EL CABALLITO DE MAR
Si hay alguna cosa,
algún ser, algún ente en el universo, que resulte fascinante, sin duda es la
mujer, hembra de la especie humana.
Bien es verdad que
como todo ser sometido, sojuzgado y explotado, ha tenido que desarrollar mecanismos
de defensa para vivir, para subsistir y para ser feliz, siendo uno de ello su
capacidad para mentir.
Pero más verdad es
que los hombres mienten sin necesidad de esas mentiras.
Las mujeres si
mienten es para que las cadenas sociales no les maten el alma, que en su caso
llega hasta las uñas de los pies; mientras que los hombres si mienten es para
engañarse así mismos, para ser soportables ante ellos mismos cuando el espejo
les devuelve su imagen.
El alma del hombre
es como un hilo de vanidad, más o menos largo, es decir, algo lineal, sin
matices, o con matices que él mismo ahoga en busca del éxito social, al que
cree que se ve impulsado tal y como están las cosas.
Pero, algo sublime
debe tener la mujer cuando la naturaleza le ha dotado de un órgano pura y
exclusivamente para obtener placer: su clítoris.
En el macho de la
especie, el pene es un órgano trifuncional, órgano para la excreción, para la
eyaculación y para el goce; mientras en las mujeres, su suave clítoris no tiene
otra función que la de elevarla a la gloria de la entrega, o de la fantasía, o
del estallido en estrellas, o todo a la vez, o nada a la vez, porque…¿qué es el
placer?
No hablamos de la
mujer excitante, hablamos de lo excitante que es el que toda mujer tenga una
parte de su cuerpo con la única y exclusiva función de darle placer. ¿Por qué
es así? ¿Qué pretende la naturaleza de ellas?
Allí, como en un
templo sagrado, rodeado de misteriosos pliegues, en la parte más íntima de su
ser, donde todo es bello y subyugante, está él.
¿Habrá algún otro
órgano en el universo cuya única misión sea dar placer a su dueña?
Si sólo las mujeres
tienen ese órgano especial, ¿por qué?
Te amo, mujer.
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