Sentado el
principio de que la base fundamental de los celos -la espina dorsal del desgarro que
producen– es la pérdida de lo que hemos
llamado la ración sexual, veamos que por eso mismo se convierten en la
columna vertebral del ordenamiento machista de la familia.
Observemos,
con la lupa de la razón, el comportamiento del alma de la familia, la
pareja.
La tentación
frustrada
Supongamos
que uno de los dos, consciente o inconscientemente, empieza a tener tentaciones
de probar gallos o gallinas de otro corral.
Pasemos del hecho de si es la
irresponsabilidad de uno de ellos, al escapársele un comentario (“Sabes que Tal
y Cual es una persona muy agradable”) o algún otro fallo en la incipiente
clandestinidad, lo que delata o alerta al miembro pasivo de esta
situación.
En ese caso éste va a enseñar las uñas de los celos, con toda la
violencia que ello anuncia (en el caso que analizamos no hace falta que sea
excesiva).
Introducida
la dinámica de la típica situación insoportable o que lleva camino de serlo,
quien sufría el vértigo de la tentación, la abortará.
Se acaba de evitar un
infierno, a costa de capar uno de los dos miembros de la pareja su instinto de
placer.
Los celos han actuado como sistema de alarma a favor del mantenimiento
del Orden Familiar Establecido.
El adulterio
en ciernes
Demos un paso
de manivela más e imaginemos otra situación, pero ésta más avanzada.
Ahora uno
de los dos ha iniciado una relación sexual extra conyugal.
El deseo le acucia y
cada vez roba más horas al cuidado o atención de la familia, desapareciendo.
Al tiempo el sujeto pasivo, el engañado, tiene un gran mosqueo y sus celos
rayan ya la violencia más peligrosa. No sólo ha creado una atmósfera
irrespirable en el hogar dulce hogar, si no que empieza a utilizar frases como:
“Si es cierto que me engañas te vas a acordar toda tu vida”.
El celoso más
civilizado amenazará únicamente con quedarse con los niños.
La vigilancia
se estrecha tanto que la relación
clandestina acaba por naufragar.
Los celos han salvado otra familia.
El
arrepentimiento
Pero aún
queda otro caso; por más que suprimimos muchos que se pueden imaginar o
reconocer por propia experiencia.
Estamos ahora con el de alguien que tuvo una
relación clandestina y ya se ha ido con ella.
Se cree o piensa que ese
es el verdadero flechazo porque la nueva pareja le hace sentir amor de
verdad (o sea una pasión de caballo, es decir sexo puro y duro, el
mejor).
Separarse le ha costado mucho, por los hijos y esto y lo otro, y el
disgusto que se le dio a mamá.
Y en esto
empieza a sospechar que su gran amor (el de verdad, ese que viene con la
fidelidad bajo el brazo, porque si no hay fidelidad no hay amor), el partener
sublime, es alguien que a su vez le empieza a engañar, se empieza a ir
con otras personas.
Ante eso, quien dejó a los suyos, decepcionad@,
recuerda el confort, sobre todo material, de su hogar; repara en el bien que
haría a sus hijos con un reingreso en la familia, e indignada o indignado por
los celos que ahora vive en propia piel, vuelva a casa.
El séptimo de
caballería de los celos ha cauterizado otra herida matrimonial.
Del libro LA ESTAFA SEXUAL de Paco Molina, que busca editorial desesperadamente.
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