EL CONSOLADOR
De vez en cuando aparecía un anuncio en
revistas de distinto género. Eran los años que bordeaban al 70 y siguientes.
Como el reclamo era pequeño solía figurar en una página junto con otros de
relojes de cuco, quitamanchas mágicos o mini proyectores de cine. De él llamaba
la atención su abstracción, era un anuncio abstracto. Consistía en una cara
femenina dibujada, que sobre su cuello apoyaba el objeto. Éste era como un misil a escala 1:100.000,
añadiendo la leyenda: “VIBRATOR. Proporciona un agradable masaje aliviando la
tensión muscular”.
I
Esther
estaba pasando una larga temporada en el pueblo, en casa de su abuela. Su tía
había solicitado el Vibrator por correo (única forma de conseguirlo). Sufría
fuertísimos y frecuentes dolores de cabeza, y consideró, tras ver la
propaganda, que a lo mejor era un remedio útil para su caso. Cuando llegó aquel
cilindro blanco, estriado, con cabezal liso en forma de punta de bala de
mortero, inmediatamente le dio el uso para el que fue adquirido. La tía de
Esther, llena de pueblo, llena de soltería y llena de represión- la de la
época-, aplicó el vibrador en su cuello y nuca, tratando de aliviar esa posible
rigidez muscular que la atormentaba, y contra la que parecía que no podían las
aspirinas.
Como
el Vibrador no fue mano de santo, Esther
oyó a su tía soltar un discurso sobre la cantidad de estafadores que había, que
aquello no servía para nada, y que la verdad era que, “Franco ya no era lo
que era”, porque a estas personas que venden cosas que luego no servían
para nada debían meterlas en la cárcel.
Así,
el Vibrador pasó a ser uno de esos múltiples objetos que hay en todas las casas
y nadie sabe donde están, porque donde de
verdad están es en el olvido y allí nadie busca nada.
II
Esther
tenía 17 años y lo que hacía en el pueblo era recuperarse de una tosferina.
Para no aburrirse devoraba libros como una cosaca que aspirara al Nobel de
literatura. Resultaba además que en aquella casa de sus antepasados había una
importante biblioteca familiar, con ejemplares de todo tipo y distintas épocas.
Son
muchas las personas que en las novelas buscan vidas que llenen las suyas, y
sobre todo que las llenen de aquello de lo que están vacías, por eso, cada vez
más, y sin saberlo ni quererlo saber, Esther buscaba narraciones fuertes, con
amor y pasiones.
Cuando
llegaba a determinados pasajes notaba llenársele los pechos de ansiedad, y cada
vez con más precisión, descubrió que la extraordinaria humedad que sentía entre
los muslos, era consecuencia de la secuencia de amor correspondiente, que leía
y releía, como atrapada.
En
cierta ocasión el cosquilleo de su pubis fue tan intenso que quiso apagar
aquella especie de cien mil minúsculos ventiladores que, insistentes, enviaban
un vendaval de vientecillo ardiente, contra el bosque de su bello púbico. Se
levantó y decidida corrió al aparador donde semanas atrás había guardado- no le
gustaba que se tirara nada- el aparato para masajes que había pedido por correo
su tía.
Cuando
volvió a la cama no pudo oír las campanadas de las dos, porque con verdadera
angustia se había apretado aquello contra la vulva y, tras accionarlo, sonaba
con un monocorde run-rún.
III
Cuando acaba la Carrera de Derecho, Franco
estaba agonizando, como también agonizaba
la represión externa que la había
acompañado durante toda la vida.
Desde
aquel día en el pueblo había seguido masturbándose con el Vibrador. Se podía
decir que durante toda la carrera su mejor amigo íntimo había sido el vibrador,
y exactamente aquel vibrador, que para ella si fue mano de santo, la
mano de un santo que le proporcionó el primer orgasmo de su vida.. Algo que no
sabía, y nadie le había dicho, que existía.
Ahora,
en el lenguaje más cotidiano, Esther ya sabía que lo que ella usaba cada noche,
con cariño inaudito, era lo que la gente llamaba un consolador.
IV
Tal
vez sea la misma cosa, el que ella llegara a adorar los libros por ser cerebral
o el que ella acabara siendo cerebral de tanto adorar los libros. El caso es
que todo lo filtraba por una milimétrica red de razonamientos, hasta dejarlo
reducido a un esqueleto de lógica.
