LA
MITOMANÍA Y LOS POLÍTICOS
La mitomanía es una
enfermedad (y la política puede que otra).
La mitomanía es el
nombre que se le da al padecimiento que sufre aquella persona que miente sin
parar y sin poder evitarlo.
Aunque la mitomanía,
en realidad, es la única enfermedad que no padece o sufre el enfermo, más bien
la disfruta.
Debe quedar claro que
el “mitómano” (afectado de mitomanía) miente continuamente, venga o no a
cuento.
Es decir, la
diferencia con alguien sano, como usted o yo, es que nosotros lo hacemos, lo de
mentir, según nos interese y según nuestros intereses.
Otra cosa que debe
quedar clara, es que la mentira es a las relaciones sociales como el aceite al
motor de un coche, algo imprescindible para que no se queme la culata, ni se rompa
el cigüeñal.
Pero en el caso del
mitómano, la mentira es el pan nuestro (suyo) de cada día.
“Suyo”, porque es él
quien miente, y “nuestro”, porque somos nosotros quienes tenemos que comulgar
con sus ruedas de mentira.
Si quienes estamos
sanos mentimos según convenga, lo mismo que giramos el volante al llegar a una
curva, los mitómanos mienten, aparentemente, sin ningún sentido concreto.
Pero ese bosque de mentiras
que confeccionan a su alrededor, resulta que les protege, porque desde fuera
del mismo no sabes nada de lo que en él, dentro de él, hay.
Sin embargo la
enfermedad, con serlo, tiene un fin, un objetivo general y social, de ahí el
nombre de “mitómano” para quien la padece.
Y eso que busca el
mitómano con sus continuadas mentiras, es muy sencillo: busca aparecer ante el
resto de los mortales como mejor persona de lo que es, en el sentido de: fíjate
qué importante soy.
Busca aparentar, y
así, en paralelo y como síntoma de su enfermedad, suele hablar “en tono alto”,
para que todo el mundo oiga, o se entere, de los estudios que tiene (y que no
tiene), de los viajes que hizo (y que no hizo), de los bienes que posee (y que no
posee), de las importantes amistades que cultivó (y que no conoció). Etc.
La mitomanía es pues
una “caricatura” del gremio de los políticos en general, sobre todo si viven de
la política.
Y no se dice esto,
únicamente, porque el político mienta antes de las elecciones, durante las
elecciones y después de las elecciones.
Se dice porque en
política hay demasiados, muchedumbre, que mienten como el mitómano, tratando de
crear un mito en torno a su persona, a si mismos.
El político miente
para presumir (incluso a veces sobre títulos que no posee), para parecer mejor
de lo que es (ocultando su ignorancia para obtener un puesto mejor del que merece), para
aparentar lo suficiente como para vivir de las apariencias.
Pero como el
político no está enfermo, une a sus mentiras, por un lado los autoengaños
(miente hasta el punto de creerse sus propias mentiras), y por otro las coces a
quienes le puedan “hacer la competencia” (Si en el país de los ciegos el tuerto
es Rey, metámosle el dedo en los ojos al compañero).
Y así nos vemos como
nos vemos: Que al Señor Don Pedro Sánchez (PSOE) los suyos de su calibre
(rango) le ponen zancadillas para que no sea Presidente del Gobierno español
por envidia de él, que tras perder mucho puede ganar todo.
Y así nos vemos que
en general, muchos políticos de alcurnia de todos los partidos, prefieren que
gobierne el PP (recortes contra la clase obrera) antes que un tal Don Pablo
Iglesias (Podemos) pase en dos años de ser un niñato con coleta, según ellos, a
ser Vicepresidente del Gobierno de España, y encima sin cortarse un pelo (la
coleta).
Por no hablar de los
revolucionarios que no quieren que Don Alberto Garzón (IU) sea ministro de un
Gobierno que tome otro rumbo.
En la vida privada
hay que mentir para que esta sea privada, pero en la pública hay que decir la
verdad para que esta sea pública, así que menos mitomanías, señorías.
FRANCISCO
MOLINA. Zamora. 1 de Febrero del 2016
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