miércoles, 28 de septiembre de 2016

El refugio perfecto y el desierto social


El refugio perfecto.


No es de extrañar que la familia sea la institución mejor valorada, porque el espejismo que produce, en el desierto de sentimientos de la sociedad actual, es la de un oasis salvador.
  
El desierto social.

Para empezar, confirmemos que la sociedad en que nos obligan a vivir es un desierto total, sin una gota de agua que sacie  la sed de libertad.

Se nace, se nazca donde se nazca, en un país por el que has de morir si te lo piden los que mandan. 

Encima naces sin ningún derecho, por más que algunas obligaciones te las quieren vender como si fueran ventajas para ti y no para el Poder

Acto seguido vas descubriendo que están prohibidas las pulsiones básicas (“niña no te andes ahí que está muy feo”, ”niño no te toques eso que es una porquería”, etc. y mil veces etc.).

Más tarde descubres  que no se puede vivir sin dinero. 

A continuación que no se puede tener dinero si no se trabaja. 

Y por último que eso de trabajar no es una obligación de todos para subsistir, sino que el trabajo escasea y hay que pelearse por él (o lo que es peor, que es tan necesario y abundante que desde los siete años se te mete en una mina, o en un burdel o en el tráfico de drogas o en la guerra, para mayor gloria y negocio de los magnates de turno).

Si vives en la parte pobre del mundo no hay que insistir para demostrar que la estructura social es un infierno, cuyas llamas son la injusticia y la explotación, cuando no la muerte imbécil y sin sentido para el beneficio de otros. 

Pero si vives en la zona rica, aunque los electrodomésticos tal vez no te dejen ver el bosque de la vida mísera y miserable que se lleva, sí percibes, aún menor de edad, que hay que competir y hacerlo sin piedad

Y eso se descubre tan pronto que empiezan los celos, las envidias y los rencores hasta en el seno familiar, con los hermanos, primos y demás familia.

Esa despiadada lucha por ser el mejor acaba por hacerte sentir poco querido o querida, y a partir de ahí a sentir una carencia de afectos que se puede trocar en angustia.

La sociedad es hostil a más no poder, por más que se disfrace de cordialidad con lo que  llaman buena educación o normas de urbanidad (cosas éstas que existen precisamente para hacer las veces de aceite, que engrasa las piezas del motor-social, y hace que éste no se caliente tanto que se vaya a quemar el entramado).

Esa hostilidad de la sociedad sigue en aumento y notas que te va quitando la posibilidad de pensar por ti mismo. 

Te han anulado los instintos básicos y así, sin placer suficiente para lo que pide el cuerpo, es fácil, luego, modificar la conducta de tu instinto de conservación. 

Y te hacen aprender una cosa trascendente: 

Si te sales del grupo (de su manera de pensar, de actuar, de sentir) se te bautiza como asocial y tu vida corre peligro. O porque te la quiten, o porque te la amenacen o porque te echen de esa colectividad y tengas que integrarte en otra en la cual puedes correr los mismos peligros si no te adaptas.

Del libro LA ESTAFA SEXUAL de Paco Molina, que busca editorial desesperadamente.


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