martes, 10 de noviembre de 2015

REVOLUCIÓN DOMÉSTICA

                                   REVOLUCIÓN  DOMÉSTICA

La violencia doméstica, es decir todos los actos que abarcan desde un mero reproche en la pareja hasta el asesinato de  un gran número de mujeres por quien fue su hombre, constituye un fenómeno social que hay que estudiar sin miedo.

            Se quiere indicar con esto que no basta  con analizar sólo y por separado los crímenes que se cometen, y menos considerar estos como obra de seres enfermos  o ajenos a lo que consideramos la normalidad. Actuar así es mirar para otro lado para no  toparse cara a cara con la verdad.
      
      Lo mismo que no basta con aplicar  más y más medidas preventivas, protectoras o compensadoras. Eso es engañar, aunque sea involuntariamente, a las victimas potenciales, haciéndoles creer que van a estar a salvo.

Síntoma de una revolución

Aunque el conocido principio de que la violencia es la partera de la Historia, no tiene por qué ser  siempre cierto, lo que si es cierto es que hasta ahora así ha sido. Repasemos el porqué de la violencia que genera cada proceso revolucionario y nos será más fácil entender lo que hay detrás de  la violencia machista.

            Suele caerse en el error de considerar que quien genera violencia en una revolución es la parte social que lucha por los cambios que modificarán  el orden establecido a su favor. Es decir, se piensa que aquel a quien beneficia un cambio revolucionario es quien genera la violencia .

            Pero no es así. Es, y ha sido, siempre al revés. El sujeto violento, en todo proceso de cambio acelerado, siempre ha sido el sector social que como consecuencia de esa modificación del orden imperante, ha pensado que perdía privilegios. No es cuestión de citar casos, pero todo el mundo puede encontrar entre sus conocimientos ejemplos de cambios revolucionarios en los que al principio no hubo violencia, o ésta fue insignificante, y que sin embargo, cuándo se pudo reorganizar el sector perjudicado, todo acabó en inusitada violencia y odio.

            Pues bien, en la estructura de pareja, cuando ésta se resquebraja o deshace o amenaza deshacerse, quien considera o siente que pierde ventajas, es el macho que la integra. Se rompe para él el hasta entonces orden establecido, y rabioso trata de mantenerlo con malos tratos . Hasta que impotente en muchos casos, opta por la venganza cruel y sin límite.

            En el libro “LA ESTAFA SEXUAL”   se describe el proceso interior que llevará al asesino a no ser un criminal cualquiera, sino a ser un  hombre autodestructivo, suicida en múltiples casos. Detalle éste fundamental para entender, también, que no hay medidas jurídicas, policiales, ni asistenciales que puedan, ellas solas, acabar con esta aberrante situación.

Los celos

            Se  minimiza mucho este asunto dentro del fenómeno de la violencia doméstica, cuando por otro lado es tan fundamental en ella que cada vez ,con más sinceridad, se  acepta que lo ocurrido tuvo que ver con un problema de celos.

            Fijémonos por tanto en ellos. Los celos se generan porque quien los sufre considera que ha sido, está siendo o va a ser engañado ,y en consecuencia, que será abandonado por el otro. Que su mujer se va a ir con otra persona, es lo que vive en su interior el celosos.

            Lo mismo ocurre con la mujer y sus celos. Lo que ocurre es que habiendo sido ella  históricamente el sujeto paciente en la estructura de pareja, su reacción no va   a ser de violencia física. 

            Comprender esto es esencial para todo lo que sigue, siendo también muy importante el entender que lo de menos es que sea real la infidelidad de  la mujer, porque verdadera o imaginaria, en la mente del celoso se vive como cierta.

            Por tanto estamos ante un hecho incuestionable. La maltratada o asesinada lo es por haber sido o podido ser infiel, ya que así lo cree su amo y señor. Atención. No se dice que la mujer se lo esté buscando .Se afirma y se repetirá hasta la saciedad que es esa la idea de quien hasta entonces la consideró de su propiedad (de ahí el término mujer-objeto). Y para el macho, que ha mamado machismo desde que se inventó el matrimonio  eso le resulta insoportable .

            Que hoy los emparejamientos se produzcan por amor, es decir que  el contrato de fidelidad se haga libremente, agudiza, en vez de resolver, el problema, ya que en cuanto se atisba un rasgo de infidelidad se presiente el abandono, y por tanto la ruptura del contrato.

                        Y esto es imperdonable, según el código machista, por honor, y sobre todo por egoísmo. La situación que proporciona al hombre la estructura de pareja le garantiza  ración de sexo, hijos si le vienen bien y ventajas materiales de todo tipo. Y todo eso, pero más que nada ,la ración garantizada de sexo (cualquier mujer sabe cómo se pone él si ella le niega sexo), si se pierde, si desaparece, trastorna a quien hasta entonces vivió esas innegables ventajas, ese privilegio histórico.

