sábado, 5 de noviembre de 2011

"Z" de zorra


                                               LA ZORRA

No me extraña que me llamen la suprema del Supremo”-le dijo la juez al espejo que reflejaba su cuerpo recién duchado. Cuerpo por el cual todavía pasaba, de vez en cuando, una toalla que arrestaba a las gotas que habían escapado del primer y general secado.

            Menos mal que había tenido un buen día y se sentía alegre. Porque de lo contrario, y con el calor que hacía, no habría podido soportar el tener que estudiar  fuera de horas, el caso que le habían encomendado en el juzgado.

            Se metió en la cama, y como si de una novela se tratara se puso a leer el expediente. Estaba cómoda, interesada y animosa. Fuera, al otro lado de la ventana abierta, la noche, esa estación del día donde se cruzan los viajeros de la aventura.

                                                          I

            Cuando el importante señor X recibió la noticia de que estaba contagiado de SIDA, sintió que su espina dorsal se convertía en espina de verdad, y sus vértebras en otras pequeñas espinas que salían de la central. Tuvo la sensación de ser un pez, colgado de un anzuelo y pescado por la muerte.
      
Fue días después, al buscar la causa del contagio, cuando el Sr. X recobró algo de vida. Ese soplo de ánimo surgió del odio. Se suponía que la razón de que hubiera llegado el apestado virus a su cuerpo era una pequeña herida que presentaba en su glande.

            A partir de esa constatación, recordó lleno de ira.

                                                           II

            María era una preciosidad. Bien proporcionada, con senos de heladera italiana, cara de Hollywood y piernas de turista sueca. Pero María era, sobre todo, una mujer exquisitamente elegante.
     

Que un hombre cualquiera se fijara en ella era algo espontáneo y natural. Que determinado hombre acabara cautivado por ella era el desenlace lógico de una obra de arte. Porque María, por encima de su atractivo estático, lo que resultaba ser de verdad era una profesional de la seducción.
           
            Seducir al Sr.X fue sin embargo como pescar el pez adecuado, con el cebo adecuado y con la caña adecuada. Y todo ello además, en una bañera.

El Sr.X era un mujeriego empedernido y un coleccionista de conquistas. Por ello, para él, fijarse en María, desearla y procurar poseerla, resultó inevitable. Y ello sin que ella aun ni hubiera pestañeado .

            Una vez solos todo fue a las mil maravillas, hasta que de repente la situación sufrió un brusco giro. María, que había permanecido semidesnuda, dejó ver que no era simplemente una apetecible mujer. Se acabó de ofrecer por entero a aquel hombre, y éste se encontró, sorprendido, ante la pelvis que veía. Aquella atractiva muchacha tenía pene.

            María le obligó a una felación en la que ella era el macho. Y después, siempre con un comportamiento exquisitamente femenino, pero con determinación, le obligó a emborracharse.

Y cuando él ya era un pelele del alcohol, ella sacó un extraño objeto que, tras manipularlo, se convirtió en un especialísimo matasellos o estampilla.

                                                           III

            Luis Montalvo Salva era un joven de 29 años. Atractivo, de cara algo aniñada, inteligente y correcto. Trabajaba de relaciones públicas de una importante empresa internacional con incursiones en negocios de crédito.

            Ello le había permitido tratar con personas de gran solvencia, no sólo con motivo específico de su trabajo, sino también porque dado su carácter agradable y respetuoso, no era marginado cuando, tras los negocios, las tertulias o los viajes, los contactos se prolongaban en ratos de esparcimiento.

            Ratos en los cuales, lo que se suele esparcir es el principal síntoma del machismo. El síndrome del gallo.

                                                           IV

           No resulta nada difícil encontrar machos con el síndrome del gallo. Se les puede olfatear fácilmente porque no sólo dan muestras de que se consideran los mejores gallos del corral, sino que necesitan hacérselo saber a los demás. “Yo- tratan de decir-¡sí que tengo espolones!”.
           
Pero lo que en muchos casos es fatuidad, en algunos es perversión. Se reconoce a estos últimos porque paseando, con plumas de pavo real, entonan un kikirikí de claro desprecio hacía las mujeres, y enarbolan la cresta de la violencia.                            

                                                           V

            Cuando un hombre triunfa adquiere poder, y esto, el tener poder, permite, entre otras cosas, el poder ser como se es .Quien gana la batalla del éxito económico puede ser como es. No necesita doblegarse ante nadie, no necesita ser hipócrita ante nadie, no necesita medir sus palabras ante nadie, no necesita solicitar favores a nadie. Por ello puede manifestarse tal cual es; débil o fuerte, sensible o déspota, tranquilo o bruto.

En el mundo en que se movía Luis Montalvo Salva, la mayoría de los hombres habían triunfado, la mayoría de los hombres se manifestaban tal y como eran. Por eso resultaba fácil detectar a esos gallitos de pelea que pelean sólo contra mujeres.

