Domados.
Como todas
las sociedades son iguales (ninguna te da libertad) pues optas por seguir el
camino más seguro: “Si ya estoy aquí, seguiré con los míos” (tu patria). De la
que tú, por cierto, sólo eres un soldado, pues la patria ¿de quién es?. De
quien tiene dinero y no tuya, ¡no te engañes!.
Sigues palante
y descubres que tienes que tener descendencia, aunque si lo meditas no está muy
claro para qué. (Pues se tiene, desde que hay propiedad privada, para perpetuar
ésta en el caso de los ricos, tus dueños y señores).
Después, el
tener la obligación de sacar adelante a los tuyos te hace más insolidario,
competitivo y egoísta de lo que ya eras, multiplicándose por el número de hijos
el número de agravios, recelos y rencores que vas a tener respecto al resto de
los humanos.
El
aburrimiento es tan crónico y está tan arraigado que, paradójicamente, el
trabajo se convierte en algo que entretiene. De hecho el síndrome
del fin de semana, en las sociedades opulentas, confirma esta afirmación.¡Qué
horror no tener nada que hacer!.(Qué gran verdad. No hay nada que hacer.
Está prohibido)
Entonces, tu
vida se va por el desagüe de alguna afición más o menos infantilista, como
pueda ser cualquier deporte. Y vives y sufres y saltas y te alegras y te
amargas, según gane o pierda tu equipo favorito.
Y en este
plan vas esperando la muerte.
Que encima te angustia porque te sientes malo y
pecador (sin apenas pecados), y puedes ser condenado al infierno eterno u otra
tontería, y lo que es peor, sabes que cuando te mueras vas a pensar: “Pero,
santo cielo, ¿Por qué me muero ya, si todavía no he vivido nada?”. Esperas
la muerte con desesperación.
Sólo cabe un
consuelo, hay otros que en lo material viven peor que tú.
Buen clavo ardiendo
al que agarrarse. Clavo que, por cierto, ya busca el Poder que esté al alcance
de tu mano para que te calmes y no des la lata; ni batalla, no vaya a ser que
todo acabe peor.
Este es el
panorama de la existencia para alguien a quien no le va del todo mal (según los
cánones del Capital y la Metafísica).
Naturalmente, si nos ponemos en el
pellejo de quienes no han sido sonreídos por la fortuna, las tintas se
cargarían más y más a favor de nuestras tesis: Que la sociedad en que se vive es
tremendamente hostil, violenta y sin sentimientos; salvo “el amor por el
dinero”, que crece día a día en todas las latitudes, hasta el punto de que ya
no hay otro valor, por más que se nos diga que existen cosas como la ética, la
idiosincrasia, la propia historia, el arte, el folclore u otros bienes, que
están ahí para ocultar que ya no hay otro disfrute que el acumular pasta para
ver si así ganamos libertad y eternidad.
Es decir, en el fondo, para ver si el
dinero nos devuelve lo que nos han robado, los instintos de supervivencia y
placer.
Sin darnos cuenta de que es con el dinero con quien nos han robado
ambos instintos, por lo que difícilmente será con él con quien podamos
recuperarlos.
La libertad
es el poder vivir el instinto de placer, lo demás es un estafa o una libertad
bajo fianza o condicional, o sea una engañifa.
Del libro LA ESTAFA SEXUAL, de Paco Molina, que busca editorial desesperadamente.
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