LAS KAMISIDAS
La vomitona del Presidente de
los Estados Unidos, mantenida por continuas arcadas, seguía cayendo sobre el
cadáver homenajeado del máximo mandatario griego, y unos quinientos millones de personas de todo
el mundo contemplaban en sus aparatos de televisión esa desagradable y brutal
escena, sin tiempo para otra reacción que la del nacimiento reflejo de arcadas
y malestar propio.
Hay
momentos que por su especial composición de sensaciones tienen el poder de
hipnotizar, de detener o amortiguar, la capacidad de actuación de la gente.
Cuando la fila del Presidente y Primeros Ministros de los principales países de
Occidente desfilaba ante el ataúd en el que descansaba el cuerpo sin vida del,
hasta hacia pocos días, egregio mandatario helénico, no era de modo alguno
imaginable que uno de ellos, al inclinarse sobre el catafalco, para depositar
una condecoración póstuma, iba a sufrir las convulsiones características de un
vómito, y mucho menos que éste fuera tan abundante y violento que impidiera al
afectado evitar que lo que su boca arrojaba cayera sobre el cadáver del
dirigente del país aliado.
Naturalmente,
todo esto resultó tan desagradable, extraño, desconcertante, morboso y
sorprendente, que hasta los mismos encargados de la televisión- cámaras,
realizadores y directivos- quedaron
petrificados, y los objetivos de sus máquinas se convirtieron en los
ojos del estupor.
I
El
Presidente del Estado Griego había sufrido una tensa y breve enfermedad según
sabía la opinión pública, si bien los círculos próximos al interesado podían
afirmar que había sido, hacía ya varios meses, cuando le vieron empezar a
decaer. Los médicos empezaron a actuar unas semanas atrás, pero el enfermo,
absurdamente según su criterio científico, se les fue de las manos.
Su
entierro, que debería ser precedido de un solemne funeral, se convirtió, por
consenso de los primeros ministros de los países de la Alianza Atlántica, en un
acto que reafirmaría la conexión y la unidad del mundo libre, y por ello, allí
en Atenas estaban los Jefes de Gobierno de la totalidad de países occidentales
o pro-occidentales.
Sólo
había faltado el representante de los Países Bajos por culpa de una gripe
inoportuna.
II
La
brigada “G” se reducía a cinco personas. Todas hombres. Su misión, especial, de
alto secreto, extremadamente delicada y patriótica, la habían realizado con ese
rigor y frialdad que sin duda lleva al éxito en el trabajo, pero que, sin duda
también, sirve para reconocer a los agentes de la KGB soviética.
Consistió
aquella en cuatro fases: búsqueda, selección,
preparación y ejecución.
No
les fue difícil encontrar en su vasto país mujeres de extraordinaria belleza y
atractivo. Al contrario, fue tal el número de las elegidas que la dificultad
que no tuvieron en esta primera parte de su trabajo, se acumuló tensamente en
la fase siguiente, la de la selección, y ello a pesar de la abundante
documentación que tenían sobre los gustos de los 16 objetivos.
Una
vez seleccionadas 137 hembras de armas tomar y capaces de convertirse en
perversas flautistas de Hamelín que atrajeran tras ellas a todos los machos de
los alrededores, para arrastrarlos hasta el basurero más cercano, se dio paso
al momento más delicado y peligroso de la operación. ¡Había que convencerlas
para que colaboraran!
El orgullo de llegar a ser
salvadoras de su patria, la satisfacción de vivir en un mundo de lujo y embrujo,
y la alegría de poder realizar un trabajo basado en la seducción, fueron cebos
que en el alma femenina forzosamente habían de demostrar su eficacia, pues no
en vano patriotismo, hedonismo y sexo son categorías que en la escala de
valores machista están en los lugares más elevados, y bien es sabido que lo que
los hombres piensan, en toda la sociedad se convierte en ley.
Sin
embargo, lo que fue fácil hasta ahí llegó a un punto en que fue necesaria la
intervención del Secretario General del PCUS y Jefe del Estado de la Unión
Soviética. Sólo su enorme poder y su extraordinaria capacidad de persuasión
podían conseguir el milagro. Y lo consiguió, aquellas preciosas criaturas
debían dejarse inocular virus del SIDA. Así fue.
Antes de ello se les enseñó todo
lo que existía conocido sobre prácticas sexuales en los cinco continentes y en
las cinco civilizaciones que sobre la tierra han existido. También fueron
animadas a contarse unas a otras qué tipo de sensaciones y caricias las
excitaban más, pues ya es sabida la norma básica de la seducción: Es la
excitación propia la que más excita la ajena.
III
Cuando
esta centena larga de mujeres llegó a Occidente y fue estratégicamente
distribuida en distintos ambientes y circuitos, propicios para el encuentro con
los jefes de gobierno de los Estados Miembros de la OTAN, había empezado la
última etapa de un espeluznante plan: Más pronto o más tarde, aquellos hombres -si
los presidentes lo eran- o sus esposos -si los presidentes eran señoras- aceptarían
o sugerirían el apareamiento con alguna de aquellas fascinantes mujeres, ya que
a nadie se le escapa que los grandes hombres también tienen momentos de
esparcimiento. Si bien, como es lógico, tales encuentros se producen con la
máxima discreción y garantía y, por supuesto, con grandes hembras..
IV
Una
vez producidos dichos contactos con aquellos cuerpos invadidos de SIDA, los
anticuerpos harían el resto, y en un plazo de tiempo más bien breve la NATO se
vería sin dirigentes, lo que sería aprovechado por los países del Este para
invadir todo el Planeta.
V
Y
así, según lo previsto fue sucediendo. El Presidente Griego, el estadounidense,
el de los Países bajos, uno tras otro y sin que frenara la epidemia,
fueron muriendo ante el estupor de todos sus pueblos. Los cuales no sólo no se
explicaban la rapidez de las muertes, sino que ni siquiera sabían de qué morían
ya que ello fue declarado secreto en todo el mundo por orden del Estado Mayor de la Estructura
Militar Integrada de la OTAN. Aunque también es cierto que hasta que murió la
primera ministra británica, ni ellos mismos sabían, ni supieron lo que ocurría,
ya que los médicos no investigaban en lo que ni se les pasaba por la
imaginación.
VI
Pero
los comunistas, una vez más, se habían equivocado, y no repararon en la
tradicional fidelidad de los españoles, que esta vez, como todas las virtudes,
premió al matrimonio formado por el Presidente del Gobierno y su esposa, lo que
permitió que aquél, sano y lúcido, encabezara la gran ofensiva que tuvo que
iniciar el mundo libre para dar un escarmiento.
Así,
una vez más, fue un español quien acaudilló la Salvación de Occidente.
Pacomolina
Pacomolina
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