                                                           VI

            Para la policía resultaba difícil seguir la pista de la Bella María-como decidieron llamarla- pues la denuncia del señor X no permitía atar ni un solo cabo. El caso sin embargo no fue relegado, debido a la influencia grande del denunciante.

  
Ello, el persistir, permitió encontrar a otro hombre que, también en su glande, tenia la misma marca en forma de Z.

            El inspector que consiguió dar con esta pista no pudo extraer nada en claro del depósito de cadáveres donde se encontraba, tras la autopsia, este otro seducido por María. Salvo dos únicos datos, había muerto del SIDA y era un hombre rico.

            La Bella María se movía pues entre peces gordos. ¿Cuántos casos por tanto estarían sin denunciar por miedo al escándalo?,¿Cuántas Z se estarían sentando en los numerosos Consejos de Administración que constituyen la constelación del mundo empresarial?

                                                 
VII

            María conocía de sobra al Baboso Gordinflón. Era uno de estos machos que no sólo cuentan sus heroicidades con las mujeres, sino que en su degradación, de la que son ajenos, hacen ostentación de verdaderas aberraciones.

           Aún le recordaba, sacudidas todas sus carnes por una risa imponente, cómo contaba, con todo lujo de detalles, la forma en que sugirió  a la más  guapa de sus empleadas “que más le convenía ser sugerente con él”, y cómo ella, que por supuesto había aceptado el mensaje, ahora estaba contenta de las horas extras que le hacía hacer.

           En cuanto el sugerente gordinflón salió de los chiqueros, María le recibió con el escote, le dio un par de chicuelinas cruzando y descruzando las piernas, le puso tres miradas incendiarias, y el mismo D. Baboso completó su propia faena proponiendo pasar a la habitación que ocupaba en el hotel.

                                                           VIII

            El detective contratado por el Sr. X, que esa noche había centrado su atención en María por olfato -se limitó a buscar en ambientes de 5 estrellas- tuvo que hacer un gran esfuerzo para no entrar en la habitación, hasta la que había seguido al señor grueso y a su ligue, cuando aquél gritó como un energúmeno.

    
Si su pista era falsa podía tener problemas con el hotel, y no le convenía, pues era un simple investigador privado. Prefirió por tanto esperar, para seguir a María, ver dónde vivía y luego comprobar si era la bella de la Z.

Cuando María desapareció en el edificio de apartamentos de lujo, no suponía el detective Arias, que al día siguiente iba a ser imposible que ninguno de los vecinos pudiera dar una pista sobre ella.

           Por eso, tras comprobar que al gordinflón de la noche anterior le habían coronado con otra Z, Arias informó al señor X; qué, ansioso por vengarse de aquella mujer, le pidió comentase todo lo averiguado a la policía.

        
En aquella casa, en efecto no vivía María, pero sí Luis Montalvo Salva, sobre quien se centraron las sospechas.

                                                           IX

            Luis y María eran la misma persona. Se trataba de una transexual. Así en femenino, porque su cuerpo, con ser ambiguo no le daba ambigüedad a su alma que era, netamente, alma de mujer.

            Pero María tuvo constancia de que esta sociedad no es fácil para las mujeres, y menos en el terreno profesional. Por eso tomó la  determinación de presentarse como hombre para buscar empleo. 

Luego, al tener que vivir en un caparazón que no era el suyo, eso hizo que María generase una feroz animadversión hacía ese tipo de persona que no sólo es machista, sino que ejerce de tal.

 Considerándolos culpables de ese ambiente social que le impedía vivir sin falsedad, decidió dar un escarmiento a los que pudiera, y por eso, mientras Luis el tímido, recogía la información, María la seductora, atacaba a las presas elegidas, marcándolas con el signo de la ZORRA.

Cuando era pequeña, algo parecido, lo había visto en una película.

                                              X

Al terminar de leer el informe la juez encendió un cigarrillo. Y no había comenzado a meditar sobre el caso, cuando le sobresaltó el timbre del teléfono.

-“¿Diga?”-

-“¿Qué tal .....ZORRA?”- (sintió cómo la piel se le ponía de gallina).

Aunque habían pasado más de dos años reconoció la voz de su ex marido-“¿Sigues tan zorra como siempre?” –del que se había divorciado por malos tratos-

“Contesta, zorra, zorra, zorra”.

Las lágrimas cayeron por su cara, al sentir cada palabra como un latigazo. Como aquellos latigazos que le dio el día  que ella aprobó sus oposiciones de judicaturas, al llegar la noche y denudarse para que ambos celebraran tanta suerte. La había atado y con un látigo desahogó lo que los psicólogos llamarían celos profesionales.

Sintió una rabia infinita contra aquel hombre que seguía insultándola, y nada más colgar se vio identificada con Luis y María.

                                              XI

Al día siguiente, a la hora de emitir el veredicto la juez se sentía arrastrada por una tremenda simpatía hacía aquella acusada, y dudó mucho a la hora de pronunciar el fallo. Pero al final se limitó a tratar de ser lo más justa posible, como otras  veces, de lo contrario se hubiera sentido como una ZORRA.

                                                                     Pacomolina

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