Hoy
me ha ocurrido algo en verdad hermoso.
Iba al Hospital
Provincial de Zamora a hacerme una ecografía (aunque no juego a ese juego me
sobrevino una lesión conocida como “codo de tenista”).
Hacía mucho que no
iba allí, tanto que me encontré con que habían quitado del mundo los pisos 3º,
4º, 5º y 6º de dicho Hospital, y seguían las obras en la entrada del mismo.
Pregunté a un
trabajador, que por allí andaba, al ver que aquello parecía un campo de batalla
que no permitía usar el acceso que recordaba.
Me indicó que me
desviara por la ruta verde de al lado, junto al parque de Los Bloques, y al irlo a hacer vi que una chica (¿30 años?)
iba a cometer mi misma equivocación.
Se lo advertí y
fuimos juntos. Cuando topamos con el lugar de Información del nuevo hospital, vi
que ella también iba a ecografías.
Aunque puede que me
lo dijera antes, pues aunque me trataba de usted, era muy comunicativa (delicada
y agraciada). Habíamos ido bromeando
sobre dónde estaría la entrada entre tanto escombro.
Tuvimos al final que
entrar, a ecografías, por donde parecía imposible (la puerta de toda la vida),
como a ella le parecía.
Ella estaba citada
justo delante de mí. Nada más llegar entró a la sala de ecografías. No había
nadie más en el pasillo, por lo demás estrecho para como suelen ser los de los
hospitales.
Cuando al cabo de 10
o 15 minutos salió, y yo me puse en pie para entrar a la sala del aparato (que
supongo se llamará ecógrafo), ella le comentó a la enfermera ( a la que por
cierto yo conocía de clases de salsa de hacia 3 años, que nunca la había vuelto
a ver y de la que guardaba un recuerdo magnífico); bueno pues como decía, ella
le comentó a la enfermera, e indirectamente a mí:
“Me voy a quedar a
esperar a este señor, porque no me siento muy bien, tal vez por tanto calor y el
haber estado tumbada en la camilla ”.
Durante mi estancia
en la pequeña habitación del ecógrafo, entre una breve espera charlando y una
minuciosa atención del doctor, supongo estuve un tiempo similar al de ella, 10
o 15 minutos.
Al salir, seguía
allí, en el banco del estrecho y desértico pasillo.
Nada más verme, y a
mi pregunta de si se encontraba mejor, respondió que sí y se levantó.
Volvió a justificar
su malestar en base al calor y el haber estado echada.
Recibimos la fragua
de un calor agobiante (dos de la tarde del 23 de Agosto) mientras ya fuera del
edificio íbamos hacia la salida del complejo hospitalario.
La conversación se
desvió hacia el descanso y el trabajo.
Pero, y aún no se
por qué (tal vez por su manera tan espontanea de tratarme y el haberme
“necesitado cerca”) el caso es que me precipité y le pregunté algo que había
reprimido hacer, por lógica discreción, cuando antes de entrar me dijo que iba a
hacerse una ecografía.
Entonces le dije:
“A mi me miraron el
brazo, ¿y a ti ?”.
“A mí la garganta;
tengo un nódulo, y no ha disminuido. Si en tres meses no se ha ido solo tal vez
me lo tendrían que quitar. Ya me quitaron uno cuando era niña”.
Le quité hierro al
asunto porque creo firmemente que no lo tiene, y añadí:
“Tal vez fue esa
noticia la que te produjo el malestar”.
“Tiene razón. Sí me
ha preocupado”
“Estate tranquila.
Mira, en la versión más antipática, que te lo tengan que quitar, resulta que
sales ganado. La cirugía es lo que más ha avanzado de la medicina. Además los
nódulos están muy bien delimitados y se quitan bien dejando todo resuelto. Otra
cosa es que, como cuando vamos al dentista, nos impresiona nuestra propia sugestión.
Hasta que salimos, en que vemos que no pasa nada y ni duele”
“Yo no tengo miedo a
ir al dentista”
“Porque has ido más
veces y sabes que no pasa nada y encima te deja mejor. Si te quitaras muchas veces
nódulos le perderías miedo también”
“Adiós, yo me voy
por aquí, a por el coche”.
Y en el mismo lugar
de la calle donde nos conocimos, nuestras vidas se bifurcaron para siempre.
Pero qué sensación
más inmensa y bella sentí y sentía, era una emoción de extraña felicidad la que
me embargaba, por haber podido ser tan útil, por sentirla espiritualmente tan
cerca de mí en apenas unos minutos.
De que “se agarrara
a mi presencia” para sentirse bien, o para no sentirse mal. O por miedo. Que agradabilísima
sensación que confiara tan en mi, a quien no parecía conocer de nada.
Qué hermoso fue
todo. Qué hermosa esta piececita de mi vida. Que hermosa ella.
Ella no tiene nada
malo, si tiene todo bueno. Desde su
forma de comunicar, pasando por su manera de usar la inteligencia, hasta la dulzura
que la envolvía.
Nunca la volveré a
ver. O si la veo tal vez no la reconozca.
Qué ráfaga de
belleza espiritual se metió en mi vida.
Y ahora lo escribo
antes de que acabe el día. Este día que ella hizo extraña y extraordinariamente bello.
Paco
Molina. Zamora. 23 de Agosto del 2016
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