Por
eso determinó que no le apetecía ejercer de abogada, menos aún ponerse a
preparar unas oposiciones y tampoco seguir en casa, al alcance de la mirada
cariñosa pero también fiscalizadora, de la familia.
Se
puso pues, plazo para casarse.
V
El
matrimonio por amor se expone a las zozobras del propio amor y también a las
zozobras que ocasionan las características del vínculo. “Mira Esther -le había
dicho algún tuno en algún paso del Ecuador- casarse es como si a dos que se
quieren les dijeran,¿lo que más deseáis es estar siempre juntos?,pues venga,
y les pusieran la misma camisa de fuerza a los dos”.
Dos
personas dentro de una misma camisa de fuerza, eso era lo que ella veía en el
matrimonio. Pero tenía que casarse....le apetecía, para resolver el futuro.
VI
Por
aquellos días cayó en su poder un
cuadernillo de relatos anarquistas, y le llamó la atención, hasta producirle
fijación, uno en que se contaba el caso de una chica que estaba continuamente usando el consolador; entonces
los padres la llevan al psiquiatra, que naturalmente dice que está mal de la
cabeza y que lo conveniente es internarla; la llevan al manicomio y al ver el
diagnóstico, el director da las órdenes oportunas para que le coloquen una
camisa de fuerza y así evitar que prosiga con su perversión de masturbarse sin
parar. Así lo hacen, le ponen la camisa de fuerza y la dejan en su habitación.
La chica, que estaba loca para todo lo que no le interesaba, pero no para su
obsesión, se había escondido el vibrador en la vagina, con lo que, aunque a
duras penas, consiguió aprender a arrancarlo y pararlo sin manos, pudiendo así
seguir en su continuo frenesí. Pasados una docena de días, el doctor satisfecho,
lleva a la familia ante la enferma y les anuncia: “¿A que no esperaban verla
tan bien? Ha sido fulminante. Apartarla del vicio y aquí la tienen.....Si es
que parece otra. Así que se la puede llevar cuando quieran”.
VII
El
comentario del amigo, el relato anarquista y por encima de todas las demás cosas, el propio proceso vital de
Esther, hicieron que ya que se iba a poner la camisa de fuerza matrimonial ¡que
la cogieran dentro con un vibrador!.
Se
trataba pues, esto del amor, de buscar un hombre que hiciera las veces de un
consolador. Apreciarle como objeto que resuelve ciertos problemillas, pero nada
más.
Por
eso empezó a buscar un hombre-consolador. Y se decía: El buen vibrador debe ser
de lujo, por eso el hombre debe tener dinero. Debe ser manejable, por
eso debe ser alguien al que pueda imponerle lo que se me antoje. Y debe ser siempre
igual para que no haya sorpresas, por eso ha de tener una edad y un físico
que no puedan evolucionar a su favor, es decir, que si está achacoso y es mayor
mejor. Tampoco de be ser grande, ya que eso de que los consoladores cuánto más
descomunales mejor no es más que una fantasía machista, que sea pues pequeño.
Con
estos criterios y con estos razonamientos, Esther buscó marido, y lo encontró.
Ella tenía atractivo, labia y presencia, y para lo que buscaba le resultó fácil
la operación.
VIII
Como
siempre que no se aspira a mucho, la realidad fue más gratificante que el
propio sueño, y así, Esther se descubrió feliz con aquel matrimonio cosificado. Su marido
le dio consuelo económico, consuelo sexual y consuelo social. No se le puede
pedir más a un consolador. Ni se le debe pedir más a un hombre porque,
pensaba Esther, si un macho te hace vivir, también te puede hacer morir. Además
“vivir”, en cuanto que significa participar y estar en sintonía con la
naturaleza, es algo arriesgado y peligroso que no compensa.
1
31
de Diciembre de 1999. Faltan unas horas, pocas, para la Nochevieja Fin de
Siglo, y acabo de releer, lo encontré de milagro entre unos recuerdos, el
cuento que escribió mi padre con el título de EL CONSOLADOR.
Ya
no me acordaba de nada, ni de mi padre, ni del libro, pero al ver cómo están
las cosas por casa, me siento impulsada a escribir para que quede constancia no
se de qué.
Mamá
Y Ricardo Rodríguez Montañés, preparan entre risas la que será una buena noche
de las Navidades, mientras mi hermano, el cariñosón, escucha música en su
habitación y prepara alguna de sus agradables sorpresas. Somos felices.
