Ya se vio que
el hecho de que la especie humana sea tal que sus individuos en todo momento
estén en celo había sido una de las ventajas con las que contó en la guerra por
la supervivencia.
Que esa disposición continua al vicio (a buscar placer sin
periodos de desaparición de ese instinto) junto con la proximidad de los
órganos de máximo placer con los de reproducción, hizo que el número de
embarazos fortuitos fuera lo suficientemente abundante como para que las bajas
por fallecimiento fueran siempre superadas por las altas por nacimiento,
cuestión vital en circunstancias de elevada mortandad.
(((No
obstante, es fácil que usted haya dado un respingo al leer que estamos
siempre en celo o siempre con ganas de vicio, porque fácilmente podrá
repasar cantidad de días, semanas y hasta meses en que se sintió desganado o desganada y sin
la menor apetencia para esas cosas.
Exactamente. Un dolor de muelas, una
enfermedad, una preocupación, la realización de un trabajo, etc. son situaciones
bastante incompatibles con el tener ganas; aunque también habría que
confesar que muchísimas veces se está sin apetencias y, de repente, surge la
tentación y aparecen los deseos))).
Ante todo
esto, fijémonos en cómo la evolución dotó de otra ventaja a nuestra
especie.
Esa es, junto con la de que cualquiera pueda desear hacerlo con
cualquiera, la de que la hembra necesite más tiempo para correrse y que
el macho pueda liquidar el asunto en un santiamén.
Del libro LA ESTAFA SEXUAL, de Paco Molina que busca editorial desesperadamente.
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