José
Andrés Villar Santos. Psicólogo.
De
brujo a embrujo.
Si cuando el compa
Villar era el único psicólogo del mundo español destinado en un instituto (que era
una Universidad Laboral), nos dicen que acabaría siendo el director del Centro
todos hubiéramos exclamado. “Como no le toque el puesto en el bingo”.
De ahí sin duda su
afición a ese juego.
Psicólogo en un
centro de enseñanza, cosa rara en el pleistoceno de la educación, se le conocía
por “el brujo”, aunque su brujería no pasaba de comentar discretamente en las
juntas de evaluación: “este es bajito, este es altito”.
Y hablando de
altitos, hablemos del Altísimo, pues conviene saber que José Andrés estuvo a punto de ser servidor del Altísimo,
cuando reclutado a domicilio y siendo niño/adolescente, según costumbre de la
época, estudió para fraile. Y con gran provecho. Pero, y ahí demostró por
primera vez su carácter inteligente y
práctico, cuando le iban a imponer los hábitos, dijo:
“No se, no se, el
caso es que me tiran los cíngulos de la sisa” y lo dejó.
Era Preu. Y José
Andrés, que ya tenía altas miras, cambió al altísimo por una que le ponía por
las nubes.
Enseguida se corrió
la voz por magisterio de que el ex fraile sorbía los vientos por una tal
Conchita, por cierto aquí presente, como legítima esposa.
Si en toda pareja
la mujer es más lista que el hombre en este caso no estamos ante una excepción,
y Conchita, a la sazón muy jovencita (19 o 20 años, como él), informada de las
aviesas intenciones de “Villar”, como le conocían todos, le pide prestados los
apuntes para corroborar o no, el rumor.
Ta Chan Ta chan, Ta
chan Ta chan. Ya se han casao. Ya se han casao.
Y es que los
apuntes de Villar apuntaban al corazón.
Desde entonces Villar no ha conocido mujer que no sea Conchita y
Conchita no ha conocido varón que no sea su Villar, por más que lleve unas
mechas tipo “viva la virgen” en el pelo, para disimular.
Esto de los apuntes
famosos de Villar tiene su importancia en el relato, porque anuncian una de las cualidades que le
permitiría hasta hoy, no sólo ser director, sino ser un gran director. Es
organizado, trabajador y cabal.
Pero es que además José
Andrés Villar Santos es el último self-man, u hombre hecho a si mismo, a la
imagen y semejanza de aquellos banqueros de antaño que empezaban de botones y
acababan como dueños de la entidad.
José Andrés empezó
en la Laboral trabajando como una piedra más de los cimientos. Luego fue un
baluarte a favor de los salesianos, ya
que aunque él iba para agustino, posiblemente le remordía la conciencia por el
feo que le había hecho a María Auxiliadora, y no era cuestión de abusar de la
Misericordia del Señor.
Todos sabéis,
porque lo habéis vivido, que el director Villar no toma nunca vacaciones, pero
lo que tal vez no sepáis es que cuando tomaba vacaciones las pasaba aquí,
integras, en el centro:
Abría la piscina
descubierta y la cerraba. No se iba ni a
comer, lo hacía aquí. Y eso sólo por vicio, que no era nada en el centro, y
menos socorrista.
Venía con toda la
familia, Conchita con un embarazo distinto cada verano, y de nuevo en la
conducta de Villar volvemos a descubrir
rasgos de su gran cabeza, pues cada día, además de hacerse cuatro largos de
piscina y ocho largos de frontón, remataba con un larguísimo de mus, bajo una
sombra de sombrilla que con jarra de cerveza en mano, permitía disfrutar de la
vida como un pachá.
Es tal la
vinculación de Villar a la Universidad Laboral que es obligación de todos
nosotros vigilar si al dejar el centro su actual Director, no se desmorona el
centro o no se desmorona Villar.
José Andrés no te
desmorones tú, que si fuiste cimiento del centro nosotros somos cimiento de lo
que te mereces: un reconocimiento absoluto como compañero, como profesional y
como brujo, pues al final conseguiste embrujar. O sea caer bien y que se te respete,
admire y quiera.
Que la vida,
Villar, te permita cantar cada día una línea de satisfacción y cada semana un bingo
de felicidad. O viceversa; lo que tú quieras, Director.
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