Cuando el
hombre ve que su coche de toda la vida se va con otro, sufre los
siguientes males:
Para empezar pierde la ración de sexo (esto hay que
recalcarlo hasta la saciedad, porque va a ser el determinante principal del
odio, el que lo va a mantener y alimentar); una ración de sexo que era ventaja
primordial en la constitución de la pareja (“te elijo a ti porque eres la
que más me gusta y así tendré el mejor sexo cada día, dentro de lo que se puede
tener”).
En segundo lugar, pierde las prestaciones materiales que le
proporcionaba el vehículo (le trasladaba de sitio, le permitía transportar
cosas, le hacía la comida, le cuidaba cuando estaba enfermo, le protegía a los hijos).
Y
por último, por no alargar la esencia de lo explicado, que su coche se fugara
pasando a ser de otro, es el desmoronamiento de toda una lucha social
intentando cumplir “el vía-crucis que exige la sociedad para triunfar en la
vida”.
Que tu coche
se vaya con otro dueño (o lo que casi es peor con ninguno) es perder esa
situación íntima, pero tan necesaria para la autoestima, como lo es la de ser,
para tu coche, el mejor conductor del mundo, y que él fuera para ti, el
mejor coche del universo.
Que tu coche se fugue, con o sin nuevo conductor
dentro, es aparecer como un fracasado social, y es, sobre todo, tener que
volver a empezar la vida, tener que regresar a la inversión de energía para
buscar sexo, a la inversión de energía para encontrar pareja que te
permita circular por las autopistas de la vida social, es tener que volver a
ahorrar para comprarte otro que, encima, además, has descubierto que puede irse
luego con un nuevo dueño.
El odio está ahí, surge a raudales y se torna no sólo
agresivo, sino lo que es más preocupante, autodestructivo.
Siendo esto lo peor,
porque indica que las medidas policiales y judiciales no van a resolver el
problema, ya que al herido de muerte le importa poco su final, está ofuscado
porque “le han destrozado la vida”, frase que resume, mejor que
nada, todo lo aquí dicho.
En
consecuencia, el hombre pega o hiere o mata, a quien considera culpable de
deslealtad, de falta de honestidad, de ser una puta que viene a evidenciar
que a él le falta algo para ser o tener la categoría del chulo de la puta, y
lo que faltaba, piensa que van a pensar,
precisamente en eso que en efecto le falta, capacidad para satisfacer el
instinto de placer de una mujer durante toda la vida de ésta.
Únase a lo
anterior la idea, certificada en muchos casos con documentos mercantiles, de
que la mujer era suya, para deducir por qué mata (“si no eres mía no vas a ser
de nadie, ya lo verás” es la amenaza).
Del libro LA RESTAFA SEXULA dee Paco Molina, que busca editorial desesperadamente.
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