martes, 31 de marzo de 2020

LA MANO QUE COJA MI MANO.



LA  MANO  QUE  COJA  MI  MANO.

Sobre un miedo que va creciendo por momentos; a enfermar, a no llegar a fin de mes, a perderlo todo o casi todo, al qué será de los niños, a morir.

Sobre un miedo que se va trocando en pánico al futuro por si no llega.

Sobre todo ese dolor, se ha acumulado y se está acumulando uno inesperado.

A causa de la pandemia del Corona Virus las personas están muriendo solas, y por temor al contagio encima no se permite que sus familiares vayan ni a acompañarlas en su lecho, ni a velar sus restos.

Cuentan las enfermeras que a su dura misión se está uniendo otra más inesperada  e ingrata aún de lo que cabía imaginar.

Sienten lastima por los “abuelos” que están muriendo  solos, sin que el calor de quienes les quieren esté cerca, y ellas espontáneamente les  cogen las manos para que sientan, aunque sea enguantadas, lo que siempre fue manifestación de cariño entre personas, el tacto, la caricia tierna, el beso.

Poniéndome en esa tesitura, y esperando que todas las personas seamos más o menos parecidas y que por lo tanto lo que cuente pueda servir de algo por comparación, vamos a ver cómo serían los acontecimientos, y vamos a ver que no hay motivos para añadir dolor al que de por si supone la pérdida de alguien al que se quiere.

Si entro en el tobogán de esta enfermedad, a parte de las molestias que pueda originar, pensaré aunque no quiera, si tal vez estoy  camino de la muerte.

Y recordaré que en ella, muerto, se está  bien, como dormido, tan dormido que no estás en ninguna parte.

Pero no querré morir, me engañaré con la de cosas que me quedan por hacer, con que no quiero causarles esa pena a mis hijos y nietos, con que aún no es el momento, con que quedan tantas caras y sitos bonitos por ver, tantas charlas con amistades por disfrutar, tanto que leer y escribir.

Muchas razones hay para no morir, pero todas se resumen en una, en el instinto de supervivencia, ese que tira con fuerza hacia la vida.

Cuando no se quiere morir, pero la muerte, aún siendo dulce, está ahí, ¿quién me ayudará a afrontarla?.

Curiosamente me ayudará la propia enfermedad que me va a matar.

Las dolencias, la pérdida de vitalidad, de aire, de salud, harán que quiera escapar de ese malestar, de ese dolor del cuerpo que agobia al alma.

Agotado de vivir no me importará tanto que ocurra algo que me alivie.

Encima ahora, con los cuidados paliativos,  no hay dolor porque lo quitamos gracias a la ciencia.  

Y además, que quitando el dolor se quita también aquello que nos ahogaba y angustiaba, la imaginación, el raciocinio fatídico.

Qué pena no poder despedirme de mis hijos y darles recados para mis nietos, pero…….

¿Qué les iba a decir?

Que les quiero, que les quise hasta el límite, que por mi no se preocupen, que no voy a estar haciendo lo que querría pero que donde esté no estaré nada mal.

Para los nietos ni sabría qué decirles. Bueno, que les recuerden que les quiero y que quiero que sean muy felices y que selo pasen bien.

En resumen, si estuvieran allí no haría otra cosa que repetir “te quieros, te quieros, te quieros, te quieros,……”.

Confesión de que uno, cuando quiere también quiere, con su       “te quiero”, que le quieran. Que te quieran.

Pero si no están, con que sepan eso basta, que les quiero, como todo el mundo quiere a los suyos. Les quiero.

Y cuando quien sea, hombre o mujer, me coja la mano para sustituir a mi familia, si aún conservo la consciencia, sabré que si no me toman el pulso es el final.

Y miraré los ojos de esa mano, y en ellos veré a mis hijos, a mis nietos, a todos los amores, a todos los amigos  y a la humanidad entera con la que compartí existencia, risas y luchas.

E incluso veré a esa persona que en nombre de la sociedad que me da cobijo me despide con ese inmenso detalle.

Y dormiré feliz. Todos los muertos, todos, descansan felices y en paz

Así pues, que mi familia no sufra porque haya muerto sólo.

Salvo que no me apetecía morir aún, ni sólo, ni acompañado, todo habrá ido bien.

Que sufran como todos sufrimos al perder a alguien que nos quiere y queremos.

Pero que no sufran por no poder acompañarme; no es una despedida en la estación, que el tren ya partió. Yo se que les hubiera gustado estar conmigo, dándome vida con su amor.

Pero si no  pudo ser no pasa nada.

Además que yo soy el primero que no quiere que corran riesgos de contagio, que si yo soy “el abuelo” es porque ya tuve la suerte de vivir y de cuidarles.

Y caray, si mi lucha siempre fue para que fueran felices, que  la tristeza que les produzca mi adiós no les robe ni un ápice de esa felicidad que, por encima de todo, por encima del mundo, yo quiero para ellos.

Estad tristes pues, en lo que sea inevitable, pero por mí no sufráis que no quiero que sufráis por nada, y menos por mí que tanto os quiero.

Ah!! y respecto a mi cuerpo, que he oído que se pierden por ahí, no os preocupéis. Creo que existe una sepultura familiar esperándome, pero si acabo en otra, qué más da, no creo que el otro proteste, porque los muertos no existimos, salvo tal vez en el recuerdo.

Paco Molina. Zamora. 30 de Marzo del 2020
 



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