El refugio perfecto.
No es de extrañar que la familia sea la institución mejor valorada, porque el espejismo que produce, en el desierto de sentimientos de la sociedad actual, es la de un oasis salvador.
El desierto
social.
Para empezar,
confirmemos que la sociedad en que nos obligan a vivir es un desierto total,
sin una gota de agua que sacie la sed de
libertad.
Se nace, se
nazca donde se nazca, en un país por el que has de morir si te lo piden los que
mandan.
Encima naces sin ningún derecho, por más que algunas obligaciones te
las quieren vender como si fueran ventajas para ti y no para el Poder.
Acto seguido vas descubriendo que están prohibidas las pulsiones básicas (“niña
no te andes ahí que está muy feo”, ”niño no te toques eso que es una
porquería”, etc. y mil veces etc.).
Más tarde descubres
que no se puede vivir sin dinero.
A
continuación que no se puede tener dinero si no se trabaja.
Y por último que
eso de trabajar no es una obligación de todos para subsistir, sino que el
trabajo escasea y hay que pelearse por él (o lo que es peor, que es tan
necesario y abundante que desde los siete años se te mete en una mina, o en un
burdel o en el tráfico de drogas o en la guerra, para mayor gloria y negocio
de los magnates de turno).
Si vives en
la parte pobre del mundo no hay que insistir para demostrar que la estructura
social es un infierno, cuyas llamas son la injusticia y la explotación, cuando
no la muerte imbécil y sin sentido para el beneficio de otros.
Pero si vives en
la zona rica, aunque los electrodomésticos tal vez no te dejen ver el bosque de
la vida mísera y miserable que se lleva, sí percibes, aún menor de edad, que hay
que competir y hacerlo sin piedad.
Y eso se descubre tan pronto que
empiezan los celos, las envidias y los rencores hasta en el seno familiar, con
los hermanos, primos y demás familia.
Esa
despiadada lucha por ser el mejor acaba por hacerte sentir poco querido o
querida, y a partir de ahí a sentir una carencia de afectos que se puede
trocar en angustia.
La sociedad
es hostil a más no poder, por más que se disfrace de cordialidad con lo
que llaman buena educación o normas de
urbanidad (cosas éstas que existen precisamente para hacer las veces de
aceite, que engrasa las piezas del motor-social, y hace que éste no se caliente
tanto que se vaya a quemar el entramado).
Esa
hostilidad de la sociedad sigue en aumento y notas que te va quitando la
posibilidad de pensar por ti mismo.
Te han anulado los instintos básicos y así,
sin placer suficiente para lo que pide el cuerpo, es fácil, luego, modificar la
conducta de tu instinto de conservación.
Y te hacen aprender una cosa
trascendente:
Si te sales del grupo (de su manera de pensar, de actuar, de
sentir) se te bautiza como asocial y tu vida corre peligro. O porque te la quiten,
o porque te la amenacen o porque te echen de esa colectividad y tengas que
integrarte en otra en la cual puedes correr los mismos peligros si no te
adaptas.
Del libro LA ESTAFA SEXUAL de Paco Molina, que busca editorial desesperadamente.
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