            Fijándose en las culturas menos evolucionadas, todo lo dicho se ve perfectamente sin mayor esfuerzo metal. Y sobre todo, tenemos una evidente referencia, de la trascendencia de la fidelidad en la institución del núcleo familiar, en que en muchas latitudes a las niñas, para que sea buenas como esposas- es decir fieles-, se les quita el clítoris. Y en nuestra cultura, en el ritual del matrimonio civil,¡ incluso en él!, se pide a los contrayentes fidelidad.

Costumbres licenciosas.

            Posiblemente, en periodos anteriores, la violencia doméstica era eficaz en un principio, y triunfaba la doma. La mujer se doblegaba. La mujer se plegaba y la armonía del hogar se basaba en el sufrimiento atroz de la mujer o su adaptación al infierno. También ocurría en tiempos pasados que el mismo discurrir de la vida tenía postradas a las esposas en casa, transmutadas en madres y únicamente en madres, sin autonomía ni para sentirse hembras.

            Pero ahora los tiempos han cambiado, y las costumbres, usando el lenguaje reaccionario, podríamos describirlas como licenciosas, dentro de lo más natural. Y dentro de esa naturalidad, y avance social, la mujer trabaja fuera de casa, viaja, va a la moda, opina, conoce gente, ve en su propio salón de casa películas escabrosas, y se casa por amor.

            Todo esto es un inconveniente para que el macho de la pareja conserve su poder de seducción, o incluso su poder a secas. Todo esto propicia situaciones de infidelidad. Sea esta real o simplemente ,imaginada por la cabeza de quien va ser desbancado en la posesión de su mujer-objeto-chollo. Y así, quien va a perder privilegios, en esta revolución doméstica en marcha, reacciona con violencia para evitarlo (no en vano, la mayoría de los crímenes, se cometen en procesos de separación, esté o no consumada ésta).

El castigar la infidelidad-la pérdida de su mujer objeto- es el móvil del crimen. Eso es lo que pasa por la cabeza del asesino El dolor que produce esa pérdida-se insiste, real o imaginada-  está metido hasta lo más profundo en el celoso. Y lo trastorna, hasta el punto de despreciar, en el momento del arrebato sangriento, su propia vida e incluso la de sus hijos .

Contra la fidelidad

            La violencia doméstica es un indicio de que hay una revolución en marcha. Esa revolución, de carácter inconsciente , sin revolucionarios activos y sin nadie que la lidere (las propias mujeres son las que más valoran la fidelidad como prueba y base del amor), está rompiendo el “statu quo” machista, o sea lo que ha sido la tradición, según la cual el hombre puede ser infiel y la mujer no.

Esta revolución está haciendo inviable el concepto de fidelidad como prueba de amor sublime. O si se quiere ,convertida la fidelidad en la única prueba de amor, al acabarse éste se acaba aquella y viceversa, con lo que la institución de la pareja se hace inestable ,cuando no inviable.

            Y ante esta nueva situación, completamente revolucionaria ( se está rompiendo el orden establecido) las víctimas están siendo quienes más necesitan y disfrutan las nuevas libertades, las mujeres. Los hombres, sin tenerlas tampoco, lo cierto es que siempre han tenido más, pues siempre estuvo bien visto, que se tenga esposa y se eche alguna que otra canita al aire.

 Por tanto. Sólo hay pues dos formas de acabar con la violencia dentro del hogar. O abolir el matrimonio ( sea éste legal o de hecho). O enterrar el término fidelidad, mediante una nueva cultura donde se le quite el rango  metafísico que ahora se le ha dado. Nacería así lo que podría llamarse  estructura de pareja abierta.

Todo lo demás es engañarse. Y como la revolución doméstica continuará en marcha, favorecida por el sentido común y la propia naturaleza, seguirá por tanto aumentando la violencia contra las mujeres. Porque ellas se están liberando sin saberlo, y ellos, los machos, están perdiendo presuntos privilegios .O sea, esto es una revolución de libro: Estamos ante lo que podríamos catalogar como La revolución doméstica. Y la violencia que como tal genera, sólo se terminará  rompiendo el orden establecido. Con una cultura distinta y más libertad.

La dificultad está en que eso nos asusta a los hombres y a las mujeres, a las derechas y a las izquierdas, a los verdugos y a las victimas.
                                                                      
            FRANCISCO  MOLINA
                             Zamora- 26-Marzo-2004. La Opinión de Zamora

  

            

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