Ricardo
Rodríguez Montañés es mi padrastro, casado en segundas nupcias con mi madre. Mi
padre murió hace 7 años, cuando tenía 48. No es que mi madre se casara viuda.
Ellos se habían divorciado varios años antes, y fue, estando ambos divorciados,
cuando mi madre se casó con su actual marido
Lo
que quiero reflejar y dejar escrito, es la poca consistencia que tienen los
sentimientos, todos, desde el amor al odio, sin dejar ni uno de los
intermedios.
2
La
publicación del libro EL CONSOLADOR causó gran revuelo en la pequeña ciudad del
Duero donde vivíamos. Sabido es que, al no poder joder la gente todo lo que les
pide el cuerpo, van cayendo en una abulia y apatía que por ser antinaturales se
rebelan, buscando emociones donde las haya. Ya que no las hay donde las tiene
que haber. Por eso alguien puso en circulación la teoría de que mi padre había
utilizado aquella narración para ridiculizar a mi padrastro llamándolo objeto,
diciendo que sólo servía para ser usado como un consolador.
Hasta
aquí todo mezquino pero normal. Lo tremendo fue cuando en una disputa entre
gente del gremio, alguien insultó a mi padrastro llamándolo consolador.
A aquellas alturas e impulsado
por el morbo, el libro se vendía ya como rosquillas, tal vez con la vana
esperanza, por parte del comprador de turno, de encontrar algo así como la
noche de bodas de Ricardo y mamá, u otras lindezas.
En
casa, lo supe después, se había barajado la posibilidad de la querella, pero
mamá se oponía. No por restos de cariño hacia mi padre que no debían existir,
sino por temor a que la gente tradujera el supuesto paralelismo en la
descripción de Ricardo, con otro aún más descabellado como sería el suponer que
Esther tenía algo en común con mi madre, cuestión demencial.
Pero
claro, al saberse ya bautizado como el consolador, Ricardo no tuvo otra
opción que presentar demanda.
3
Lo
malo fue que mi padre plantó cara. Se le ocurrió decir -en las diligencias
previas- que tendrían que demostrarle que Ricardo era un consolador para
así poder ser acusado de que había inventado un personaje que se podía
confundir con el feliz esposo de su ex –esposa. Y añadió que esa demostración
la veía difícil, porque suponer que Ricardo podía cumplir la misión principal
de un consolador era surrealismo puro.
Hubo
juicio, tan evidente en los planteamientos, que no se tuvo ni que recurrir a
las amistades, múltiples e importantes, que tenían mamá y Ricardo.
Mi
padre aprovecho la vista para poner en solfa demasiadas cosas, con lo que se
puede decir que no sólo se puso la soga al cuello sino que incluso tiró de
ella.
Fue
su ruina: profesional (el libro fue secuestrado), económica (no
pudo afrontar los gastos que todo aquello le ocasionó) y sentimental (la
mujer que por aquel entonces compartía con él ilusiones, le dejó porque le
pareció que aquel cuento indicaba que él le daba demasiada importancia a algo
que ella creía cerrado, zanjado).
Estuvo
18 meses en la cárcel y recuerdo haberle ido a ver una vez, aunque no se muy
bien por qué.
Ahora,
a punto de abandonar un siglo tan ajetreado, empiezo a sentir una infinita
melancolía por él. Es esa melancolía que se parece a la pena. Nadie se acuerda
de él. Pero no sólo hoy, que pasaron unos cuantos años, sino que una vez que se
apagaron los ecos del escándalo provinciano, todas las vidas pasaron a
centrarse en otras vidas, para así buscar la vida que les faltaba , y ello
con la misma ansiedad y por la misma razón que Drácula bebe sangre ajena porque
le falta la propia, ya que está muerto.
Pero
es que ni siquiera mi hermano y yo nos hemos visto perturbados por el menor
recuerdo. ¡La vida va muy deprisa!
A
Bueno,
las cosas claras. Lo que Vds. Han leído hasta ahora es lo que constituye el
relato que mi padre tituló El Consolador, por tanto la persona que
narraba lo anterior no existe. Soy yo la verdadera hija de mi padre y
voy a cantarle las cuarenta aunque esté bajo tierra.
Fue
una gran villanía hacer un relato con morbo y carnaza sólo con el fin de vender
unos cuantos ejemplares más, así que le está bien empleado que le emplumaran
once meses de cárcel por desacato y mofa del tribunal, y 5 millones de
indemnización a mi padrastro como consuelo por la pérdida de imagen que le
había ocasionado la sin vergüenza figura
del que me cedió el espermatozoide para nacer.
