En la foto mi padre recibiendo de Monseñor Don Carlos Amigo, entonces Director del Colegio Menor de los Franciscanos en Zamora, imponiéndole una medalla como hijo predilecto de la Orden.
En la foto el mismo acto. A la izquierda mi madre Aurorita Martínez Diez, nerviosa y mirando al suelo mientras escucha las palabras de "su Paquiño".
Lo bueno es de ellos, lo malo es mío (Confucio Molina)
NECROLÓGICA. (El
Correo de Zamora. 1971)
Don
Francisco Molina Múgica
El pasado día 6 de
los corrientes dejó de existir nuestro querido amigo y compañero, Don Francisco Molina
Múgica, que durante muchos años desempeñó en este Instituto de Zamora (Claudio Moyano) la cátedra de Física y
Química.
Los que fuimos sus
amigos y colegas de profesión, así como los que fueron sus alumnos, ya hemos elevado
a Dios nuestras oraciones por el eterno descanso de su alma, asistiendo a los
funerales celebrados en las iglesias parroquiales de Nuestra Señora de Lourdes
y de Cristo Rey.
Sírvale ello de
consuelo a sus distinguidos familiares, esposa, madre, hijo y hermano, todos
ellos muy queridos en nuestra ciudad, que ya era también la suya después de tantos
años de permanencia entre nosotros.
Siempre recordaremos
con afecto la personalidad de nuestro querido compañero Molina, aunque él era
hombre sencillo que no se hacía valer ni pretendía destacarse, sino muy al
contrario, deseaba pasar desapercibido, ser “uno de tantos”.
Sin embargo, poseía
rasgos muy dignos de imitación, así como opiniones merecedoras de tenerse en
cuenta.
Hijo de un
prestigioso jefe del Ejército (fallecido
a comienzos del siglo XX) y, por añadidura, forjado en nuestra Cruzada como
alférez provisional, tenía un temperamento militar que asomaba en muchas
ocasiones.
Sereno ante las
contrariedades, dominaba sus nervios con la frialdad de un estoico y eso le
hacía conservar una lucidez envidiable para enjuiciar las cuestiones que surgen
en el ejercicio de toda profesión.
Detallista y
minucioso en el desempeño de sus obligaciones, mereció la Cruz de Alfonso el
Sabio en premio de lo acertado de su labor al frente de la Junta de Becas, que
dirigió varios años en nuestra provincia.
Hombre del movimiento, mantenía una firme e inquebrantable lealtad a
los principios del 18 de Julio y al Caudillo de España.
Amante del orden y de la buena crianza, sufría como nadie con el
gamberrismo, la ordinariez y la grosería, cuando asomaban la oreja en la calle
o en los espectáculos y establecimientos públicos.
Porque Molina era la
corrección misma, la buena educación personificada y adquirida en un hogar
distinguido por su rango y su señorío.
A veces se le
tachaba de excesivamente lento en el desarrollo de su asignatura, pero se muy
bien que tal parsimonia obedecía al convencimiento, muy justificado por cierto,
de que es defecto de la enseñanza exigir un cúmulo de conocimientos mucho mayor
de los que el alumno puede asimilar, con lo cual la enseñanza consiste
equivocadamente en hacer “embuchar” sin digerir, que es justamente lo contrario
de la buena transmisión de los conocimientos.
Un aspecto de la
personalidad de Molina- poco conocido y comentado-era el de su ingenio
humorista, un humorismo muy original que consistía en comparaciones de una
exactitud y una gracia inolvidables.
Recuerdo que, al
terminar de calificar a doscientos alumnos en una reválida de Sexto, preguntó
el Presidente (del tribunal) cuantos
habían aprobado, y al enterarse de que sólo habían pasado siete, se llevó las manos
a la cabeza y, compadecido de semejante escabechina, , ordenó que se aprobase también
a los que les faltase medio punto; pero aún así los afortunados no pasaban de
tres, y el presidente continuó ordenando que pasasen aquellos a quienes faltase
punto y medio, y así sucesivamente hasta lograr unos 60 aprobados.
Al salir de la
sesión me comentaba Molina: “Este señor ha hecho lo mismo que hacia una anciana
parienta mía, a quien se le habían recetado exactamente cuatro gotas de un específico.
Tomaba el cuenta gotas y con todo escrúpulo iba contando una…dos…tres…, pero al
llegar la cuarta, apretaba la goma y salía de golpe todo el contenido”
La comparación no
podía ser más gráfica y graciosa.
Terminemos
recordando que la mejor lección de Molina ha sido la de su muerte, muerte
ejemplar, que recibió con toda resignación a la voluntad de Dios.
Después de recibir
los Santos Sacramentos manifestó repetidas veces que moría tranquilo y en completa
paz.
Bien podrían aplicársele
los versos del poeta:
Dio el alma a quien se
la dio
El Cual la dio en el
cielo
en su gloria;
Que, aunque el vida
perdió,
dejonos harto
consuelo
su memoria
RAMÓN
LUELMO
(Don
Ramón Luelmo Alonso, Catedrático de Literatura, fue varios años director del Instituto
Claudio Moyano siendo mi padre el Secretario, amén de otros en que los dos fueron
simplemente profesores. Don Ramón fue una gran persona, lo cual digo porque al
darme clase varios años lo conocí bien, así como por las referencias de los adultos
de la época, a quienes yo oía hablar de todo durante las célebres “visitas”, reuniones que se hacían para llenar
las tardes de los domingos jugando a las cartas y merendando, en la casa de
quien le tocara, en una especie de “rondo” de amistad y cariño.. Naturalmente
se hacían en base a grados de fraternidad, entre matrimonios y si ocurría, con
alguna viuda o viudo).
Por
cierto, cuando tocaba en “mi casa”, al acabar la reunión, sobre las 10 de la
noche, si alguna señora había ido sola, y no tenía con quien volver a la suya,
mi padre se arreglaba y la acompañaba. Costumbre que yo conservo con grandes
carcajadas de las “protegidas” de hoy en día.
Paco, acabo de leer y ha sido muy gratificante por los recuerdos de hace tanto tiempo. Un abrazo
ResponderEliminarComo pone Anónimo, te diré que estuvimos en Nueva York pasándolo estupendamente, compa.
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