sábado, 20 de febrero de 2016

VIVA LA CRITICA

VIVA LA CRITICA

Parece que a ese diario —en algún sector— no le ha parecido correcta mi intervención en el pleno de investidura del alcalde.

Ni que decir tiene que se da por obvio que “en cuanto hombre público, debes de aceptar todo tipo de críticas (y no sólo alabanzas) por las actuaciones que vayas, o no, realizando”.

Por tanto, no me quejo de que califiquen los hechos de ese día como de "ridículo show", ni del zamoramiento que me dedican, ni del "picotazo" que indica que esa actuación fue “algo entre lo epatante y lo ignorante”.

El motivo de molestarles con este escrito está en que entre la crónica del acto, magníficamente dada por la periodista correspondiente, y esos juicios queda un amplio vacío que los lectores no entienden.

Porque...¿Qué fue lo ridículo, ignorante y poco serio? ¿Romper el protocolo?
No es creíble, pues en numerosas ocasiones la ruptura del susodicho se ha ensalzado como "el no va más"; recuérdese por ejemplo cuando un periódico supertitula como gran acontecimiento: “La reina rompe el protocolo en Nigeria y se toma un vaso de leche fría”.

Descartada la desprotocolarización del acto como causa digna de condena, tiene que ser otra la cosa que ha parecido mal.

Y aquí, como “defensor espontaneo de los lectores” (con lo cual me salto el protocolo y organigrama de LA OPINIÓN, con perdón), bueno pues aquí es donde, en bien de los que se informan por este medio, creo que debían de contar qué paso y qué se dijo (la explicación que se hizo del voto se les puede hacer llegar, si no la tienen).

Y luego, ya podrán ver las gentes si mereció la pena que dijera lo que se dijo.

No se trata de pedir una información objetiva, pues al lado pueden ir las opiniones de los opinantes y no pasa nada; lo que ocurre es que me invade el morbo de saber ¿qué es lo que sentó mal?, ya que sinceramente, lo de romper una costumbre según la cual existe un pleno en el cual los representantes del pueblo han de estar mudos (salvo el electo) no parece que sea pecado mortal.


FRANCISCO MOLINA. La Opinión de Zamora. 1991

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