La existencia
de las fantasías sexuales o malos pensamientos, según la jerga de las
religiones, debió de ser algo que les trajo de cabeza a los poderosos para acogotar
el instinto de placer sexual.
Pronto debieron de ser conscientes de que los
pensamientos impuros eran algo universal, algo que todo humano tenía y vivía en
su interior, a modo de agente subversivo permanente.
Para podar
también esa rama del árbol prohibido sin duda jugaron dos bazas.
Una de
fuera a dentro. Consistía ésta en anatemizar los juegos sexuales, en condenar
las prácticas sexuales como abyectas y así, quien en su cabeza imaginara cosas
de ese tipo las bautizaría como sucias y en consecuencia las reprimiría.
La otra vía
de represión era definir previamente cuales eran los pensamientos tortuosos,
impuros y pecaminosos, y decir luego que ofendía a Dios quien tuviera esas
cosas dentro de la cabeza.
Este método es de una crueldad inaudita, porque si
bien, que se diga que acostarse con tres a la vez es un abyecto pecado,
eso se limitaba a crear sentimientos de culpa si lo hacías; pero como no
ocurría de hecho, no pasaba nada y te salvabas de la pérdida de autoestima.
Pero claro, prohibir el pensar, castigar el fantasear que estás con
tres o veintitrés, cuando eso sí lo podías hacer, y de hecho lo hacías
(aunque ni los más íntimos se enteraban, tú si lo sabías) y sabias que era
pecado y pecado mortal, y tú por tanto eras alguien sucio como tu mente,
alguien depravado como lo que deseabas, algo inmundo como lo que se te pasaba
por la cabeza.
Consecuencia: a seguir perdiendo autoestima como por un desagüe
de aguas fecales.
La conexión en gustos con material
pornográfico (libros, fotos, películas) confirma la comunión entre las mentes del espectador y
del creador.
Comunión que se produce por que ambos son iguales, ambos sienten
igual y ambos quieren lo mismo.
Del libro LA ESTAFA SEXUAL de Paco Molina, que busca editorial desesperadamente.
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