Contra la
fidelidad
La
violencia doméstica es un indicio de que hay una revolución en marcha.
Revolución no consciente, sin revolucionarios activos y sin nadie que la lidere
(las propias mujeres son las que más valoran la fidelidad como prueba y base
del amor), pero que está rompiendo el “statu quo” machista, o sea la
tradición según la cual el hombre puede ser infiel y la mujer no.
Esto
está haciendo inviable el concepto de fidelidad como prueba de amor sublime.
O
si se quiere, convertida la fidelidad en la única prueba de amor, al acabarse
éste se acaba aquella y viceversa, con lo que la institución de la pareja se
hace inestable, cuando no inviable.
Y
ante esta nueva situación revolucionaria (se está rompiendo el orden
establecido) las víctimas están siendo, precisa y lógicamente, quienes más
necesitan y disfrutan las nuevas libertades, las mujeres.
Los hombres, sin
tenerlas tampoco, lo cierto es que siempre han tenido más señuelos de libertad,
pues siempre estuvo bien visto que se tenga esposa y se eche alguna que otra
canita al aire.
Por
tanto. Sólo hay dos formas de acabar con la violencia dentro del hogar. O
abolir el matrimonio. O enterrar el término fidelidad, mediante una
nueva cultura donde se le quite el rango
metafísico que ahora se le ha dado.
Nacería así lo que podría
llamarse estructura de pareja
abierta.
Todo
lo demás es engañarse.
Y como la revolución doméstica continuará en marcha,
favorecida por el sentido común y la propia naturaleza, seguirá por tanto
aumentando la violencia contra las mujeres.
Porque ellas se están liberando
sin saberlo, y ellos, los machos, están perdiendo presuntos privilegios.
Se
trata pues de una revolución de libro: Estamos ante lo que podríamos catalogar
como La Revolución Doméstica.
Y la violencia, que como tal genera, sólo
desaparecerá rompiendo el orden establecido. Con una cultura distinta y
libertad.
La
dificultad está en que eso nos asusta a los hombres y a las mujeres, a las
derechas y a las izquierdas, a los verdugos y a las victimas.
Del libro LA ESTAFA SEXUAL de Paco Molina, que busca editorial desesperadamente.
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