viernes, 17 de julio de 2009

Alma comunera


ALMA COMUNERA

Cada vez que se acerca “Villalar” surgen los mismos comentarios. 

Que si esto de hacer patria no tiene mucho sentido; que si los comuneros eran unos burguesazos; que celebrar una derrota es un despropósito, y algún otro etcétera.

Pero no parece que haya que ponerse tan fino, y es más de pueblo, de pueblo llano, el tirar para adelante y, apoyándose en el dicho de que “cultura es lo que queda después de haber olvidado lo poco que se ha estudiado”, buscar el lado bueno del asunto.

A un ateo no se le ocurre renunciar a la fiesta de San Pedro, ni a un creyente a la de Carnaval por un quítame haya esas pajas, así que no sólo no renunciemos a la Fiesta de Villalar de los Comuneros, sino que acojámosla con lo mejor que tiene.

Para el común de los mortales, los comuneros se defendieron contra el poder absoluto de un monarca absoluto, por tanto la imagen que dan es buena, pues, “¿acaso no hay que predicar con el ejemplo?”.

Y hablando de absolutismo, recordemos a Einstein. 

Le concedieron el Premio Nobel años después de haber efectuado dos grandes descubrimientos físicos; el “efecto fotoeléctrico”y la “teoría de la relatividad”. 

Pues bien, se lo concedieron por el primero, siendo rotundamente más trascendente e importante el segundo. ¿La razón?

Los poderosos de la época habían presionado para que no se ratificara con el Nobel la teoría de la relatividad. 

Eso explica por qué el nuevo Papa-Benedicto XIX, antes de salir elegido y por si no salía, habló de la “dictadura del relativismo”, condenándola.

Claro, si no hay ninguna verdad absoluta ninguna dictadura se puede justificar ni así misma.

Y volviendo a los comuneros, es obvio que entre ellos y el monarca absoluto, los buenos eran los “nuestros” ya que todo absolutismo es pernicioso en si. No se olvide que lo contrario al relativismo es la intolerancia.

Además, celebrar una derrota no está mal. De hecho la mayoría de la gente celebra derrotas. Se hace por inteligencia, pues si se celebraran sólo victorias habría pocas celebraciones.

Pero es más, en Castilla y León celebrar una derrota debe ser obligatorio pues aquí no parece que se haya ganado nada, al menos por parte del pueblo llano. 

Eso por no decir que de hecho los comuneros “ganaron” ya que hoy su historia es vitoreada por el pueblo (“Castilla entera se siente comunera”, gritan las gentes), al tiempo que el vencedor, el poderoso de verdad, no inspira la menor simpatía.

La fiesta de los comuneros tiene algo de lo que su nombre destila. 

En la campa, cada uno campa a sus anchas y la “romería pagana” no marca diferencias entre los participantes. Todo se tiene en común. Si hace frío o llueve todos tiritan por igual, y si hace un sol de justicia la música constante y de la tierra hace que la fiesta sea más fiesta y la derrota sigue convirtiéndose en victoria.

Y hablando del terruño. No perdamos de vista que el Poder siempre ha intentado aplicar el “divide y vencerás”, haciendo a los pueblos creerse diferentes cuando no lo son (por eso hay que potenciar la propia lengua, para “marcar las diferencias que no existen”); y que por eso no hay que caer en la trampa de “hacer patria” en ese sentido.

Pero si hay que saber que la salida económica a un mundo desquiciado obliga a resolver los problemas de supervivencia configurando “habitats” no excesivamente grandes.

Sólo en ellos será posible desarrollar un mundo rural ecológico, un ahorro de energía, una solidaridad entre las gentes, y sobre todo, un elemento de reivindicación colectiva para conseguir que todas las “naciones” o regiones o lo que sea, tengan la misma riqueza, y así acercar la meta de que quienes tengan lo mismo sean las personas, que es lo fetén.

Paco Molina de Zamora.

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