viernes, 2 de septiembre de 2016

Necrológica de Francisco Molina Múgica por Ramón Luelmo

En la foto mi padre recibiendo de Monseñor Don Carlos Amigo, entonces Director del Colegio Menor de los Franciscanos en Zamora, imponiéndole una medalla como hijo predilecto de la Orden.
En la foto el mismo acto. A la izquierda mi madre Aurorita Martínez Diez, nerviosa y mirando al suelo mientras escucha las palabras de "su Paquiño".

Lo bueno es de ellos, lo malo es mío (Confucio Molina) 

NECROLÓGICA. (El Correo de Zamora. 1971)

Don Francisco Molina Múgica

El pasado día 6 de los corrientes dejó de existir nuestro querido  amigo y compañero, Don Francisco Molina Múgica, que durante muchos años desempeñó en este Instituto de Zamora (Claudio Moyano) la cátedra de Física y Química.

Los que fuimos sus amigos y colegas de profesión, así como los que fueron sus alumnos, ya hemos elevado a Dios nuestras oraciones por el eterno descanso de su alma, asistiendo a los funerales celebrados en las iglesias parroquiales de Nuestra Señora de Lourdes y de Cristo Rey.

Sírvale ello de consuelo a sus distinguidos familiares, esposa, madre, hijo y hermano, todos ellos muy queridos en nuestra ciudad, que ya era también la suya después de tantos años de permanencia entre nosotros.

Siempre recordaremos con afecto la personalidad de nuestro querido compañero Molina, aunque él era hombre sencillo que no se hacía valer ni pretendía destacarse, sino muy al contrario, deseaba pasar desapercibido, ser “uno de tantos”.

Sin embargo, poseía rasgos muy dignos de imitación, así como opiniones merecedoras de tenerse en cuenta.

Hijo de un prestigioso jefe del Ejército (fallecido a comienzos del siglo XX) y, por añadidura, forjado en nuestra Cruzada como alférez provisional, tenía un temperamento militar que asomaba en muchas ocasiones.

Sereno ante las contrariedades, dominaba sus nervios con la frialdad de un estoico y eso le hacía conservar una lucidez envidiable para enjuiciar las cuestiones que surgen en el ejercicio de toda profesión.

Detallista y minucioso en el desempeño de sus obligaciones, mereció la Cruz de Alfonso el Sabio en premio de lo acertado de su labor al frente de la Junta de Becas, que dirigió varios años  en nuestra provincia.

Hombre del movimiento, mantenía una firme e inquebrantable lealtad a los principios del 18 de Julio y al Caudillo de España.

Amante del orden y de la buena crianza, sufría como nadie con el gamberrismo, la ordinariez y la grosería, cuando asomaban la oreja en la calle o en los espectáculos y establecimientos públicos.

Porque Molina era la corrección misma, la buena educación personificada y adquirida en un hogar distinguido por su rango y su señorío.

A veces se le tachaba de excesivamente lento en el desarrollo de su asignatura, pero se muy bien que tal parsimonia obedecía al convencimiento, muy justificado por cierto, de que es defecto de la enseñanza exigir un cúmulo de conocimientos mucho mayor de los que el alumno puede asimilar, con lo cual la enseñanza consiste equivocadamente en hacer “embuchar” sin digerir, que es justamente lo contrario de la buena transmisión de los conocimientos.

Un aspecto de la personalidad de Molina- poco conocido y comentado-era el de su ingenio humorista, un humorismo muy original que consistía en comparaciones de una exactitud y una gracia inolvidables.

Recuerdo que, al terminar de calificar a doscientos alumnos en una reválida de Sexto, preguntó el Presidente (del tribunal) cuantos habían aprobado, y al enterarse de que sólo habían pasado siete, se llevó las manos a la cabeza y, compadecido de semejante escabechina, , ordenó que se aprobase también a los que les faltase medio punto; pero aún así los afortunados no pasaban de tres, y el presidente continuó ordenando que pasasen aquellos a quienes faltase punto y medio, y así sucesivamente hasta lograr unos 60 aprobados.

Al salir de la sesión me comentaba Molina: “Este señor ha hecho lo mismo que hacia una anciana parienta mía, a quien se le habían recetado exactamente cuatro gotas de un específico. Tomaba el cuenta gotas y con todo escrúpulo iba contando una…dos…tres…, pero al llegar la cuarta, apretaba la goma y salía de golpe todo el contenido”

La comparación no podía ser más gráfica y graciosa.

Terminemos recordando que la mejor lección de Molina ha sido la de su muerte, muerte ejemplar, que recibió con toda resignación a la voluntad de Dios.

Después de recibir los Santos Sacramentos manifestó repetidas veces que moría tranquilo y en completa paz.

Bien podrían aplicársele los versos del poeta:

Dio el alma a quien se la dio

El Cual la dio en el cielo

en su gloria;

Que, aunque el vida perdió,

dejonos harto consuelo

su memoria

RAMÓN LUELMO

(Don Ramón Luelmo Alonso, Catedrático de Literatura, fue varios años director del Instituto Claudio Moyano siendo  mi padre el  Secretario, amén de otros en que los dos fueron simplemente profesores. Don Ramón fue una gran persona, lo cual digo porque al darme clase varios años lo conocí bien, así como por las referencias de los adultos de la época, a quienes yo oía hablar de todo durante las célebres  “visitas”, reuniones que se hacían para llenar las tardes de los domingos jugando a las cartas y merendando, en la casa de quien le tocara, en una especie de “rondo” de amistad y cariño.. Naturalmente se hacían en base a grados de fraternidad, entre matrimonios y si ocurría, con alguna viuda o viudo).

Por cierto, cuando tocaba en “mi casa”, al acabar la reunión, sobre las 10 de la noche, si alguna señora había ido sola, y no tenía con quien volver a la suya, mi padre se arreglaba y la acompañaba. Costumbre que yo conservo con grandes carcajadas de las “protegidas” de hoy en día.



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