Porque
esta claro que lo que pretende ser el cuento es algo tan malo y vacío que en
modo alguno nadie puede sentirse
reflejado en él. Pero su añadido haciendo como que hablo yo en la
Nochevieja de 1999 es evidente que buscaba la provocación abierta y simple,
dibujando perfiles que no presentaba la historia anterior.
Lo
que no preveía mi progenitor en su ataque de estúpida vanidad, es que su comentario
despectivo ¿cómo no? de la justicia, iba a ser el que más influyera en su fusilamiento
judicial y social. No se puede
cuestionar la independencia de nuestra Justicia porque precisamente es
lo que más nos costó obtener de esta espléndida democracia..
B
Conste
que la verdadera María, hija de Arturo Antorrena Alarios, e hijastra de Ricardo
Rodríguez Montañés soy yo, y las dos anteriores son un par de impostoras.
El
relato El Consolador fue un éxito arrollador, aunque no se sabe por qué.
Tal vez por el morbo que lleva dentro. Ello sirvió para que mi padre, que ni se
ha muerto ni piensa morirse, nos invitara a sus hijos a dar la vuelta al mundo
en barco, mientras mi madre y Ricardo vivían la más feliz de las lunas de miel
que imaginar se pueda, porque como le decía él a mi madre: “Por qué me va a
molestar que me llamen el consolador si quien me consuela eres tú” .
C
Sabido
es que estamos en un mundo en que Dios es el dinero, su padre la mentira y
el Espíritu Santo el miedo, pero llegar a lo que se ha llegado de decir
ellas que son las hijas de Arturo Antorrena Alarios es pura porquería, por no
decir mierda, que suena ( y huele) mal.
Lo
que ocurrió tras la publicación por mi padre del relato El Consolador
fue lo natural. Se vendieron unos cuantos ejemplares, entre sus amigos. La
historia dio un poco que hablar, sobre todo por los añadidos apócrifos y nada
más.
Ricardo
estuvo unos días cabreado, y mi madre repitiéndole a todo el mundo :”Si ya
os lo decía yo, si es que es....”. Hasta que un día, sin pasar muchos, mi
padrastro nos reunió y plantó cara al problema con claridad.
-“Todo
el mundo me recomienda que me querelle contra vuestro padre, demandándole. Y
creo que lo voy a hacer, salvo que vosotros (dijo dirigiéndose a mi hermano y a
mi) temáis por la suerte de él y prefiráis que lo olvidemos. Sacrificar mi
honra, bueno mi honrilla, por los hijos de la mujer que adoro es lo menos
que puedo hacer”
Le pedimos que no llevara el caso
al juzgado y él se sintió premiado con el título de caballero y persona
ejemplar.
D
Evangelina Antorrena Seisdedos
soy yo, como puede atestiguar mi carnet de identidad, y todo lo escrito con
anterioridad no son más que sandeces, pues nunca una narración creativa ha dado
problemas, como apenas las han dado las autobiografías en cuanto que podían
molestar a personajes reales existentes.
Se dice que todo escrito tiene
algo de la propia vida del autor.
¡Qué más quisieran los autores!, por ejemplo, en este relato,
que no dudo que le hubiese encantado a mi padre que fuese real, no hay ni
brizna de verdad; bueno, salvo un dato, es verdad que él murió a los 48 años,
pero fue contra su voluntad.
E
Acabo de venir de vomitar tras leer
tanta basura. El autor de El Consolador
no era mi padre, cuyo nombre legítimo es Zacarías Zapatero Zambrano, si no otra
persona que le copió la idea a mi padre.
Un
día mi padre le contaba al Sr. Antorrena que si le gustaba escribir que lo
hiciera, y que no se preocupara si no le editaban nada. Que en ese caso lo
hiciera él; eso tenía la ventaja de que podías soltar un mitin sin que se
notara que el salón estaba vacío o decirle a cualquiera cualquier burrada sin
oler a estiércol.
Se
ve que el usurpador ha utilizado el noble arte de la escritura para divagar en
vez de para narrar algo ameno y chocante.
Sólo
me queda el consuelo de tener la certeza de que mi padre es inocente. Claro que
menudo consuelo, para eso es mejor un consolador.
Autor:
Pacomolina
No hay comentarios:
Publicar un comentario