martes, 23 de agosto de 2016

Hoy me ha ocurrido algo en verdad hermoso.



Hoy me ha ocurrido algo en verdad hermoso.

Iba al Hospital Provincial de Zamora a hacerme una ecografía (aunque no juego a ese juego me sobrevino una lesión conocida como “codo de tenista”).

Hacía mucho que no iba allí, tanto que me encontré con que habían quitado del mundo los pisos 3º, 4º, 5º y 6º de dicho Hospital, y seguían las obras en la entrada del mismo.

Pregunté a un trabajador, que por allí andaba, al ver que aquello parecía un campo de batalla que no permitía usar el acceso que recordaba.

Me indicó que me desviara por la ruta verde de al lado, junto al parque de Los Bloques,  y al irlo a hacer vi que una chica (¿30 años?) iba a cometer mi misma equivocación.

Se lo advertí y fuimos juntos. Cuando topamos con el lugar de Información del nuevo hospital, vi que ella también iba a ecografías.

Aunque puede que me lo dijera antes, pues aunque me trataba de usted, era muy comunicativa (delicada y agraciada). Habíamos ido bromeando  sobre dónde estaría la entrada entre tanto escombro.

Tuvimos al final que entrar, a ecografías, por donde parecía imposible (la puerta de toda la vida), como a ella le parecía.

Ella estaba citada justo delante de mí. Nada más llegar entró a la sala de ecografías. No había nadie más en el pasillo, por lo demás estrecho para como suelen ser los de los hospitales.

Cuando al cabo de 10 o 15 minutos salió, y yo me puse en pie para entrar a la sala del aparato (que supongo se llamará ecógrafo), ella le comentó a la enfermera ( a la que por cierto yo conocía de clases de salsa de hacia 3 años, que nunca la había vuelto a ver y de la que guardaba un recuerdo magnífico); bueno pues como decía, ella le comentó a la enfermera, e indirectamente a mí:

“Me voy a quedar a esperar a este señor, porque no me siento muy bien, tal vez por tanto calor y el haber estado tumbada en la camilla ”.

Durante mi estancia en la pequeña habitación del ecógrafo, entre una breve espera charlando y una minuciosa atención del doctor, supongo estuve un tiempo similar al de ella, 10 o 15 minutos.

Al salir, seguía allí, en el banco del estrecho y desértico pasillo.

Nada más verme, y a mi pregunta de si se encontraba mejor, respondió que sí y se levantó.

Volvió a justificar su malestar en base al calor y el haber estado echada.

Recibimos la fragua de un calor agobiante (dos de la tarde del 23 de Agosto) mientras ya fuera del edificio íbamos hacia la salida del complejo hospitalario.

La conversación se desvió hacia el descanso y el trabajo.

Pero, y aún no se por qué (tal vez por su manera tan espontanea de tratarme y el haberme “necesitado cerca”) el caso es que me precipité y le pregunté algo que había reprimido hacer, por lógica discreción,  cuando antes de entrar me dijo que iba a hacerse una ecografía.

Entonces le dije:

“A mi me miraron el brazo, ¿y a ti ?”.

“A mí la garganta; tengo un nódulo, y no ha disminuido. Si en tres meses no se ha ido solo tal vez me lo tendrían que quitar. Ya me quitaron uno cuando era niña”.

Le quité hierro al asunto porque creo firmemente que no lo tiene, y añadí:

“Tal vez fue esa noticia la que te produjo el malestar”.

“Tiene razón. Sí me ha preocupado”

“Estate tranquila. Mira, en la versión más antipática, que te lo tengan que quitar, resulta que sales ganado. La cirugía es lo que más ha avanzado de la medicina. Además los nódulos están muy bien delimitados y se quitan bien dejando todo resuelto. Otra cosa es que, como cuando vamos al dentista, nos impresiona nuestra propia sugestión. Hasta que salimos, en que vemos que no pasa nada y ni duele”

“Yo no tengo miedo a ir al dentista”

“Porque has ido más veces y sabes que no pasa nada y encima te deja mejor. Si te quitaras muchas veces nódulos le perderías miedo también”

“Adiós, yo me voy por aquí, a por el coche”.

Y en el mismo lugar de la calle donde nos conocimos, nuestras vidas se bifurcaron para siempre.

Pero qué sensación más inmensa y bella sentí y sentía, era una emoción de extraña felicidad la que me embargaba, por haber podido ser tan útil, por sentirla espiritualmente tan cerca de mí en apenas unos minutos.

De que “se agarrara a mi presencia” para sentirse bien, o para no sentirse mal. O por miedo. Que agradabilísima sensación que confiara tan en mi, a quien no parecía conocer de nada.

Qué hermoso fue todo. Qué hermosa esta piececita de mi vida. Que hermosa ella.

Ella no tiene nada malo, si tiene todo bueno.  Desde su forma de comunicar, pasando por su manera de usar la inteligencia, hasta la dulzura que la envolvía.

Nunca la volveré a ver. O si la veo tal vez no la reconozca.

Qué ráfaga de belleza espiritual se metió en mi vida.

Y ahora lo escribo antes de que acabe el día. Este día que ella hizo extraña y extraordinariamente bello.


Paco Molina. Zamora. 23 de Agosto del 2016

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