viernes, 14 de febrero de 2014

La Semana Santa y el EGO


EL CIRINEO Y LA MAGDALENA

 

            por Paco Molina

 

En la Semana Santa del año pasado aparecieron unas pintadas por el caso histórico de Zamora en las que aparecía un Crucificado que exclamaba. “ ¿Y para esto me han sacrificado, para fomentar el turismo?”.

 

Aunque se rumoreó que la procedencia era de una religión no católica pero si cristiana o precisamente por eso, cabe preguntarse si el espíritu de la Semana Santa está degenerando o no.

 

Para ello no hay que perder de vista que la Iglesia Católica, como todas las organizaciones que en el mundo han sido, son y serán, busca el crecimiento continuo.

 

En efecto, así es, tanto partidos políticos, como ONGs, como sindicatos, como clubs de fútbol, etc, en la medida que son grupos de personas  y al margen de sus fines específicos, todas tienen un objetivo común, llevan en su seno un ansia desmesurada ¡el crecer!.

 

La razón es lógica, cuando una organización es muy grande necesita gente que  se dedique a ella a tiempo total, y eso se paga. Han surgido los liberados. Y cuanto mayor es la asociación mayor el número de personas que viven a su costa y mejor pagadas.

 

Con esta idea, confesada o no, alguien tuvo la feliz ocurrencia de sacar los santos a la calle inaugurando así, sin saberlo, la primera procesión.

 

Con los santos desfilando se conseguía vender el producto, la Fe, incluso entre quienes no iban a los templos y quienes por tanto no veían el santoral.

 

La idea fue cuajando poco a poco hasta desembocar en lo que ahora es la Semana Santa.

 

El éxito estaba cantado porque el ser humano, por más que se auto defina como “humano” no deja de ser animal y por tanto juguetón y niño hasta la tumba; con lo cual el escenificar un cuento interesante en cuanto al argumento no podía caer en saco roto.

 

Imaginemos por un rato que todos aquellos cuentos que nos contaban de niños desfilaran en la Semana de la Fantasía por las calles de nuestro pueblo: en procesión y con distintos pasos que nos fueran escenificando cuando le dio su mamá la cestita para la abuelita a Caperucita, cuando se encontró al Lobo, como conversaron, el momento en que la comió, etc. Y así un cuento cada día de la Semana. Pero si hasta la Cabalgata de Reyes hace caer la baba de los mayores en igual cantidad que la de los niños.

 

Añádase a eso que la historia de Jesús el Galileo es producto de una gran e imaginativa mente: resulta que hay alguien que nos quiere tanto que como ve que vamos a ir al infierno no duda en sacrificar lo que más quiere, su hijo,  para salvarnos, y a partir de ahí aparece una madre virgen, una entrada triunfal en burro en Jerusalén, una traición por dinero (aunque aquí no le echaron mucha imaginación), etc. etc. etc.

 

Si será buena la historia que hasta los actores secundarios, fundamentales para que una película se lleve el Oscar, son impagables. Fíjense ustedes en el Cirineo, un individuo que estaba viendo la procesión de la realidad (en  realidad fantasía también) y los soldados de la OTAN que estaban pacificando Afganistán, al ver que el Rey de los Mahometanos que iba a ser crucificado no podía ya con la cruz, le obligan a ayudarle a cargar con ella, e imaginen la cara de Dios, hecho hombre y una piltrafa humana, mirando agradecido a quien hizo liviana la madera que portaba.

 

Y eso por no hablar de la puta María de Magdala a la que Cristo tiende la mano en un gesto muy zamorano pero sublime siguiendo con su discurso de que quien esté libre de pecado que tire la primera piedra.

 

Con todos estos ingredientes por fuerza la Semana Santa tenía que arraigar. Como un buen espectáculo, como el Mayor Espectáculo del Mundo, que se decía del circo.

 

Por tanto preguntarse si ha ido perdiendo  “religiosidad”, o devoción, o misticismo no tiene mucho sentido, salvo el filosófico. Aunque claro, en la semana santa, como en cualquier otra tribu siempre puede haber algún iluminado que la viva sin vivir en él.

 

Ya vimos pues por qué  atrapa al público, siendo la estética (si mejor o peor) la que introduce una diferencia como entre el Euro Disney o el Disney original. La belleza siempre es un plus como saben en Hollywood.

 

Respecto a los hermanos, ahora también hermanas, es decir respecto a los del capirote no cabe duda que siempre han disfrutado del chute de la vanidad: se sienten guapos (el atuendo, si encima lleva capa, luce), exclusivos (ser de ésta o aquella procesión es una marca), importantes en definitiva, y más importantes aún si podían decirle a cualquiera, “Yo esto lo hago porque me lo creo, lo hago por Fe”.

 

La confirmación de que es el ego quien mueve el motor está en que tanto en los años cincuenta, todo más humilde, como ahora, todo más espléndido, los hermanos iban vestidos por la calle y a cara descubierta, para que se les vea bien, hacia el desfile o después del desfile.

 

En ese aspecto poco ha cambiado la Semana Santa de Zamora (las demás son iguales en cuanto a lo dicho). Bueno, tal vez que en las aceras hay más turistas y en los bares más alcohol y en las noches más pasión.

 

Lo que si ha cambiado es la Semana Santa como negocio. Los folletos, revistas y anuncios en prensa y televisión rozan lo irreverente. Si se fijan, la propaganda va entrando, ¡físicamente! a compartir imagen hasta con Dios. Estamos a un tris de que tras el “Tengo Sed” nos añadan el “Con Coca Cola da gusto tener sed”.

 

Que todo se está sacrificando al negocio lo pueden confirmar quienes hace años veían ir detrás de cada procesión o de algunos pasos, a unas señoras descalzas, enlutadas, tristes, con una vela y su tragedia.

 

Fue lo primero que cayó del desfile ¡lo afeaban!. Se lo habían tomado en serio y eso era pasarse.

           

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