Porque claro
(y vámonos a los casos extremos) supongamos un caso de eyaculación precoz.
Lo
que entre los vulgares mortales sería sólo el caso de alguien que se corre
mucho antes que la mujer, resulta que en la medicina oficial, como
eso sería decir que casi todo el mundo es imperfecto, la definen como aquel
caso del varón que eyacula casi antes de penetrar.
Sea lo que
ellos digan, pero ¿qué problema tendría cualquier hombre si no tuviera la
obligación de aguantar hasta dar placer mediante coito a su pareja?
Absolutamente
ninguno. Iría a lo suyo y, acabara antes o después, ya decidiría luego
si se quedaba contemplando la fiesta de otros, que sería también la suya si
quisiera. (¿No son el ver y el
mirar un placer en sí?).
Por la misma
regla de tres, qué problema tendría, en esa sociedad que ya existió, alguien
que la tiene demasiado grande y que hace daño, o su contrario que por
tenerla corta se corta.
Ninguno. Cada uno iría a lo suyo y la mujer encantada
de “haberlos conocido”.
Saltemos al
caso de la mujer-tortuga (la que no alcanza el orgasmo al tiempo que el macho
medio).
Resulta que, lo mismo que el presunto eyaculador-precoz, se siente
imperfecta (y lo es, como todos, para vivir sólo en pareja) cuando sin embargo
ella, de ser libre, simplemente, permanecería en la fiesta sexual más tiempo
del habitual, hasta que el número de hombres que la hicieran el amor
fuera el suficiente como para llevarla al orgasmo.
Que alcanzaría sin pegas, no
sólo por número de amantes por sesión, sino por el carácter libidinoso y orgiástico que, por sus
características, tendría el encuentro.
Porque ya me dirán ustedes qué
papelón, tener que recibir todo el placer de un sólo hombre, que encima
siempre sea el mismo, cada vez esté más visto y
día a día menos valorado.
He aquí dos
traumas absurdos.
La velocidad del hombre y la lentitud de la
mujer. Cuando ambos, para la búsqueda de placer sexual, no tendrían ningún
problema si fueran libres.
E incluso, para los fans de la propagación de la
especie, son ideales, pues gracias a sus defectos serían magníficos
repartidores de esperma los machos y estupendas recogedoras del mismo ellas,
con lo que las posibilidades de que toque la lotería del embarazo
aumentarían.
(¡Para ponerles una medalla según las tontas normas en pro de la
reproducción del Régimen!)
Del libro LA ESTAFA SEXUAL de Paco Molina, que busca editorial desesperadamente.
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