miércoles, 22 de febrero de 2012

Hay una revolución feminista y una contrarrevolución machista



Costumbres licenciosas


Posiblemente, en periodos anteriores, la violencia doméstica era


eficaz en un principio y triunfaba la doma. 

La mujer se doblegaba. La mujer se plegaba y la armonía 

del hogar se basaba en el sufrimiento atroz de la esposa o su adaptación al infierno.


También ocurría en tiempos pasados que el mismo discurrir de la vida tenía postradas a las señoras en casa, transmutadas en madres y únicamente en madres, sin autonomía ni para sentirse hembras.


Ahora los tiempos han cambiado, y las costumbres, usando un lenguaje reaccionario, podríamos describirlas como licenciosas (dentro de lo más natural). 

Y dentro de esa naturalidad y avance social, la mujer trabaja fuera de casa, viaja, va a la moda, opina, conoce gente, ve en el propio salón de casa películas escabrosas y se casa por amor.


Pero todo esto es un inconveniente para que el macho de la pareja conserve su poder de seducción, o incluso su poder a secas.

Todo esto propicia situaciones de infidelidad.

Sea esta real o simplemente imaginada por la cabeza de quien va ser desbancado en la posesión de su mujer-objeto-chollo.

Y así, quien va a perder privilegios, en esta revolución doméstica en marcha, reacciona con violencia para evitarlo (no en vano, la mayoría de los crímenes se cometen en procesos de separación, esté o no consumada ésta).



El castigar la infidelidad- la pérdida de su mujer objeto- es el móvil del crimen.


Eso es lo que pasa por la cabeza del asesino.



El dolor que produce esa pérdida (se insiste, real o imaginada) está metido hasta lo más profundo en el celoso. 

Y lo trastorna, hasta el punto de despreciar, en el momento del arrebato sangriento, su propia vida e incluso la de sus hijos.

Del libro LA ESTAFA SEXUAL de Paco Molina

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