Y
¿LEGALIZARLA?
Como todas las cosas
tiene un lado bueno y no está prohibido mirarlo, hay que reconocer que las
llamadas “patrullas ciudadanas” o el estallido de barrios enteros, defendiendo
su “zona vecinal” de la degradación que produce el mercado de drogas, tiene dos
cosas positivas:
Una, que por fin la apática
población de la democracia mortecina decide participar en política, es decir,
en resolver sus problemas (cuestión aparte es que los partidos de la izquierda
que suelen llamar al pueblo a ser activo, ahora añadan que no era para esto y
sobre todo, que no es así, con violencia, como se ha de actuar).
La otra cosa buena
que tiene este estallido social está en que al no ser correcto (por ser violento)
va a acentuar la crisis que ocasiona el mundo de la droga, y por tanto más gente
va a pensar ya que la solución puede ser, simplemente, rendirse.
La droga ha originado
hasta ahora tres grandes problemas:
1) El problema de
salud que supone el número, cada vez más elevado, de adictos-heroinómanos y
cocainómanos—, con la tragedia que en el enfermo y en sus familias origina toda
enfermedad, máxime cuando tiene las características de esta.
2) El problema de
delincuencia que surge de la inagotable necesidad de dinero que tienen los drogodependientes,
lo que acaba, más pronto o más tarde, llevando a casi todos a tener que robar
por métodos más o menos blandos (sisando en casa) o más o menos violentos
(dando el tirón o amenazando con una jeringuilla).
3) El problema de la
corrupción, que va de la interminable red de “vendedores” hasta los núcleos de
grandes narcotraficantes... Es tal la cantidad de dinero que genera este
mercado de muerte y tal el poder que otorga ese dinero que cada vez es mayor el
número de personas que decide utilizar la mercancía-droga para montar su
negocio de compra-venta y cada vez es más alto el nivel jerárquico del profesional
(jueces, policías, carceleros, políticos...) al que se tienta, seduce y compra,
al precio que sea (tienen para pagar).
De tal manera que la
sociedad está cada vez mas carcomida por las termitas de la corrupción.
Hoy el dinero que
genera el mercado de la droga puede echar un pulso a países enteros, o, lo que
es más sutil, comprar voluntades para que aparten la mirada y hagan la vista
gorda.
Todo esto es una
marea que avanza sin detenerse, y eso que no ha hecho más que comenzar (diez o
veinte años no son nada).
Aumenta el número de
drogadictos, crece la red de vendedores de dosis y emergen cada vez más casos
de corrupción en “servidores del Estado”.
Todo se degrada y la
sociedad no consigue prácticamente nada que no sea evitar la velocidad del cáncer,
pero ni lo erradica ni cura.
Ahora, cuando la
marea, al subir, ha alcanzado a los barrios económicamente bajos, a los
problemas anteriores se une el de la violencia por linchamientos, que puede
derivar hacia otras formas.
Ante tal cantidad de
problemas, con un crecimiento potencial sin límite, lo más aconsejable es
entender que no queda otra salida que prohibir el consume público y legalizar
la venta, en establecimientos autorizados.
Puede que esa medida
aumentara algo el número de enfermos (que por otro lado, si tienen la dosis,
pueden ser ciudadanos normales hasta el desenlace); pero suprimiría todos los
demás traumas sociales y eliminaría el cada vez mayor número de afectados por
la droga sin ser drogadictos.
FRANCISCO
MOLINA. El Correo de Zamora. Años 80 del S.XX
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