión sexual. Si te salías de tu cárcel de castidad podrías ser
tildado de obseso sexual; recibiendo así el correspondiente estigma social
.Otros niños tendrían que cuestionarse tu amistad pues estarías en la lista de
amigos que no convienen. Claro que también serías alguien sin voluntad, es
decir alguien moralmente enfermo; o lo que es peor, habrías crucificado de
nuevo a Cristo y cada caricia o cada obscenidad sería como un nuevo martillazo
sobre los clavos que le traspasaban manos y pies.
Ah! Pero no sólo eso; sin
duda por aquello de que Dios castiga sin piedra ni palo, resultaba que
fuera de la cárcel de la castidad también se perdía la salud: la
masturbación era como si en vez de expulsar semen te inyectaran pus de
leprosos, o si eras del otro sexo, suponía el perder la capacidad para
convertirte el día de mañana en una buena madre.
TODOS recibimos estos o parecidos mensajes, y como en cierto
modo, todos éramos o somos como ordenadores, al introducirnos la ficha con el
programa reaccionamos a él, ¡QUEDAMOS PROGRAMADOS!
V
El programa que figuraba en la ficha o en el disco, llevaba
por título SEXOCIDIO, y una vez cargado ese programa en nuestra memoria la
suerte- nuestra suerte- ya estaba echada.
VI
Pero afortunadamente no todos funcionamos bien. No, por
favor, no estoy presumiendo cuando digo que “funciono bien”, al contrario.
Creo que un ordenador, una persona, funciona bien cuando
responde al programa que se le mete, y funciona mal cuando no es así.
Para que se entienda, imaginemos que el programa consiste en
responder al estímulo de una letra mayúscula citando la misma letra en
minúscula. Entonces diremos que Juan funciona bien si al oír “A” él dice “a”, y
que Pedro funciona mal si al oír “B” dice, por ejemplo “olé”.
Resulta pues que al decir
que alguien funciona bien, no se está emitiendo un juicio positivo, ni tampoco
negativo. Se trata de un juicio neutro,
ya que si el programa que se nos mete en el coco es malo ¡más nos valdría no
funcionar bien y por tanto no responder a sus órdenes!.
Lamentablemente somos demasiados los que funcionamos bien
y entonces, al colocarnos el disquete con el programa del SEXOCIDIO nosotros
mismos decidimos reprimir nuestro sexo y, peor aún, reprimir el de los demás.
VII
Pero la naturaleza, que es sabia, da margen para la
estupidez, para el error, para la aventura, y por eso permite que siempre
existan personas que no funcionan bien.
Esas personas, desde 1950 a 1968, eran las descarriadas. No
respondían a la programación de la ficha que llevaba el título de SEXOCIDIO.
Eran más animales que racionales, y ahora, hayan triunfado o no en la vida,
¡tienen vida!.
Unían la fuerza de su instinto a la fuerza de su
inteligencia -que debe estar al servicio del cuerpo y no al revés- y no se
reprimían. Su grito era “¡no hay que reprimirse; para reprimirnos ya están
los demás!”, y su actividad, BUSCAR.
VIII
Como los demás y las demás, en el fondo eran ollas a
presión, cuando aparecía alguien con mala fama y levantaba la tapadera,
era difícil no sentir alivio ante tanta
presión, y más difícil todavía resistirse a premiar a aquel o aquella que nos
aliviaba.
Me hubiera gustado ser un
mal ordenador y no haber respondido tan bien al programa del SEXOCIDIO. Si
hubiera sido un TARAMBANA A LO MEJOR HOY, AL MIRAR ATRÁS NO VERÍA UN ABRIGO DE
VISÓN, PERO VERÍA LAS BRAGAS A MEDIO BAJAR DE UNA ANTIGUA AMIGA; TAL VEZ NO
VERÍA EL BMV, pero vería los pechos de aquella mujer seduciéndome; tal vez no
vería el chalet, pero vería a mi mujer como una más y no como una insípida.
Para llenar la vida de sexo, hay que llenar el sexo de
vida.
1
Cuando Javier acabó de leer aquella especie de diario
/reflexión /ensayo /confesión de su padre, empezó a sentir agobio, frustración
y rabia.
Tenía 20 años, se paseaba
por el año 2000 y aquél escrito se convertía para él en un espejo.
Sí, en un espejo, que como todos refleja lo que tiene
delante. Y es que lo que había en el escrito- en el espejo- era como una
reproducción de lo que tenía delante: La vida de Javier.
2
Resultaba que ahora no era la Iglesia la que programaba en
lenguaje basic-social-moral-religioso, el sexocidio, pero el programa estaba
otra vez en los ordenadores personales que somos cada uno.
Ahora la promiscuidad
sexual, o sea el sexo como apetece- variado y abundante- te podría llevar al
desastre social: perder el trabajo; al desastre moral: ver distanciarse a la
familia; al desastre religioso: ver manifestarse tu pecado, y al desastre
sanitario: saber que mueres. Porque ahora, el cinturón de castidad de la
sociedad existía, era el SIDA.
3
También la adolescencia se convirtió para él, como lo fue
para su padre, en una cárcel de castidad. El guardián de su padre fue el
miedo al infierno que hay tras la muerte, el guardián suyo fue el miedo al
infierno que hay antes de la muerte. El guardián del hombre, siempre, el
miedo.
“Pero ¿cómo es que tienes a los hombres sueltos?”- le
preguntó una Diosa a Dios- “No te preocupes, los tengo atados con miedo”.
4
-“Mamá - preguntó Javier, gritando a quien estaba lejos-
¿qué tal se portaba papá en la cama?”- “Demasiado intelectual”
Basta, basta, basta,....Y
como si le hubieran castigado a repetir
mil veces la palabra, Javier la estuvo mascullando mientras su mente rompía el
programa del sexocidio, borrándolo de la memoria por el conocido
procedimiento de meter otro, el de TARAMBANA.
5
Buscó llenar su vida de sexo llenando su sexo de vida. Tuvo
negativas- que él no tuviera miedo no garantizaba que no lo tuvieran ellas-
pero, también en ellas estaba, junto a la fuerza descendente del miedo, la
ascendente del deseo, y por eso cada vez con más éxito lograba romper los
programas que dominaban a sus amigas.
Ocurría además que, como los tarambanas de la época de su
padre, casi no había nadie que entonces pidiera y ofreciera besos, abrazos,
buceos y profundidades, y ello entonces le convertía en una leyenda que, a modo
de ganzúa, le permitía abrir puertas impensadas.
6
-“Si te dejaras, te besaría,
aunque tuvieras SIDA”- “¿Se contagia con besos?”-“Donde yo quiero besarte,
sí”-Tienes gracia. Eres un suicida, pero no me importa”-
Y así consiguió acostarse
con la mujer de su peor enemigo, alcanzando al fin la cumbre de la obsesión
sexual: EL COITO DOBLE, pues jodía a la vez a la mujer y al marido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario