lunes, 20 de febrero de 2012

La violencia machista es violencia contrarrevolucionaria




Revolución doméstica


La violencia doméstica, es decir todos los actos que abarcan desde un mero reproche en la pareja hasta el asesinato de un gran número de mujeres por quien fue su hombre, constituye un fenómeno social que hay que estudiar sin miedo.


No basta con analizar sólo y por separado los crímenes que se cometen, y menos considerar estos como obra de seres ajenos a lo que consideramos la normalidad.


Lo mismo que no basta con aplicar medidas preventivas,  protectoras o compensadoras.



Síntoma de una revolución


Aunque el conocido principio de que la violencia es la partera de la Historia no tiene por qué ser siempre cierto, hasta ahora sí lo ha sido. 

Meditemos pues sobre el porqué de esa violencia que históricamente acompañó cada proceso revolucionario, y nos será más fácil entender lo que hay detrás de la violencia machista.


Suele caerse en el error de considerar que quien genera violencia, en una revolución, es la parte social que lucha por los cambios que modificarán el orden establecido a su favor.

Es decir, se piensa que aquel a quien beneficia un cambio revolucionario es quien genera la violencia.


Pero no es así. Es justo al revés. El sujeto violento siempre ha sido el sector social que, como consecuencia de esa modificación del orden imperante, ha pensado que perdía privilegios. Todo el mundo puede encontrar entre sus conocimientos ejemplos de cambios revolucionarios en los que al principio no hubo violencia, y que sin embargo, cuándo se pudo reorganizar el sector perjudicado, todo acabó en inusitados derramamientos de sangre.

Pues bien, en la estructura de pareja, cuando ésta amenaza deshacerse, quien siente que pierde ventajas es el macho que la integra. Se rompe para él un orden establecido que le favorecía

y, rabioso, trata de mantenerlo con malos tratos. 

Hasta que impotente en muchos casos, opta por la venganza cruel y sin límite.


Se minimiza mucho este asunto, cuando por otro lado es fundamental aceptar que lo ocurrido tuvo que ver con un problema de celos.


Fijémonos por tanto en ellos. Los celos se generan porque quien los sufre considera  que ha sido, está siendo o va a ser engañado, y en consecuencia que será abandonado por el otro.

Que su mujer se va a ir con otra persona, es lo que vive en su interior el celosos.

Lo mismo ocurre con la mujer y sus celos. Pero habiendo sido ella, históricamente, el sujeto paciente en la estructura de pareja, su reacción no va a ser de violencia física.


Comprender esto es esencial para todo lo que sigue, siendo también muy importante el entender que lo de menos es que sea real la infidelidad de la mujer, porque verdadera o imaginaria, en la mente del celoso se vive como cierta.


Por tanto, estamos ante un hecho incuestionable. La maltratada o asesinada lo es por haber sido o podido ser infiel, ya que así lo cree su amo y señor.


Que hoy los emparejamientos se produzcan por amor, es decir que el contrato de fidelidad se haga libremente, agudiza, en vez de resolver, el problema, ya que en cuanto se atisba un rasgo de infidelidad se presiente el abandono, y por tanto la ruptura del contrato



Y esto es imperdonable según el código machista, por honor, y sobre todo por egoísmo. La situación que proporciona al hombre la estructura de pareja le garantiza ración de sexo, hijos si le vienen bien y ventajas materiales de todo tipo. 

Y todo eso, pero más que nada, la ración garantizada de placer, si se pierde, trastorna a quien hasta entonces vivió esas innegables ventajas, esos privilegios.



Cualquier mujer sabe cómo se pone él si ella le niega sexo.


Fijándose en las culturas menos evolucionadas, todo lo dicho se ve perfectamente sin mayor esfuerzo mental. 

Y sobre todo, tenemos una evidente muestra de la trascendencia de la fidelidad en la institución de la pareja, en que en muchas latitudes a las niñas, para que sea buenas como esposas, es decir fieles, se les quita el clítoris. 

en nuestra cultura, en el ritual del matrimonio civil, ¡incluso en él!, se pide a los contrayentes fidelidad.

Del libro LA ESTAFA SEXUAL de Paco Molina

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