Los celos,
aun en su versión más intimista (es decir sin que trasciendan) son un problema
grave.
Generan dolor, amargura, tristeza, depresión, odio, rencor,
celopatías....
En ese
aspecto no hay que insistir; sin embargo, sí conviene reparar en que provocan
también muertes, hasta el punto de que podríamos decir que los humanos sólo
matan por dos cosas.
Por dinero.
Se mata para robar, para conservar o conquistar territorios (por orden y para
el beneficio del rico de la patria), para heredar, etc. etc. etc.
Se mata por
dinero. Incluso las guerras y muertes por religión se pueden meter en este saco
de la Diosa de la Guadaña, puesto que el motivo que lleva a la muerte al
soldadito o al fiel creyente (más fiel a sus jefes que a su religión,
aunque no lo sepa) es el hacer triunfar una creencia para mayor beneficio, no
de Dios, que no existe, sino del Señor del Saqueo.
Y el otro
motivo para asesinar está en el apartado de los celos.
La cantidad de crímenes
cometidos a lo largo de la historia por este móvil es indicativo, por sí mismo,
de la gravedad del problema.
No hay que olvidar que las ejecuciones de, casi
siempre mujeres, por ser adúlteras o infieles o putas, sea el ofendido o la Ley
quien ejecute el asesinato, son muertes que hay que atribuir a los celos.
Los crímenes
cometidos por demencia del asesino no nos ilustran sobre el asunto.
Así pues, no
hablamos ya de un problema que hace sufrir en la intimidad, hablamos de un
problema que sale del entristecido celoso y se convierte en un arma asesina.
Estamos entonces, y claramente, ante un problema gigantesco y gravísimo, que se
deja estar porque al Poder le viene bien.
Se utiliza el
género masculino para hablar del asesino por celos, aunque también las mujeres
matan por ellos, dada la diferencia numérica abismal entre ambos casos.
Del libro LA ESTAFA SEXUAL de Paco Molina, que busca editorial desesperadamente.
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