Supongamos
que Don Fulano de Tal ha puesto un negocio a medias con Don Mengano de Cual.
La
cantidad que cada uno ha aportado son cien millones.
El negocio ha prosperado y
la empresa llega a valorarse en quinientos millones.
En esto Don Mengano estafa
a Don Fulano y éste se queda sin la empresa y en la ruina.
¿Cómo podríamos
compensar al estafado?
Sin duda
alguna se le compensaría si se le da más de lo que perdió.
Es decir, bastaría
con entregarle a él cientos de millones (sólo había perdido 250) y su enfado y
su clamor, en pos de una justicia que castigue al estafador, se esfumarían por
completo al ver que tenía más de lo que le quitaron.
Bueno, pues
así es como se curan y se curarían los celos, mientras existieran. Con una
sobredosis de lo que se ha perdido: Sexo.
Visto que el
núcleo central de los celos tiene que ver con el asunto sexual, es evidente que
resuelto éste desparecen los celos.
(¿No es cierto que cuando encuentras nueva
pareja, que te va en lo sexual, hasta te preguntas que “cómo fue posible que
te gustaran las anteriores”?).
Por tanto, es
fácil imaginar que en un tipo de sociedad donde el placer sexual deje de ser un
tabú, deje de ser algo que hay que tomar en pequeñas dosis, deje de ser algo
que sólo se despacha con la receta de la fidelidad conyugal, deje de ser algo
de lo que avergonzarnos al tiempo que no podemos eludirlo, es fácil de imaginar
que en esa sociedad deje de haber celos.
Aunque tal
vez masculle usted que habíamos quedado en que lo del sexo no era lo único que
pintaba algo en el problema de los celos, y por lo tanto piense que esos otros
factores (económicos, emocionales, familiares, sociales) que formaban parte de
la empresa fundada por la pareja, sigan influyendo y sigan produciendo celos; a
pesar de darle al celoso el tratamiento de choque descrito con carne y orgías.
Véase que no.
De existir ya esa sociedad distinta, donde el sexo es una bendición del cielo
y no una maldición del demonio, por añadidura se resolverían muchos otros
problemas.
Si desde que
se nace al goce de los placeres de la carne, acceder a ellos es algo que se
facilita, en vez de prohibirse, es elemental deducir que la enfermedad del
consumo, la enfermedad del ascenso social a toda costa, la enfermedad de la
acumulación de riquezas, la enfermedad de la ostentación, la enfermedad de la
violencia soterrada o emergida, y tantas y tantas patologías sociales que hoy
se viven como normales, desaparecerían, porque si lo esencial lo tengo
en cantidad y calidad sea rico o pobre, feo o guapo, útil o inútil, sano o enfermo, apuesto o tímido,
trabajador o vago, vicioso o virtuoso, ¿para qué voy a luchar por absurdos?
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