Tal vez haya
que hacer notar que esto de los menores de edad o la edad en que se es aún menor,
no deja de ser una cosa de fantasmas.
Porque, ¿cuál
es la edad fronteriza entre esa edad no suficiente para hacer cosas
y la de los adultos con plenos derechos?.
Es más, ¿No ha sido esa edad
cambiante según las épocas y sobre todo según los intereses económicos?.
Ya
hemos visto cómo el respeto a la infancia del mundo actual sólo existe
donde económicamente no es más rentable lo contrario.
De sobra se sabe
que la explotación sexual, laboral e incluso militar de menores existe en
cantidades industriales, sin que se persiga con el ímpetu y el ahínco con que
se persiguen otras situaciones.
Cuando nació
la idea de familia, es decir, cuando un hombre pasó a ser propietario
de una mujer que se transforma en su señora, posiblemente las niñas
serían ya consideradas adultas en cuanto pudieran cumplir uno de los tres valores
de uso para el comprador, como son que ya pudieran dar a luz, o ya pudieran
dar placer o ya pudieran realizar las tareas de la casa.
Es pues
evidente que la minoría de edad es un concepto de carácter cultural,
susceptible de ser barrido o
modificado según aconsejen los intereses económicos del sistema vigente.
Habría que
ver ¿a qué años se era menor de edad en cada periodo histórico, y qué
privilegios o desventajas se tenían, a modo de deberes y derechos, en esas
condiciones?.
Sería esclarecedor conocerlos según las épocas y las
civilizaciones.
Sin embargo,
un mundo sin ESTAFA SEXUAL no supone un peligro para los niños. Y sí lo
contrario.
Una libertad sexual generalizada, como la que se pregona, curaría
de golpe infinidad de problemas que ahora se bautizan como aberraciones,
ya que, en principio y abrumadoramente, la gente iría a lo suyo; y lo
suyo, cuando no hay represión, es que el río siga su cauce y no que las aguas
vayan hacia atrás, cosa que ocurre cuando se le pone una presa, y menos que se
salgan del lecho, cosa que ocurre al acumularse tanta agua que estalla la
compuerta que quería gobernarla.
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