Como puede
ocurrir que el buscar el placer entre dos (yo contigo, tú conmigo) tenga algo
especialmente atractivo, (lo cual explicaría, en parte, que lo impuesto a la fuerza
permanezca impuesto con gran fuerza) es razonable respetarlo en principio.
Posiblemente,
el hecho de que el placer del que hablamos tenga mucho que ver con los
genitales puede ser la razón de su gracia (el juego de los míos con los tuyos,
a bote pronto, es más fácil de ejercitar entre dos que entre tres o
veintitrés).
Entonces, a
la vista de lo dicho, si dos ven que les compensa ponerse a vivir juntos (“es
que a mí el primer plato que haces tú me suliveya y a ti el segundo mío te
trastorna”) que se pongan a ello.
Ahora bien,
sin ataduras, ni promesas incumplibles, ni sacrificios sin cuento.
O sea, no al
compromiso de fidelidad, no a la privacidad de mi pareja para mí y para mí
en exclusiva.
Esto se puede
lograr, fácilmente, predicando contra los celos y a favor de lo que podríamos
llamar libertad sexual, o mejor aún, anulación de la represión sexual.
Ello cuajaría inmediatamente, porque supondría dejar de nadar contra corriente
y dejarse llevar por ésta.
Es decir las corrientes sociales y culturales modificarían
su discurrir e irían, dejando de ser algo contra natura, a favor de la
naturaleza.
Del libro LA ESTAF SEXULA de Paco Molina, que busca editorial desesperadamente.
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