La
institución matrimonial, con boda o sin ella, entre gentes del mismo o distinto
sexo o de sexos ambiguos, ese lazo de unión, ratificado por un compromiso de fidelidad,
es algo contra natura.
Sí, sí, sí. Más contra natura que el coito anal, que no
lo es. Más que hacerlo con un animal, que no lo es. Más que hacerlo con
miembros del propio sexo, que no lo es. Más que darse unos buenos azotes, que
no lo es. Más que hacerlo 69 con 69, que no lo es. Más que hacerlo en público,
que no lo es. Más que adornarlo con ingredientes picantes, que no lo es.
Y puede usted seguir así.
El juramento
de fidelidad es algo que va contra la naturaleza, porque es tan demencial como
estar comiendo un manjar que te vuelve loco y a partir de ahí hacer juramento
de que no vas a tomar otra cosa.
Sin embargo,
las cosas que nos han dicho que eran repugnantes, aberrantes, sucias,
degeneradas y decadentes, no van contra la naturaleza (las practican muchas
especies animales).
Y aunque así no fuera, la mera realización por humanos,
dentro de un juego placentero o que satisface un instinto básico como el de
buscar placer, ya las hace normales, vitales y naturales.
La pareja
puede surgir de unas ganas, más o menos espontáneas y ardientes, que tienen
dos humanos de estar juntos, pero debe
hacerlo con carácter temporal y transitorio a todas luces.
Habría que ver,
además, si ocurriría lo mismo-el buscarse para emparejamientos estables- en una
sociedad con plena libertad sexual, y no como ahora, que al estar el sexo
condenado a la clandestinidad, entonces el amor para toda la vida, se
convierte con demasiada frecuencia en la
opción que nos hace creer que esto de siempre
juntos y solos es jauja.
La pareja va
contra la naturaleza porque si cualquiera tiene capacidad para hacer el amor
con cualquiera ¿qué componente de ella puede garantizar que no va a tener
nuevas tentaciones?
¿En base a qué fatuidad piensa uno que sirve para colmar,
del otro, toda la fuerza que la naturaleza ha puesto en su cuerpo para que le
guste el placer más que comer con los dedos?
Añádase,
a la incapacidad de los dos para ser
fieles, el hecho de que en la estructura de pareja hay una desigualdad
evidente a favor de uno de los miembros.
En el caso de la pareja mixta,
hombre-mujer, es el hombre el que a todos los efectos aparece como si
hubiera adquirido en propiedad a la mujer.
Y de hecho, en las sociedades
aún no evolucionadas, la compra se sigue produciendo sin subterfugios, a las
claras y de una manera evidente, dando el futuro marido y señor el dinero en
la cantidad que le pide el padre de ella (el macho antecesor de la
propiedad femenina, dueño de todas las hembritas de la familia, según título
adquirido al constituirse la pareja anterior).
La confesión
de millones de mujeres que afirman que se separarían si no fuera porque no
tienen independencia económica para sacar adelante a sus hijos, es otra prueba
irrefutable de lo que enseña, en este tema, el uso de la razón.
La base de la
familia, la fidelidad, es una aberración y por eso descarrilan tantas.
Y además es
esa aberración- la de querer casar lo antinatural (la fidelidad) con
lo natural (la búsqueda de placer) -la que genera la violencia
doméstica.
Por eso ahí, hay un drama irresoluble si se mantiene la estructura
que provoca la desdicha y la infelicidad de infinitas personas (sobre todo
mujeres).
Del libro LA ESTAFA SEXUAl, de Paco Molina, que busca editorial desesperadamente.
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