Parece indudable que las fantasías de hoy surgen como vago recuerdo, guardado en el
subconsciente de los genes, de
situaciones que sí se dieron en otras épocas.
Cómo no suponer que cuando se hacia el amor en la cueva, donde
todos se apelotonaban huyendo del frío y de las fieras, en esas condiciones de
hacinamiento, no disfrutaran todos, según su estado y edad, de una orgía
general, o bien sólo mirando y viendo, o bien sólo tocando y oliendo, o bien
saltando de aquí a allá para cambiar de manjar.
De esa situación quedaría grabada la perversión que hoy (represores como
somos) llamamos de mirones o
voyeurs, lo mismo que las ganas del macho de ver mujeres acariciándose
y de la hembra de verse tomada por más de uno, y esto y lo otro y lo de más
allá.
Y lo que ocurría en la cueva invernal, con mayor motivo o
justificación se daría, con buen tiempo, en la ribera de ese río, o en la playa
de esa costa, o en el remanso de ese camino junto al bosque.
Cuando el grupo
descansaba, tal vez uno o dos de sus miembros buscaran darse placer y eso contagiara a varios más,
acabando por satisfacerse unos a otros en la medida en que cada uno quisiera.
De tantas situaciones de esas, bacanales
con comunión de cuerpos, anteriores en el tiempo al momento en que se
decidió la memez de hacer que las mujeres fueran propiedad privada de los
machos (al por mayor, machismo, y al por menor, matrimonio) es de donde vienen
las fantasías sexuales, como un dulce tormento que pidiéndonos más de lo que tenemos,
nos da gusto, recordándonos que nos quieren matar el gusto.
DEl libro LA ESTAFA SEXUAL, de Paco
Molina, que busca editorial desesperadamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario