EL PAPÁ
DE BAMBI VINO
A ZAMORA
Cuando vi al ciervo
en el parking de San Martín, tan digno, tan inteligente, tan impresionante, me
acordé de la película “Bambi”.
Cuando los que
tienen mi edad éramos pequeños no disfrutamos de tantas películas, ni de tantos
cuentos para niños y niñas como en la actualidad. Pero a cambio, las pocas
historias y aventuras hechas cine eran algo tan mágico que nos dejaba
marcados.
En los cines
(Barrueco, Ramos Carrión, Pompeya) había sesiones los domingos a las 12,30 (la matinal)
y a las 3,30 (la infantil) y a ellas nos íbamos la chavalada, la chiquillada,
todos los arrapiezos, provistos de más o menos pipas.
Y vivíamos las
películas hasta extremos apasionantes, saltando o refugiándonos en la butaca,
según el tipo de historia que estaba pasando por la pantalla.
Bambi es una
película que marcó una época y que marcó
a miles de pequeñuelos. La historia se convirtió en álbum de cromos y
muchos nos pusimos a hacer la colección como locos. De hecho, y por ese fervor, yo que era un
niño que “arrastraba las erres” (“te quiego”, decía) gracias a un personaje de
la película (un conejo llamado Tamborrrrr) cuando con los 3 sobres comprados un
domingo vi que uno era el de dicho personaje, corrí gritando: “Papá, mamá, me
ha entrado Tamborrrr”. “¡Pero si has dicho la “erre”!, exclamaron los 2 llenos
de emoción.
Y claro, con esa
anécdota, para mi Bambi es la historia para niños por excelencia. Una bella
historia, que recomiendo rescaten y proyecten Multicines Zamora y Tele Zamora “la 8”. Triunfarán.
Bambi es una
película de una ternura inmensa. Como son todas las niñas y niños cuanto más
cativos (renacuajos) son. Y por eso resulta aberrante oír que hay partidos que quieren que nuestras
calles sean como eran “antes”, sin evolucionar. Y todo para no ver en ellas criaturas
de otros continentes.
Observando a los
nietos, o a los peques en general, es fácil deducir que vienen al mundo con la
“cabeza vacía”. Y que como las cabezas están vacías, huecas, hay sitio en ellas para todo. Entonces como son
queridos con locura por sus parientes y en principio por la tribu en donde
crecen, las cosas que se les mete en el coco, son bonitas, son bellas, son
“mentiras deliciosas”.
A una peque, a un
peque, cuanto más peque mejor, todo lo que les cuentes se lo creen: los magos,
papá noël, el ratoncito pérez, etc. Y son felices con esos mensajes, a los que
hay que sumar una sensación de que les van a proteger siempre. Se te cae un diente y recibes un regalo.
Encima nada se teme porque te van a cuidar toda la vida. ¡Cómo no ser feliz en la
infancia!.
Sin embargo, a
partir de determinado momento se les empiezan a
meter mentiras de otro calado: perniciosas
para el dueño de la cabeza para el resto de su vida.
Es de esta forma por
la que el querubín llega a un punto, a
una edad, en que empieza meter en su cabecita (donde aún hay sitio para todo)
cosas por su cuenta.
Y se abraza a una
religión (que suele ser la más próxima a su casa). Y bebe de los medios
informativos (que suelen ser de los señores más ricos). Y le preparan para
matar (y de paso morir) por la patria (donde nació). Y recibe por el móvil
datos, que según el algoritmo matemático, son los que sabe el operador digital
que le gustan, con lo cual se refuerza cada vez más en las mentiras, las fantasías,
esta vez no tan deliciosas, que ya han entrado en su cabeza.
Sólo las
circunstancias dramáticas, las crisis, hacen cambiar de opinión a la gente. Y
todo por no querernos ayudar unos a otros. Cuando lo adecuado es que nos contemos
lecciones bellas (“amaos los unos a los otros”) y nos protejamos unos a otros. Como cuando
éramos inocentes. Como cuando éramos Bambis perdidos en un parking llamado
mundo.
Paco
Molina. Zamora. 17 de Noviembre del 2025

Muy bueno, Paco...: Me ha encantado.
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