VIVA
LA CHULERÍA
¡Ondia! La que se ha
armado porque una empresa privada ha “comprado” los datos personales de miles de
ciudadanos (libres) entre ellos los de Zamora.
De nuevo se abre el
debate sobre el derecho al intimidad, y la necesidad de una ley que proteja “nuestra
trastienda” de los avances de la informática, pues parece ser que hoy en día,
le dan a un ordenador el nombre de usted, o su número del DNI o el mismísimo
NIF, y acto seguido se enteran de todo.
Y ahí está la clave:
pero... ¿de qué se enteran? ¿Es que es usted tan malo que no se puede saber? ¿O
por el contrario es precisamente lo preocupante el que salga a la luz que la
vida es aburrida hasta decir basta? ¿No se temerá precisamente eso, que no se
puede ser trasto y por tanto no hay trastienda?
Por ahí van los
tiros. Seguro.
Si alguien se compra
un coche grande y con destellos metálicos es para que se entere el vecino
propio, el vecino de la suegra y hasta la Federación de Vecinos en pleno, luego
no puede ser el miedo a que se sepa eso; lo que preocupa que se sepa, porque
nos tengan fichados.
Tampoco es secreto
el abrigo de visón, ni siquiera el último descubrimiento en las rebajas, que se
encasqueta, al que quiera y al que no quiera oírlo sin ningún motivo.
Ni es cuestión
secreta lo que gana el personal, pues los que reciben poco lo pregonan a los
cuatro vientos para “mover, a pena y justicia”, y los que ganan el dinero a espuertas
ya se encargan de que, se deduzca, a través de los signos externos de riqueza.
Entonces, hay que
volver a la pregunta: ¿por qué tanto escándalo, por qué este rasgarse las
vestiduras porque otros sepan “lo nuestro”?
Por chulería: porque
así, gritando “no hay derecho a que se controle la intimidad de la persona”, y
diciéndolo muy alto, se da a entender que se tiene una intimidad envidiable.
Se hace creer que
vivimos cosas tan tremendas, emocionantes y distintas, que necesitan el
silencio del respeto.
Pero ¿es eso así?, ¿de
verdad la llamada intimidad va mas allá de cuatro simplezas, como hurgarse la
nariz en el coche, ser incapaz de acabar la lectura del último éxito literario,
dormirse en el “acto” o tener envidia a fulanito de tal?
Así son las cosas. Y
por eso los que ponen el grito en el cielo defendiendo la intimidad, lo que
hacen es presumir, chulear, de una presunta vida de no te menees; pero al final
todos somos iguales y lo que tenemos es que el ordenador pregone a los cuatro
vientos:
que se va a la
segunda vivienda a ver el mismo programa de la tele que en la primera,
que se sale de cena
para comentar lo bien que estuvo la cena anterior (“si vieras lo que nos reímos”)
en la que a su vez se habló de si la anterior (etc.);
que se viaja para
ver si te hacen una transfusión de vida y ni por esas,
y que en cada casa, dentro
del aburrimiento general, todo es rutinario.
Ese es el miedo que
hay: el que salte a la luz que no tenemos intimidad; que como mucho lo que se tienen
son malos pensamientos; pero esos precisamente se vienen contando, si no al
ordenador si al ordenante (de la misa) o sea al cura, desde tiempo inmemorial y
por los siglos de los siglos, amen.
Así que tranquilidad,
todos somos iguales y por lo tanto ¡que más da que todo el mundo se entere que
tú también prefieras la Coca Cola a la Pepsi Cola! (que eso es la libertad).
FRANCISCO
MOLINA. El Correo de Zamora. Años 80 del S.XX
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